En su novela ciberpunk de 1987, Cuando falla la gravedad, el finado
escritor estadounidense George Alec Effiger plasmó un mundo postmoderno
subvertido. En éste, el sistema social ha implotado y presenta una
configuración paradójica: mientras los vectores tecnológicos han seguido su
curso hacia adelante, plenos de eficacia y sofisticación, con productos como
los dispositivos intracraneales para la modificación de la personalidad (artilugio imaginario que, por cierto, James
Cameron retomó sin dar crédito en su guión del ‘95 para Strange Days de Kathryn Bigelow), el orden socio-político ha
retrotraído a la época medieval, con un centro de poder voluntarioso, de corte
feudal, en el que un mandamás despótico –Friedlander Bay, conocido como “Papa”−
dispensa un orden con fundamento criminal a un variopinto conjunto de
habitantes que, por lo demás, coexisten de manera desinhibida en un enclave
literalmente amurallado: “El Budayén era un lugar peligroso y todo el mundo lo
sabía. Por eso, una muralla rodeaba tres de sus lados. A los viajeros se les
advertía que no se acercasen al Budayén…”.
Fuera de esas murallas, existe un mundo
tribal desenfrenado, donde habitan seres alienados, deshumanizados y bajo el
caos de la supervivencia extrema, dispersos en un vasto territorio desértico,
real y moral. De manera que la seguridad proporcionada por el barón criminal de
la ciudad, con fundamento en una lógica mafiosa, salpicada con cháchara
religiosa postislámica, es lo mejor que los habitantes pueden tener para lograr
un mínimo de convivencia normalizada. El jefe criminal y su estructura de poder
hacen las veces del Estado.
Paisaje cyberpunk |
No es descabellado pensar, entonces, que
una de las rutas posibles del periodo postcivilatrio que ha comenzado ya a
gestarse en el actual sistema-mundo capitalista, desemboque justo en eso: en un
orden social postestatal, neofeudal y tecnologizado. Las dinámicas sociales
contemporáneas, de corte criminal, en diversas regiones del Tercer Mundo,
hablan de ello. De la mímesis de gobierno y mafia en Kosovo y Afganistán a la
erección de enclaves fortificados, plenos de armamento y tecnología de punta,
con fuerte arraigo social y protección gubernamental garantizada, como en su
momento lo hizo Pablo Escobar en Medellín, Colombia, y en la actualidad lo hace
Joaquín Guzmán en el "Triángulo dorado", al norte de México. Como
dice Immanuel Wallerstein, en este tipo de Estados (o Estados-fallidos, para utilizar
la cruda descripción que usa la política exterior estadounidense):
Los políticos y los burócratas de estados débiles (e incluso de los fuertes), que se están debilitando aún más y están perdiendo su legitimación popular (y por lo tanto cierto control popular), han tendido en muchos casos a fusionar sus intereses con los de las mafias externas al Estado. En algunos casos quizá no valga la pena tratar de distinguir entre los dos grupos.[1]-[2]
Esto ha sido un proceso sostenido y
acelerado que ha coincidido con una dinámica de ajustes civilizatorios mayores.
En la medida que el mundo opera como un sistema, la interconexión de sus nodos
vitales está determinada por las cualidades de estos en su relación recíproca: “Un
sistema histórico debe representar una red integrada de procesos económicos,
políticos y culturales cuya totalidad mantiene unido al sistema. Por
consiguiente, si cambian los parámetros de cualquier proceso particular, los
otros procesos de alguna manera deben adaptarse”.[3] Uno de los ajustes que se
han verificado de manera rotunda, junto con el descentramiento de la lectura en
favor de los mass media y la
interconexión tecnologizada mundial, es el de la lógica del capitalismo en sí
mismo.
Debido a que la nuestra es una civilización
con fundamento en una economía-mundo universal, el sistema social debe sus
mayores rendimientos materiales a lo que en ella sucede. Contrario a lo que
pudiera pensarse, la evolución de la dinámica capitalista no ha ocurrido de
manera recalcitrante en las esferas productivas de vanguardia tecnológica,
administrativa y financiera; sin duda estas han sido cardinales en la expansión
del capitalismo mundial y le han dado un rostro inédito al que tenía hace
incluso una generación, pero la mutación más dramática de dicho modo de
producción ha provenido del submundo del crimen organizado globalizado.
Su lógica es la misma que la del sistema de
producción capitalista, puesto que es un engendro del mismo, sólo que llevado
al extremo. En el capitalismo de corte criminal, existe una especie de
literalización de la metafórica de la administración de empresas. “Limpiar
mercados”, “eliminar la competencia”, “conducirse con ferocidad”, “reducir a
cenizas el negocio ajeno”, etcétera, son llevadas a la realidad en aras de
conseguir la máxima cantidad de plusvalor posible. El crimen organizado realiza
puntualmente lo que, sotto voce,
quisieran hacer numerosas empresas capitalistas a lo largo y ancho del mundo:
eluden las barreras fiscales impositivas, quiebran la autoridad de los Estados
y regulan de manera casuística el trabajo de sus empleados. Realizan todo lo
que sea necesario para obtener el mayor volumen de utilidades y defolian sin
miramientos los arbustos competitivos que obstruyen la alta jerarquía de sus
productos. No gastan un centavo en publicidad y aun así mantienen una inmensa
comunidad de consumidores por vía de la adictividad de sus mercancías.
