El asunto de la
imposibilidad civilizatoria nacional (eco de la imposibilidad civilizatoria
moderna occidental) es retomado con acidez quince años después de Cristóbal Nonato (1987) en La silla del águila (2002). Escrita de manera
convencional, al estilo de las novelas epistolares del siglo XIX, accedemos en
ella a un estado de cosas donde el subsistema político se ha mimetizado con el
sistema social mismo. Todo aquello que conforma la vasta realidad de la nación,
es subsumido al trajín de la mecánica perversa del poder político. Ésta integra
a la patria a su imagen y semejanza y llega a un punto de saturación en el que
su existencia es la existencia misma del país. Un país «cíclicamente devastado por
una confabulación de excesos y de carencias: miserias y corrupción, igualmente
arraigadas…».[1]
Carlos Fuentes |
En La silla del águila, el talante cyberpunkiano es latente en el futurismo
catastrófico que envuelve la realidad nacional. Funciona como el atisbo de un
futuro desesperanzador a la vista en el horizonte de tormentas de la realidad
socio-política mexicana. La nación entera ha sido retrotraída al siglo XIX por
una de tantas balandronadas populistas y egocéntricas de los “reyes de México”,
los presidentes y su inagotable cantera de dislates:
El Presidente decidió, quizá como regalo de Año Nuevo 2020 a una población ansiosa, más que de buenas noticias, de satisfacciones morales, que pediría en su Mensaje al Congreso el abandono de Colombia por las fuerzas de ocupación norteamericanas y, de pilón, prohibir la exportación de petróleo mexicano a los Estados Unidos, a menos que Washington nos pague el precio demandado por la OPEP. Para colmo, anunciamos estas decisiones en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. La respuesta, ya lo viste, no se hizo esperar. Amanecimos el 2 de enero con nuestro petróleo, nuestro gas, nuestros principios, pero incomunicados del mundo. Los Estados Unidos, alegando una falla del satélite de comunicaciones que amablemente nos conceden, nos han dejado sin fax, sin e-mail, sin red y hasta sin teléfonos. Estamos reducidos al mensaje oral o al género epistolar…[2]
La elección del
carteo como fundamento estructural de la novela, resalta el carácter
retroactivo de la circunstancia nacional para el inicio del año 2020. La vuelta
a las usanzas de épocas pretéritas en un mundo futuro interconstruido por el
sistema tecnocientífico de impronta estadounidense, pone de relieve la
fragilidad del pretendido progreso mexicano, puesto que sus cimientos son
endebles, ajenos y provisionales. La implosión tecnológico-comunicacional
nacional opera en la trama como una muestra y un vistazo dentro de la realidad
viciada del país, ya que sólo dura unos cuantos meses, siendo al final
restituida la normalidad tecnológica al momento en que un nuevo gobierno cede a
los requerimientos de Washington.
La ojeada al futuro
desolador determinado por el quebranto comunicativo a gran escala, saca a flote
la degenerada construcción del sentido social en su totalidad por parte del
poder político. En un país exiliado del mundo al haber sido bajado el switch
intercomunicacional de conexiones globales, lo que se preserva con inusitada
virulencia son los modos, las intenciones y las acciones deleznables de la
política á la mexicana.
El intenso carteo
entre los más destacados operadores políticos del país, nos sumerge en las cavernas
de la hechura de ese universo de cinismo, ambición desmedida y total desprecio
por la civilidad, la dignidad humana y los valores abstractos, racionales e
iluministas, de la sana convivencia en sociedad, por parte de una pandilla de
rufianes exquisitos que desde siempre se han hecho del mando de los designios
de México. Tono apocalíptico sin reservas: cuando el mundo ha sido despojado de
sus adelantos tecnológicos, lo que emerge es la vuelta al tribalismo, a la
lógica de la horda y de la selva, a la sobrevivencia del más fuerte, del más
salvaje, del que se siente en casa con el regreso de la barbarie.*
*Este fragmento pertenece a mi ensayo "El arco literario crepuscular de Carlos Fuentes". Lo pueden ver aquí mismo en la barra de la derecha o en su edición original en Replicante: http://revistareplicante.com/literatura/ensayo/la-sobrevivencia-literaria/
[1] Cfr.,
Fuentes, Carlos, La silla del águila,
México, Alfaguara, 2002, p. 360.
[2] Ídem,
p. 26, capítulo 2, (carta de) “Xavier Zaragoza “Séneca” a María del Romero
Galván”.
2 comentarios:
¡Qué interesante!
Me parece sobremanera original el construir un universo apocalíptico en forma diferente a lo usual: nada de epidemias o guerras nucleares, sino la simple "bajada de un switch" a causa de una bravuconada política.
Es como desnudar la fragilidad de todo un sistema que consideramos infalible.
Naturalmente, es un escenario posible.
Creeme que yo siempre he pensado que, al menos en mi país, si sobreviniera una catástrofe total, lo único que estaría reconstruido cien años después serían los estadios y la casa de gobierno.
Va un abrazo.
Muy cierto, pelado, y en eso hay una gran maestría por parte de Fuentes: estamos tan acostumbrados a lo sistema tecnológicos que no tenerlo es retrotraernos a una época impensable. Gracias por tu comentario. Saludos.
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