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Revista Replicante

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domingo, 16 de octubre de 2011

Chimera de Mayhem


Si, llegado el momento, como en los sueños futuristas de la ciencia ficción clásica, las máquinas pudieran componer y ejecutar música (en este caso, música rock), muy probablemente, ésta sería como la obra maestra de Mayhem: puro vigor metálico desatado; ejecutado a la perfección, veloz, sincopado y lúgubre. Sin traza de cadencias, estribillos, calidez y demás debilidades propias del sentimentalismo humano. Que son, también, el combustible de la gran industria de la música comercial de nuestro tiempo.

Teniendo como pilar la excepcional capacidad técnica de su baterista, Hellhammer, quien en esta obra da un nuevo significado al estilo blastbeat, común en el metal extremo, el disco es pródigo en maestría instrumental. Partiendo de una base rítmica saturada, que inicia con una pared sonora para, con fundamento en una obsesiva producción, ir desgajando cada uno de sus componentes, hasta lograr una construcción de capas sonoras interpuestas que progresivamente regresan al punto de saturación original, completando una intermitencia cíclica en cada una de los tracks que lo conforman.

Pródigo en acumulaciones sonoras, destiempos y atmósferas oscuras con base en desaceleraciones hasta el punto del dead noise, Chimera muestra también tintes inéditos en la producción del grupo: mínima pero notable influencia de los suecos de Therion (por ejemplo, en el cierre coral de “My Death”); uso extraordinario de la campana, los platillos y la tarola como corolario de la metralla de tambores en todo el disco, así como la oportuna incorporación del distorsionador de pedal en la guitarra de Blasphemer para enfatizar éste y aquél cierre de riff.
Maniac en el 2004

Mención aparte merece el desempeño de Maniac en las vocales: con su peculiarísimo estilo nasal con el que ahoga los clásicos desagarramientos guturales del Black Metal, que algunos críticos han llamado snore-singing, es probablemente la mejor interpretación de su carrera, culminando así una obra poderosa, excéntrica y, en su género, perfecta. (Por cierto, después de que el alcohol finalmente lo dejó fuera de combate y orilló su salida de la banda, el disco adquierió más valor.)

Veinte años después de haber inaugurado el Black Metal, de contar con una historia atroz, de librar penosamente la losa de la infamia y la drogadicción, Mayhem finalmente consiguió, con este álbum, la perfección. Entrados ya de lleno en el marketing musical, modificando la lírica satanista para privilegiar el nihilismo (“The claws of death awaits you/As your manhood fades away/This is all but falseness/You have nothing, you are nothing”), y convertidos en virtuosos ejecutantes de sus instrumentos, dieron un giro maestro al metal negro para llevarlo a un insospechado nivel de técnica sonora y agresividad atmosférica.

Sin rastro de confort comercial, estribillos o ganchos pop, el álbum es la furia del metal underground como siempre debió haber sido: sin concesiones, violento, sonoramente impecable y lúgubre. Una pared de ruido sabiamente estructurado que nos recuerda lo que el metal todavía puede ser: un tornado de pesadez y oscuridad que absorbe los sentidos y satura el ánimo del escucha, provocando una volcánica catarsis que extrae el cúmulo de presión y de violencia que refrenamos cotidianamente, no obstante el ánimo de hacerlas estallar con todo y contra todos, en nuestra realidad de polución, y de hacinamiento, propios de macrópolis caóticas que nos fuerzan a dar una vuelta retorcida a la ley de la selva, en medio de su paradójica desolación hiperpoblada; entre el humo, el mar humano, arquitectónico y vehicular, y el constante azote al que nuestra cordura es sometida día con día. Eso y no otra cosa es el poder que desata en nuestras circunvoluciones cerebrales un álbum como Chimera; y, al hacerlo, nos libera, así sea sólo durante los 45 minutos que dura el opus.

*Mayhem, Chimera, Season of Mist, 2004. Producido por Blasphemer.
Esta reseña se publicó originalmente el número 09 de Replicante, otoño del 2006.

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