Con carlos Fuentes estamos en tiempo real. Avanzamos en marcha forzada al ritmo de su imparable capacidad creativa, al tiempo que, a querer o no, estamos a la expectativa de su ineludible desenlace físico. Nada que debiera escandalizar: a los 82 años, casi 83, es natural que el cierre del periplo vital se acorte en el horizonte. Pero él sigue y sigue impasible en la hechura de un universo narrativo que, sencillamente, no tiene igual en la historia de la literatura mexicana. Escatimar esa importancia es cometer una miseria intelectual.
Sin embargo, pese a que no ha habido año en el que el escritor por antonomasia no haya ofrecido algún texto al público (desde largas novelas a ensayos periodísticos), mucha de la crítica seria, mesurada, propositiva, en torno a él se ha estancado en otros tiempos, en otros temas, en otros cartabones para comprenderlo. Sin pretender hacer descubrimientos deslumbrantes ni punzantes observaciones, ofrezco aquí el fragmento de un ensayo de reciente publicación en el que exploro uno de los flancos poco explorados de su escritura: el apocalipticismo de las últimas tres décadas.
(El ensayo completo puede leerse en el hiper vínculo de ISSU aquí mismo en la barra lateral, o bien en su versión original en Replicante digital del mes de julio en: http://revistareplicante.com/literatura/ensayo/la-sobrevivencia-literaria/). Espero que les guste:
Carlos Fuentes en la actualidad |
Contrario a lo que sus reiterativos críticos han querido hacer creer, la literatura de Carlos Fuentes sobrevivirá a su muerte, puesto que ha mantenido la difícil tensión entre la progresión temática, la espesura ideológica, la identidad autoral y la variación estilística.[1] En contradicción con cierta crítica literaria, añorante de sus obras de juventud, que lo cataloga como un espectro literario[2], el porvenir de la escritura de Fuentes se ha consolidado en la última etapa de su carrera, cuyo inicio podemos ubicar a finales de los años ochenta del siglo pasado. De manera cierta, en la actualidad su papel como intelectual activo[3] se ha reducido prácticamente a las cenizas de lo que fue, pero no así la vitalidad de sus creaciones textuales, tanto ficticias como de opinión.
La clave para la
sobrevivencia literaria de Carlos Fuentes ha sido que, contrario a lo que sus
jubilosos exegetas han afirmado durante décadas, la ruta de su literatura ha
sido un esfuerzo constante por alejarse de su ópera prima, La región más transparente.[4]
Deslumbrante como fue, en el entorno socio-cultural de un México que ya no
existe, la novela de juventud de Fuentes ha quedado vinculada a su tiempo de
manera inconmovible. No es casual, entonces, que muchos de sus críticos y
apologetas, por igual, se hayan quedado estancados para siempre en las obras de
mediados del siglo XX. Entre ellas y la actualidad media el quiebre de los
setenta y el futurismo oscuro de los últimos veinte años. Pensar que uno de los
escritores mexicanos más importantes de todos los tiempos sea ajeno a la
transformación discursiva es, sencillamente, un dislate mayúsculo...
[1] Entre
los principales detractores tenemos a José Joaquín Blanco con “Carlos Fuentes:
de la pasión por los mitos al polyforum de las mitologías” en La paja en el ojo, Puebla, BUAP, 1980;
Adolfo Castañón con “Carlos Fuentes: constancias” en Arbitrario de literatura mexicana, México, Vuelta, 1993;
Christopher Domínguez Michael en su Antología
de la literatura mexicana del siglo XX, México, FCE, 1996, volumen II;
Armando González Torres con su ensayo “Carlos Fuentes: elogio de la desmesura”
en Letras Libres 119, noviembre del
2008, pp. 72-76; y, por supuesto, Enrique Krauze con “La comedia mexicana de
Carlos Fuentes”, contenido en su colección de escritos Textos heréticos, México, Grijalbo, 1992.
[2] Así,
por ejemplo, Fabienne Bradu en la reseña de Valiente
mundo nuevo, en Vuelta 173, abril
de 1991, pp. 41-42; Rafael Lemus en el comentario sobre Todas las familias felices, en Letras
Libres 95, noviembre del 2006, pp. 68-70, Heriberto Yépez en “Carta a un
viejo novelista” en Replicante nº 17,
invierno del 2008-2009, pp. 102-108; y Fernando García Ramírez en la reseña de Adán en Edén, en Letras Libres 137, mayo del 2010, pp. 86-87.
[3] Un
certero análisis sobre el rol social de Fuentes como intelectual lo encontramos
en el texto “Fuentes: el intelectual y la frontera de cristal”, del investigador
alemán Friedhelm Schmidt-Welle, ponencia presentada en el congreso “La región más transparente 50 años
después”, el 12 de noviembre del 2008 en el Instituto de Investigaciones
Filológicas de la UNAM, donde afirmó: «Carlos Fuentes es sin duda uno de los
intelectuales más completos de América Latina… un intelectual que lleva a
cuestas el peso de un inmenso capital cultural, como diría Pierre Bourdieu,
capital cultural adquirido tanto por su herencia como por su formación. Un
escritor de la llamada littérature
engagée y un intelectual de corte universalista, pero regionalista a la vez
por su afán permanente de definir o más bien construir la identidad nacional y
cultural mexicanas».
[4] Entre
los más destacados de sus estudiosos propositivos tenemos a Georgina
García-Gutiérrez con su obra Los
disfraces: la obra mestiza de Carlos Fuentes, México, El Colegio de México,
2000, lo mismo que el ensayo introductorio a su edición de La región más transparente, Madrid, Cátedra, 1999, pp. 9-83; así
como buena parte de los ensayos contenidos en los libros colectivos Carlos Fuentes desde la crítica,
compilado por Georgina García-Gutiérrez, México, Taurus-UNAM, 2000, y Carlos Fuentes: perspectivas críticas,
compilado por Pol Popovic Karic, México, Siglo XXI Editores-Tec de Monterrey,
2003.
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