La
obra de Jean Baudrillard impugna el concepto de ideología. Contradice aquel
pensamiento reminiscente del marxismo clásico que suponía a la sociedad bajo la bruma de las fuerzas
ideológicas imperantes; burguesas, imperialistas, opresoras. Donde el resto de
seres humanos se encuentra a la espera de los descubridores del submundo que
los constriñe, oprime y determina, aguardando a los redentores de la mísera
realidad que les tocó vivir.
Jean Baudrillard |
En
tanto, podrán entretenerse con sus minucias cotidianas que no son sino
paliativos, engaños de los poderosos, fantasmas de regocijo. La ropa que
visten, el entretenimiento que disfrutan, los productos que adquieren, los
alimentos que comen; más acá del siglo XXI, también tienen la publicidad que
absorben, la música que degluten, la televisión que los diseña, las creencias
que compran, los ídolos que erigen.
Pero
todas estas supuestas excrecencias que las teorías marxistas identificaban con
desdén como meros somníferos para la conciencia de las masas, son, ahora lo
sabemos, la cosa real. El granulado de la realidad, aquí y ahora. No hay
pantalla. O, en todo caso, una pantalla
total compuesta por todos y cada uno de los elementos de la cotidianidad.
Eso es lo que enseñó Jean Baudrillard.
Ensayista indispensable |
La
vorágine de su pensamiento sincopado, mordaz, voluptuoso, cristaliza
desarrollando un estilo ácido que, a través del amplio panorama de la crítica
coyuntural, construirá un eje fundamental: la civilización occidental no tiene
hojas y raíces, ni esencia y accidentes, menos aún estructura y
superestructura, sino que es transparente en su superficialidad. Sin embargo,
aunque el tejido que la constituye está siempre a flote, a través de sus
propios elementos se desdoblará, duplicándose anómalamente por medio de la
tecnotrónica galopante que cada vez más nos determina y constriñe. Exoesqueleto
cableado y microcircuitado que se encarama en el sistema social redibujándolo
para siempre. Surge la voluntad de lo virtual. Caudal autológico en constante
evolución y crescendo cuyo punto de
quiebre se halla a la vista en el horizonte: volverse endémico en la mente de
la humanidad.
En
ocasiones, añorante de una modernidad clásica y, por lo mismo, conservador;
otras, acertado futurólogo y desencantado comentarista de la cultura postmoderna
y de la era postindustrial; de la inminencia de nuestra decadencia
posthumanista. Siempre contundente, irónico e intelectualmente solitario. Libre
creador de metáforas, analogías y neologismos insospechados, exacerbó a más de
uno con el vuelo sin concesiones de sus textos tóxicos.
Indispensable
intelectual de nuestros tiempos, su ojo tuvo, como pocos, el don de la vista
nouménica: la capacidad de fundar, con base en lo observable, la taxonomía de
lo velado: dinámicas subrepticias, conspiraciones, dobles intenciones, mala
conciencia. Enseñó que todo eso está ahí, casi en la superficie; que sólo basta
y sobra una mente luminosa para efectuar el trasvase. Es una lástima que éstas
no abunden, y todavía más que la suya haya cesado de existir.*
*Este texto fue publicado originalmente en Replicante, verano del 2007, con motivo de la muerte de Jean Baudrillard.
1 comentario:
Baudrillard, desde que comencé a leer en serio, se convirtió en un indispensable. Su poética encandila, seduce y lanza a la acción.
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