Considerado un
arte post-vanguardista, post-humanista y, en consecuencia, post-modernista, el
variopinto conjunto de manifestaciones de la cultura alternativa ha funcionado
como Némesis del arte institucionalizado, al que sus paladines llaman “arte
culto”. En este sentido, el arte alternativo opera bajo los mismos esquemas
estéticos estandarizados, pero subvirtiéndolos en desarrollo e intencionalidad.
De esta manera, dicho tipo de arte se halla en medio de una paradoja. Por una
parte, jalona la expresión estética por caminos insospechados de temática,
materiales y ejecución; y, por otra, tiene que preservar parte del encuadre
estético institucionalizado, a riesgo de no hacerlo y diluirse en cualquiera
otra cosa excepto arte —artesanía, publicidad, sentimentalismo—.
Con todo, se ha
consolidado como un mundillo lúcido y vigoroso; pleno de experimentación y
libertad creativa, ha visto nacer algunas de las manifestaciones culturales más
dignas y propositivas de los últimos cincuenta años. De los beatniks y el dirty realism a los cómics cyberpunk;
del acid rock y el dark wave al thrash metal; de los performances y el arte objeto al hiperrealismo
escatológico, y una larga lista adicional.
Dentro de la
diversidad y disimilitudes que todas estas manifestaciones poseen, tienen sin
embargo algo en común: por regla general, son execradas por el mainstream cultural. Se las considera
chocarreras, excéntricas, dudosas o de mal gusto. Se les antepone el gesto
adusto de la crítica convencional con sus dicotomías preestablecidas entre lo
culto y lo popular, lo exquisito y lo vulgar, lo digno y lo despreciable. En
consecuencia, carecen de difusión masiva y son escasos sus portavoces; sus
críticos serios son minoría, y quienes tienen el arrojo de erigir medios en los
que estas manifestaciones tengan cabida son, prácticamente, héroes o
locos.
Rogelio Villarreal |
Uno de ellos es
Rogelio Villarreal. Pilar indiscutido de los escasísimos medios alternativos de
este país, se ha mantenido vigente como editor de propuestas innovadoras,
frescas, contestatarias y sin duda incómodas durante más de un cuarto de siglo.
El eje intelectual que liga las revistas La
regla rota, La Pus Moderna, Replicante y Replicante Digital (estas últimas en excelente mancuerna editorial con Roberta Garza) ha mantenido ese conjunto de constantes,
si bien entre cada una ha habido un notable desarrollo y evolución de la
propuesta alternativa de Villarreal. Crítico, narrador y ensayista, explica así
la intención de sus propuestas históricas en materia editorial:
La Pus retomó el carácter lúdico de su predecesora [La regla rota] para pitorrearse de la
cultura “culta”. Más que de la cultura culta, de sus ampulosos oficiantes, de
su vacuo despliegue de erudición, del pedantísimo sistema de valores, prebendas
y cacicazgos que han construido en torno suyo y del opulento andamiaje
burocrático que exige cada día varios millones de pesos para reproducirse y
promover actividades culturales asépticas y pasteurizadas, de puro oropel. En
un plano infinitamente más modesto, La
Pus se sustenta en el trabajo de los creadores que cuestionan y cimbran los
cimientos de la moralidad y, por ende, de la hipocresía; del poder y del
nacionalismo —embriones de nuestro fascismo corriente— y de la ideología
—cáncer terrible del espíritu humano—, así como de la ramplonería y las formas
caducas y mojigatas del arte y la literatura.
Sin asomo de
dudas, la trayectoria editorial de esta guisa que el autor de la estupenda
colección de relatos sucios 40 y 20
(México, Moho, 2000) ha puesto en marcha desde hace más de dos décadas, ha
solidificado como una entidad colectiva, plural y polifónica que ha contrastado
de manera irreprochable con el anquilosamiento cultural nacional y su
enquistada élite de cabecillas que no han hecho sino pasarse la estafeta del
mundo artístico y crítico nacional desde la asonada exitosa que sus
predecesores dieron en los tiempos posrevolucionarios para erigirse como jueces
y partes de lo que en materia estética ocurre en esta nación.
Escultura Cyberpunk |
En el trabajo
editorial de Rogelio Villarreal, existe una interconstrucción entre el
tratamiento hermenéutico que se da a las expresiones artísticas de cuño
contestatario y la dinámica de tales expresiones. Es decir, hay una simbiosis
entre la confección y la difusión, la intencionalidad estética y el análisis
crítico; una dinámica de retroalimentación que comparten creadores, analistas y
difusores de la cara oculta de la realidad cultural de una entidad regional,
nacional o internacional.
Villarreal ha
manifestado el cariz compartido entre las publicaciones por él dirigidas y los
objetos de análisis de las mismas, sean estos tangibles o intangibles, de
coyuntura o tradicionales: una concepción del medio y del mensaje “áspera y
agresiva en más de un sentido”, con una manera de hacer crítica “directa y
burlona”, con numerosas “licencias antiacadémicas”. En este sentido, los
hacedores artísticos y sus hermeneutas se hermanan en la forma y en el fondo de
sus respectivos quehaceres, y han encontrado en las revistas editadas por
Rogelio el marco idóneo para presentar los productos de su trabajo así
imbricado.
Sin embargo, el
oriundo de Torreón siempre ha tenido el cuidado de no erigirse en paladín de un
movimiento alternativo monolítico o en portavoz de una supuesta tendencia
contracultural que operaría en bloque, al estilo de las camarillas exquisitas
de los consabidos santones de la cultura institucionalizada. Por lo contrario,
ha enfatizado el carácter mixto, diverso, universal e incluso contrapuesto de
los diversos componentes de eso que tradicionalmente se ha llamado
contracultura y que a mí entender mejor es nombrar como ‘cultura alternativa’:
La contracultura no es un movimiento cohesionado, coordinado, articulado. Son cientos de manifestaciones, más o menos independientes, a veces antagónicas, que se dan en función de la oposición o marginalidad en relación con el Estado, como en el caso de los pintores marginados o los gays, las travestis, los movimientos feministas, los escritores que no pueden publicar en revistas prestigiadas, los chavos banda, los grafiteros, los skatos. Son brotes simultáneos, son hongos que se contraponen a ciertas formas de la cultura oficial, a los cánones de la cultura tradicional mexicana. La contracultura no es una sola, no es un movimiento...
La descentración
del liderazgo que sin duda alguna posee Villarreal como el impulsor número uno
de estas manifestaciones en un acoplado editorial permanente como han sido las
publicaciones periódicas que, contra viento y marea, él ha puesto en el
candelero de la opinión pública alternativa nacional, es el núcleo de la fuerza
de su incansable labor crítica y editorial. Existe un isomorfismo entre el modo
policromático de ser del conjunto de fenómenos contraculturales y el medio de difusión
que les da cabida con acento juicioso y mirada abierta. Del torbellino de la
multipolaridad doxática emerge el entramado de un orden cultural alterno que ha
apuntalado buena parte de la todavía endeble progresión cívica, contestataria y
crítica de este vapuleado país, “un país en ruinas”, como acertadamente lo ha
llamado Rogelio.
Este texto es un extracto ligeramente modificado de la reseña sobre el libro Sensacional de contracultura de Rogelio Villarreal, esta puede verse completa en mi página de SCRIBD: http://es.scribd.com/doc/67997146/Politica-y-cultura-alternativa
1 comentario:
De acuerdo, Manuel. Rogelio Villarreal es un tipazo, mentor de varios (me incluyo) y un pilar de la difusión cultural -así, sin prefijos- mexicana.
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