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Revista Replicante

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viernes, 15 de junio de 2012

La irreversibilidad de las adicciones

Durante los últimos cien años, el mundo occidental ha tratado a las adicciones psicotrópicas, incluyendo el alcoholismo, básicamente como un problema económico, policiaco y fiscal. Esto ha recrudecido en los últimos treinta años con cierto añadido en materia de salud pública. De un cuarto de siglo a la fecha, se reconoce que uno de los flancos principales del asunto es su alto impacto en el bienestar físico y mental de un conjunto determinado de ciudadanos. Pero también es cierto que en ese mismo periodo, las adicciones han sido entendidas como un espacio de guerra entre los rebeldes que las padecen, los piratas que se las proporcionan y los justicieros estatales que las combaten. Esta perspectiva lleva inevitablemente a un callejón sin salida, puesto que las adicciones son, ante todo, un problema civilizatorio psico-social.
En un eminente ensayo sobre las adicciones, “¿Para qué drogas? De la dialéctica y búsqueda del mundo”, el filósofo de la cultura alemán Peter Sloterdijk, disecciona el problema contemporáneo de las adicciones partiendo de una premisa central: el consumo, la distribución y la modulación cerebral de las drogas ha existido desde tiempos inmemoriales en la humanidad, sólo que en su forma moderna, esta se haya irremediablemente separada de su flanco místico, ceremonial y religioso, razón por la cual, aquél que se acerca a los estupefacientes en nuestra época carece de los faros, las amarras y las guías necesarias para controlar los efectos del consumo de modificadores de la psique; en consecuencia, queda inerme ante su poder distorsionador de la realidad.

La drogadicción es la inversión de la absorción con fines inexistencialistas.

Esta translación de un consumo de drogas regimentado a uno desregulado disloca la función principal de las alucinaciones inducidas de la antigüedad: antaño abrían portales a mundo trascendentes; ahora llevan al umbral de la alienación social. Es decir, mantienen el estereotipo del umbral, pero este se vuelve de lo exterior a lo interior. Si antes el sujeto drogado aspiraba a la visión celestial, el colgado contemporáneo sólo atisba sus propios infiernos. La lógica de la adicción cambio de manera drástica en la Modernidad, tras la pérdida de los mundos metafísicos de la antigüedad, sus gurús y sus místicos. En tiempos remotos, el individuo consumía la droga esperando la visión de lo absoluto; en la actualidad, de manera inexorable, la droga es quien consume absolutamente al individuo; escribe Sloterdijk:

El horror crónico de la privación en el punto álgido de la demanda de repetición promueve una desintegración del proceso primario. Conduce a una persona, es decir, un ser que puede afirmar su relativo ser vacío, a la imposibilidad de ser. El curso del proceso es el de una enfermedad aguda hasta la muerte. La enfermedad obtiene su enorme poder mediante la sinergia entre inversión de la absorción e inexistencialismo. Igual que supo Baudelaire que él era fumado por su pipa, sabe el drogado típico que él es tomado por su droga. Lo sabe porque la toma para ser tomado por ella. La adicción sería así vista como la aprobación coercitiva de la absorción como querer ser tomado… un hambre de sujeción.

El punto medular de esta descarnada descripción de la adicción contemporánea, ha de girar en torno al porqué de dicha circunstancia. Tenemos aquí que recurrir a los ya imprescindibles análisis del sociólogo polaco Zygmunt Bauman sobre la especificidad del presente que él ha denominado como “vida líquida”. En breve, refiere a la constitución actual del sistema social conformado por una serie de redes macro sociales que rebasan, constriñen y determinan la acción subjetiva en todo momento. El sistema financiero, los órdenes legales, las modas, el trabajo, la omnipresencia de la tecnología, etcétera. La lógica central de este devenir social se funda en la primacía de la mercancía y la mercantilización de todo lo existente. En palabras de Bauman: «la vida líquida es una vida devoradora. Asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el papel de objetos de consumo: es decir, de objetos que pierden su utilidad (y, por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder seductivo y su valor) en el transcurso mismo del acto de ser usados». Por supuesto, tal y como lo ha subrayado Sloterdijk, los medios de recambio de todo esto son el dinero (medio tangible), el éxito (medio intangible) y la aceleración de todos los acontecimientos como el medio irrecusable del habérselas con el mundo actual.
Ante esto, las individualidades modernas y postmodernas han experimentado el agigantamiento del medio social en el que tienen que vivir, la conversión inexorable de las personalidades en mercancías de recambio, la presión interactiva de representar determinados roles sociales; la fuerza creciente de imponerse y solventar ciertas metas individuales estereotipadas de acuerdo con géneros, clases, ciudadanías e historias colectivas acartonadas, apremiantes e ineludibles. No es vana la comparación tópica entre la psique contemporánea y una olla de presión: tarde o temprano la primera tendrá que liberar energía por los resquicios disponibles para hacerlo; cuando no los encuentra, sencillamente estalla. Es así que numerosos conjuntos de individuos se hallan en la situación a un tiempo acuciante y penosa de querer escapar de una vez por todas de «la exigencia excesiva de la existencia» y de «interrumpir el continuum obligatorio de una realidad indeseable».
Por ello, la adicción no desaparecerá en el sistema-mundo vigente. Mientras este siga operando puntualmente, también lo harán las drogas, su lógica mercantil y sus enganchados por ellas absorbidos. Resta únicamente la creatividad para paliar, prevenir y remediar en la medida de lo posible sus efectos avasallantes. Las alternativas han sido múltiples y van de la plena legalización al advenimiento de una era neoreligiosa en el mundo entero, pasando por los llamados moralistas al retorno de los valores tradicionales y los proyectos para integrar una cultura de la prevención en los sistemas estatales de educación básica. Todas ellas tienen sus partes luminosas y sus complicaciones insalvables. Por ejemplo, en qué términos podría jamás plantearse un retorno a la mística cuando eso es un hecho social ya superado, pulverizado y barrido por la historia de la reflexión occidental. O bien, cómo podría darse una legalización masiva a nivel mundial sin sufrir una pandemia universal de drogadicción que superara la totalidad de los recursos públicos de salud en el planeta. Etcétera. Pero lo cierto es que de todas las alternativas planteadas, la más primitiva, inmediatista y estéril ha sido la de la guerra frontal contra los mercaderes de la droga; esto simplemente pone la carreta delante de los bueyes, porque mientras continúe ardiendo el pozo incandescente de la adicción, no habrá poder en el planeta que supere, domine y venza el trajín que lo nutre y lo solventa, la ruta descomunal para su desmedida perpetuación a través del tiempo.
Este artículo también puede verse en mi columna de Raztudio Media en:  http://raztudio.com/politik-columna-la-irreversibilidad-de-las-adicciones-por-manuel-guillen/