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Revista Replicante

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jueves, 20 de octubre de 2011

El cazador de sueños


El mundo narrativo de Stephen King es un cosmos medieval. Causalidad a distancia, sueños que afectan la vida en vigilia, entidades extra mundanas confrontando a nuestra especie, comunicación telepática, poderes kinéticos, expansión de las fuerzas mentales, vitalidad de engendros imposibles; el lado oscuro del ser y el reinado de lo improbable vueltos realidad espesa y tangible.
Poseedor de un tremendo aliento narrativo, su prosa es extraordinariamente precisa y envolvente. Fiel a sus temas cuyo centro gravitatorio es el imaginario de lo fantástico, la mayor virtud literaria de las muchas que muestra es la honestidad. Campeón del best-seller, nunca ha pretendido hacer otra cosa que no sean historias pulcramente narradas que capten la atención absoluta del lector. En este sentido, sus obras son tiranizantes: por más páginas que tengan no pueden dejar de leerse con avidez de principio a fin.
Cartel promocional de la película basada en el libro
En El cazador de sueños (Dreamcatcher), entrega con la que llega al medio centenar de libros, hace un repaso de dos de las más acendradas obsesiones planetarias de la actualidad, especialmente identificadas con la cultura estadounidense: la existencia y posible invasión de vida extraterrestre en nuestro planeta, y la capacidad conspirativo-represora de los Estados, particularmente del norteamericano que tiene como uno de sus pilares una fuerte y ominosa maquinaria militar en todas sus ramificaciones.
Así, una nave de origen y tripulación extraterrestre es derribada por la fuerza aérea y sometida por el ejército estadounidenses en los bosques de caza del norte de Maine. Algunos alienígenas −con intenciones poco loables– logran sobrevivir y escapar y, a su paso, se toparán con un sui generis grupo de melancólicos amigos de mediana edad que, sin conciencia exacta de ello, se hallan atrapados en los intersticios de un poder para-sensorial similar al de los visitantes del universo.
A través de un puntual y milimétrico realismo que se centra en el boscoso y nevado entorno de Maine, New Hampshire y Nueva Inglaterra, asistimos al vertiginoso encadenamiento de lo extraordinario con lo pedestre, la paranormal con lo cotidiano y, motivo recurrente en su narrativa, lo abyecto con lo sublime de la paradójica naturaleza humana.
Ciertamente, King es un optimista y un humanista y la presentación de interacciones humanas como la solidaridad y la amistad deja en su prosa cierto residuo unívoco y acaso políticamente correcto; no obstante, su buena mano narrativa salva el escollo al dotar a las acciones y personajes que muestran las antedichas virtudes de un trasfondo verosímil y literariamente justificado.
Habiendo llegando a un punto de su carrera en que sabe y asume que es un clásico contemporáneo, el escritor originario de Maine se permite diseminar una serie de subtextos metaliterarios a lo largo del trepidante universo de suspense de la novela. Entre estos, la conciencia intertextual del regreso narrativo a Derry; lugar del que son oriundos los héroes de Dreamcathcer, lo mismo que los de su fundamental y totalizante It (Eso) de 1987:

El ser o cosa que era el señor Gray acabó llegando al pedestal, que se veía con bastante claridad gracias a las luces de la camioneta […] Casi estaba tapado por la nieve, pero aún se veía la parte superior de la placa atornillada al frente… Encima habían escrito algo con spray rojo y mala letra. El mensaje también se leía perfectamente a la luz de los faros: PENNYWISE ESTÁ VIVO. (p. 388.)

Por igual, el develamiento sin rodeos de las influencias iconográficas omnipresentes en el desarrollo, manejo y planteamiento de los acontecimientos. De las cintas campy de invasores del espacio de los años cincuenta a los argumentos conspirativistas de la serie de televisión X-Files, pasando por referencias de Apocalypse Now de Ford Coppola (el coronel encargado de la limpieza extraterrestre se apellida Kurtz, por ejemplo). Así como la plena asunción del imaginario ufológico contemporáneo, entendiéndolo como la mitología popular de la segunda mitad del siglo XX por excelencia (algo ya argumentado así por Carl Sagan en Los dragones del Edén).
Como ha dejado establecido en sus memorias literarias bajo el nombre de Mientras escribo, en su caso la belleza y la seducción textuales son consecuencia de la sencillez y la autenticidad al escribir que se manifiestan en la intención explícita de simplemente contar una buena historia. Es entonces que pueden cristalizar pasajes como el siguiente:

Dos disparos ahogados por el rugir del viento y cuatro generadores eléctricos Zimmer. Dos abanicos de sangre y tejido cerebral blancuzco aparecidos como por arte de magia a la poca luz del remolque, sobre las cabezas de Cavanaugh y Bellson… Después la linterna rodó por el suelo del remolque, haciendo círculos de luz en la pared de aluminio, y la imagen se oscureció como la de un televisor cuando se desenchufa (p. 402).

Honestidad y pulcritud literarias; grados suficientes y necesarios para considerar a Stephen King más acá de los autores indispensables y más allá de la mera literatura de marketing.

•Stephen King, El cazador de sueños, Plaza y Janés, Barcelona, 2001. Traducción de Jofre Homedes. 622 pp.
Esta reseña originalmente fue publicada en Casa del Tiempo, febrero del 2002.

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