I
Al consolidarse la ciencia y la tecnología de la alta Modernidad, se
sentaron las bases de lo que en el siglo XX, tras un acelerado ciclo evolutivo
en los siglos XVIII y XIX, será conocido como el “mundo tecnológico”, que a
decir del profesor e investigador mexicano Jorge Linares, posee las siguientes
características: “el entorno en el que vivimos ahora es, por primera vez, un mundo tecnológico; ya no vivimos en
definitiva dentro de la naturaleza, sino en una tecnoesfera rodeada de la biosfera. Este factum histórico es el resultado de la expansión del poder
tecnológico y de los alcances extraordinarios del ser humano de acción”.[1]
Ese poder tecnológico que la Modernidad desencadenó ha sido motivo de
diversos debates, horrores metafísicos, reflexiones intelectuales y preocupaciones
filosóficas de la más variada especie; todas con el elemento común de ponernos
en alerta sobre las insospechadas posibilidades que nuestras jóvenes
habilidades científicas y tecnológicas pueden engendrar (jóvenes en el marco
del tiempo de vida del hombre en la Tierra, se entiende). Dicha cualidad ha
reavivado en la mente moderna y postmoderna las claves centrales del Mito de
Prometeo.
El monstruo de Frankenstein, versión de 1931. |
Platón, en su personalísima versión del Mito lo narra así: En los
albores de los tiempos, los dioses decidieron hacer la naturaleza y todo lo que
en ella se aloja. Zeus, el dios mayor, encargó a Epimeteo, dios menor, esta
labor; y así se puso Epimeteo a dotar a todo cuanto existe en la naturaleza con
sus cualidades conocidas: “Ahora bien, como Epimeteo no era del todo sabio, se
le escapó que había acabado con todas las capacidades en los seres carentes de
razón; pero le quedaba aún sin preparar la especie humana, y estaba en un apuro
de qué hacer. Estando en apuros llega a él Prometeo para examinar el reparto, y
ve a todos los demás seres vivos cuidadosamente provistos de todo, pero al
hombre desnudo, sin zapatos, al descubierto y sin armas… Así pues, sin saber
qué salvación podía encontrar para el hombre, Prometeo roba a Hefesto y a
Atenea la sabiduría artesanal junto con el fuego, pues era imposible que sin el
fuego esa sabiduría pudiera adquirirse o ser útil a alguien, y de tal suerte la
regala al hombre. De ese modo, el hombre obtuvo la sabiduría para sobrevivir… y
obtiene el bienestar de la vida, pero a Prometeo, lo alcanzó más tarde el
castigo por el robo”[2].
En la tradición occidental, que ha interpretado el mito desde épocas
remotas, se ha establecido que el fuego robado por Prometeo y devuelto a los
hombres significa la sabiduría divina que llega a manos de los mortales; una
esencia de vida y protección que estaba bajo el resguardo del gran dios y que
es sustraída, en un acto de rebeldía, para ser otorgada a las más imperfecta de
sus creaturas. La Modernidad vio prontamente el paralelismo entre el mito prometeico
y las posibilidades que la ciencia y la tecnológica postcartesianas y
postgalileanas traían consigo.
Cryiocan, artilugio de la versión cinematográfica de Jurassic Park, 1993. |
Así, en el cruce entre siglos de finales del XVIII y principios del
XIX, las posibilidades de la ciencia y la tecnología comenzaron a resultar
inquietantes. Había pasado sólo un cuarto de siglo del inicio de la Revolución
Industrial en Inglaterra y su rápida expansión por el resto de Europa se había
comprendido ya como irreversible. El sistema social experimentó modificaciones
en cascada, muchas de las cuales no eran nada halagüeñas, como en su momento lo
tematizó Karl Marx.
Al mismo tiempo, el entorno científico vivía una creciente fascinación
por la vida; vida que, por cierto, comenzó a ser pensada más allá de un
entramado caracterológico visible y taxonómico para dar paso a un concepto de
organización biológica que enfatizaría no sólo las características visibles de
los seres vivos, sino sus potencias ocultas, invisibles en primera instancia. El
análisis de las “invisibilidades” de la vida dio pie a la imaginería que
buscaba penetrar en sus secretos hasta llegar al acto de creación vital misma,
por medio de estas fuerzas en principio ocultas al ojo no científico. En
consecuencia, numerosos investigadores se sumergieron en las variaciones
energéticas de la entonces recién descubierta fuerza eléctrica y no tardaron en
descubrir que buena parte de la energía biológica era energía eléctrica. Lo que
a nuestros ojos postmodernos puede parecernos incomprensión de la verdadera
manera de actuar de la realidad natural, en aquel tiempo era considerada una
posibilidad de lo más real: generar vida orgánica por medio de la electricidad.
O, por lo menos, reavivar lo orgánico fenecido por medio de ondas eléctricas.
Parte del pensamiento teórico-experimental de finales del siglo XVIII y
principios del siglo XIX, se halló inmiscuido en este oscuro, profundo y añejo
anhelo del hombre: ocupar el lugar del meta-alfarero del Génesis (Sloterdijk).
Se pensó que los elementos para lograrlo ya estaban presentes y que sólo cabría
ponerlos en el orden correcto para echar a andar el máximo mecanismo que el ser
humano puede concebir: dar vida por medios extra naturales, es decir,
tecnológicos...
El ensayo completo puede verse en Replicante digital: http://revistareplicante.com/literatura/ensayo/la-tecnologia-moderna-y-el-nuevo-prometeo/
El nuevo Prometeo ISSU
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