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Revista Replicante

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domingo, 1 de junio de 2014

#Todos somos Timoteo de Rodrigo de la Sierra


El camino, sin duda, lo pavimentó Warhol hace ya medio siglo: la fusión inseparable ya entre arte y mercado, la puesta en cuestión del paradigma del arte reservado, enclaustrado, platónico, cara al academicismo y al purismo estético; al cabo, las lecciones prácticas de Warhol sobre arte y mercado, y sobre el arte como mercado, fueron lo preponderante en la estética occidental. Hoy, ya nadie con seriedad podría realizar una crítica moral de dicho paradigma estético. Que el arte sea comercial, y siga siendo arte, es parte de la axiomática cultural de nuestra era postmoderna. Lo único que sí no ha cambiado al cabo del tiempo, es la medición de la calidad de las obras de arte. Forma, pericia técnica, densidad significativa, hoy como ayer, representan el carácter valorativo básico de la creación artística.



Escalera eléctrica, 2012.


 
Justo bajo este parámetro se evalúa la obra escultórica del artista mexicano Rodrigo de la Sierra. Con base en el personaje central de Timoteo, lograda caricatura de las actitudes humanas que, en palabras del artista, “se vuelve un espejo de quien lo mira” y que “tiene como base la dinámica de la acción”, ha generado un universo plástico que combina con precisión el gancho estético comercial con la lograda ironía crítica, común al arte de valía cultural.




Instalación conceptual: Éxodo, 2012.



En conversación con Milenio.com, de la Sierra expresó que “todo comenzó como una auto crítica; Timoteo en su inicio fue mi alter ego, que se transformó en un personaje universal que sirve para realizar una ironización de la sociedad actual; con él he intentado reflejar la levedad del Ser”. Arquitecto de profesión, tras más de una década de dedicarse a dicha actividad estético-pragmática, decidió hinchar las velas por el camino exclusivamente escultórico. En dicha empresa, ha sabido mezclar el sentido administrativo con el creativo; una acertada noción de lo comercial, sin perder la intencionalidad estética tradicional; al respecto, el escultor afirmó: “no me parecen que lo comercial y lo, llamémoslo cultural, estén contrapuestos. Mi experiencia en el ámbito arquitectónico me ha dado la posibilidad de establecer un adecuado esquema de negocios, sin perder el sentido de lo que quiero decir con la escultura. Bienales y galerías; casas de cultura y exposiciones comerciales, no se contraponen”.
De esta manera, accedemos a la serie de 20 esculturas y una instalación con 7 más, todas con el personaje central de Timoteo, ser humano caricaturizado que transmite la épica absurda de nuestro tiempo (por cierto, el artista avanzó en la charla con Milenio.com que posiblemente lo pueda expandir al mundo de la ilustración, la animación y la pintura). 






Happiness, 2012.


Así, a través de un justificado didactismo, el autor trabaja en sus esculturas (todas ellas de bronce, aunque con una pátina especial que les da una visibilidad marmolea) una narrativa cercana a la historieta conceptual. Ejemplos de ello son las obras Happiness, en la que un grupo de Timoteos hacen fila, ven la hora, cuentan sus monedas y finalmente pasan frente a una máquina que levanta un espejo para prodigarse una sonrisa en el reflejo; acabado el momento, regresan a la grisura de lo cotidiano. O en Memento mori: un pelotón que se dirige entusiasmado al campo de batalla con la muerte impasible cuidando la retaguardia. Y, quizá la más contundente de todas: Escaleras eléctricas, en la que un grupo de hombres giran en banda potencialmente al infinito. Dependencia inexorable del ser humano y su máquinas, sin sentido de la vida moderna; o, por mejor decir, sentido interno sin resolución, ensimismado e imparable. 





Memento mori, 2012.




*Esta nota apareció originalmente en Milenio.com; disponible en:

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