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Revista Replicante

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lunes, 20 de noviembre de 2023

Sobre el universo de Giordano Bruno

Giordano Bruno (1548-1600) tuvo entre sus principales áreas de estudio la especulación metafísica, en la que incluía a la astronomía y a la teología. Como el resto de los filósofos renacentistas, era un convencido teísta (el moderno ateísmo arribará a la cultura europea hasta el siglo XVIII) que intentaba dar sustento a la magnificencia divina ubicando la universalidad de dios en la Tierra y en el universo.
Lo revolucionario de su pensamiento sobre este tema es que, para él, no existía una verdad única sobre dios, sino que todas las culturas y todas las religiones habían dicho cosas ciertas e interesantes sobre el creador del universo. Algo, por supuesto, que se contraponía con la autoridad de la iglesia católica que siempre se había asumido como la poseedora de la verdad única sobre dios. En sus disquisiciones sobre lo divino, Bruno incluyó su versión de la realidad del cosmos que veía como una totalidad interconectada con afinidades en su modo de ser, dependiente de una fuerza suprema que hacía converger todo cuanto ocurría en el cosmos. Para él, todos los astros del firmamento tenían planetas y estos tenían habitantes, como ocurría en la Tierra. Soles, planetas y habitantes de estos poseían almas cuya esencia provenía de un dios creador común.
Como es evidente, el valor de las disquisiciones del filósofo no está en una ruptura plena con el pensamiento medieval, cuya vertiente metafísica se conserva en el Renacimiento, sino en la manera de poner en entredicho la autoridad de la iglesia católica que a través del tiempo, de manera unilateral, se había erigido como la única detentadora de la verdad sobre dios, el universo y el ser humano.

martes, 3 de octubre de 2023

Sobre "Tiempo y espacio de la novela" de Carlos Fuentes

En "Tiempo y espacio de la novela" (contenido en la coleccón de ensayos Valiente mundo nuevo de 1990), Carlos Fuentes comienza refiriendo la innovación intelectual que representó la interpretación histórica del italiano Giambatista Vico en el siglo XVIII, momento de la historia occidental que es reconocido como el de la consolidación de la revolución cultural europea que conocemos como Modernidad. Dice allí el novelista que las virtudes hermenéuticas principales de Vico fueron: «...el relativismo histórico, la convicción de que el valor de la historia es su variedad concreta, no su uniformidad abstracta» (p. 30). La previsión del pensador italiano es en contra de la posibilidad de afirmar un desarrollo monolítico de la razón humana, visión que ya poseía fuerza en su época bajo la convicción eurocentrista subyacente de que el parámetro de dicha racionalidad era el hombre europeo de la época. Para él, hacer historiografía significaba reconocer la aportación global que las diversas culturas habían hecho a la marcha de la humanidad. Esta era convergente en ciertos puntos y divergente en otros, nunca lineal ni definitiva.
Fuentes retoma la postura de Vico, afirmando que «...Vico llegaría en el siglo XX, cuando la riqueza de un pasado pluralista, vivido de manera concreta por muchas naciones y muchas razas, se volvió evidente» (p. 34), para apuntalar una de sus más firmes convicciones: que en el espacio textual de la novela ingresa dicha pluralidad histórica. Al hacerlo, recurre a las consideraciones críticas del pensador soviético Mijail Bajtin. Afirma Fuentes: «Territorio ocupado por quien habla y por quien escucha, por quien escribe y por quien lee, la palabra es siempre algo compartido. Al nivel verbal, todos somos participantes, dependemos los unos de los otros y somos parte de una labor dinámica y perpetuamente inacabada, que consiste en crear al mundo creando la historia, la sociedad, la literatura» (p. 36). Aquí es importante destacar cuáles son los principios estructurales sobre los que se construye la novelística. El primero es el lenguaje cuya semántica rebasa la intencionalidad de quien escribe. Es un medio cuyos vínculos con el mundo se han logrado con la larga historia de su uso. La semántica está íntimamente relacionada con la evolución de la humanidad, en general, y de cada cultura lingüística, en particular. Esta característica hace que, por principio, el material básico de las novelas rebase el uso específico que de él hacen los autores. De igual manera, los lenguajes son materiales híbridos. De manera cierta, poseen un núcleo de sentido que unifica a los hablantes durante cierto tiempo y cuya permanencia se intenta preservar por comodidad comunicativa. Pero inevitablemente, está en constante modificación tanto por las innovaciones propias de los diferentes ejes de la estructura social, como son la economía, la tecnología y el ámbito del arte, como por las integraciones extranjeras a la lengua, producto de la permanente interacción con otros pueblos, que se magnifica en la era de la globalización electrónica.
Por ello afirma el intelectual mexicano: «...para Bajtin todo significado está limitado por su contexto, pero paradójicamente, ese contexto no tiene límites. El nombre de semejante ilimitación es para Bajtin la heteroglosia, o sea la diversidad y pluralidad de lenguajes. En el mundo moderno, la novela es el lugar privilegiado donde se reúnen los lenguajes plurales, donde yo y el otro nos encontramos y proponemos una historia inacabada» (pp. 36-37). Por eso, Fuentes destaca el surgimiento de la novela en la Europa que comenzó a dinamizar su cultura, su política y su entendimiento del mundo natural, en el último periodo del Renacimiento y el comienzo del Barroco, Época Clásica o Modernidad: finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII (algo que detalló en su ensayo Cervantes o la crítica de la lectura, de 1976). Así, esa nueva modalidad de la escritura, cuya concepción original implicaba transmitir las ideas novedosas por medio de la fabulación, se convirtió en el espacio idóneo para la convergencia de pensamientos (podían mezclarse acontecimientos de épocas separadas por el tiempo histórico); de estratos lingüísticos (se reproducía el habla de la nobleza y la del pueblo llano; la del jurista y la del astrónomo, etcétera); de idiomas y de la superposición entre estos; y de ideologías, entre muchas combinaciones más, puesto que el límite es el límite mismo de la palabra hablada y escrita. Afirma entonces el autor: «Narrativa donde todo posee un significado alterno. Construcción verbal no-literaria, no realista, que concierta la confrontación dialógica entre lenguajes diversos» (p. 37). De acuerdo con él, esta es la estructura paradigmática de la novelística. No sólo es el espacio de una historia que contar, que sería su primer nivel de sentido, sino también de los símbolos de una época, de la incorporación de elementos históricos, de atisbos prospectivos y de ideas en tensión cuando no en franco conflicto.