Cargamento de mariguana |
Como en el tardo medievo la creencia
religiosa llegó al extremo con las persecuciones despiadadas de la Santa
Inquisición, difuminando para siempre la programática caritativa del
cristianismo arcaico, de la misma manera el capitalismo corsario está llevando
a confines insospechados a la economía de mercado tal y como la hemos conocido
en los últimos 500 años. De esta manera lo han comprendido algunos de los
portavoces y los analistas de la administración de empresas, piedra de toque de
la estructura funcional de las empresas capitalistas. Así, por ejemplo, Marc
Goodman en el ensayo “What Business Can Learn from Organized Crime” (publicado
en Harvard Business Review, noviembre
del 2011, pp., 27-30), establece que hay una serie de elementos que se pueden
importar del modus operandi de las
mafias internacionales a los negocios legales; entre estos:
Criminal organizations pay well, both to compensate for the legal risks involved and because their high profit margins allow them to. But they realize that team members usually aren’t in it just for the money. Most enjoy the thrill of breaking the law. Many, particularly hackers, are also motivated by the challenges of sophisticated security systems and the bragging rights they gain when they foil them. Although criminal organizations still employ a fair share of thugs, they’re increasingly attracting highly educated people who seek autonomy and intellectual stimulation—not unlike the people who are drawn to the risky, demanding work environment of a start-up.
Independientemente de lo acertado de su análisis
(personalmente, me parece que lo es, si bien se centra casi exclusivamente en
las actividades criminales finales, es decir, en el nivel de la logística y la
inventiva para romper la ley), la importancia del ensayo radica en que desde la
esfera del análisis académico de la dinámica del capitalismo, se ha comenzado a
dar cierta legitimación al modo de ejercer negocios desde la lógica extrema de
la mafia. Pareciera que ha comenzado a ser atractivo el empuje desregulado y
salvaje hacia adelante que dicha esfera de acción ha dado a la economía-mundo
al uso. A pesar de que el autor intenta mantener una clara distancia con
relación a su objeto de estudio, no deja de haber en él la aceptación de un
halo de seducción inevitable:
Comparing the practices of criminal and terrorist organizations with those of corporations is by definition an imperfect exercise. Despite their sophistication and managerial prowess, crime groups are unconcerned with the human and social costs of their acts; they will remain ruthless no matter how many computer scientists they employ. But it’s also true that as organized crime has come to rely more on technology for competitive advantage, its craft has developed a greater resemblance to the activities of law-abiding businesses. In some cases, criminal enterprises are now the ones pushing the frontiers of knowledge and innovation. Given the high profitability of global cybercrime networks and the limited threat they face from legal authorities, legitimate businesses will undoubtedly become targets more frequently. Managers need to pay close attention to the tactics being used against them—and perhaps even learn to profit from some of the global gangsters’ insights.
El aserto “En ciertos casos, las empresas
criminales son ahora las que empujan las fronteras del conocimiento y la
innovación” es revelador. La impronta del desarrollo del capitalismo de
desenfreno parece que marca la ruta para que el sistema encuentre vías de salida
a sus constantes crisis y explorar, así, maneras de incrementar su productividad
sin cortapisas. El analista destaca la falta de compromiso social de las
empresas criminales, pero es justo eso lo que marca un límite mínimo a la acumulación
desmedida de capital por medio de la reintegración de un determinado porcentaje
para la retribución social, principalmente en la forma de pago de impuestos y
prestaciones a los trabajadores. Pero nada obsta para que estos logros sean
revocables y se vuelva a un estado de cosas en el que sean inexistentes;
después de todo, otros modos de producción históricos florecieron sin ellos y
el propio capitalismo, tanto en su fase inicial europea como en su fase actual
tercermundista, ha vivido con ellos en su mínima expresión. Una retrotracción
en este sentido no sería imposible y sí, en cambio, puede vislumbrarse, como en
la ciencia-ficción umbrosa de Alec Effinger, una regresión sui generis que mezclara elementos medievales con high tech postmodernista.
En este estado de cosas, en el que se ha
ralentizado el papel del Estado, de por sí mermado desde hace medio siglo por
la globalización absoluta del sistema económico, éste se halla ante fuertes
presiones que en los casos más problemáticos tenderán a su final implosión. “El
futuro del estado-nación no es, ni mucho menos, seguro. Si los Estados Unidos y
otros gobiernos se muestran cada vez menos dispuestos (o incapaces) a continuar
cumpliendo los principios del compromiso del estado de bienestar entre
capitalistas y trabajadores, ¿cómo reaccionará ‘el pueblo’?”[4] Si esta pregunta es
apremiante en el Primer Mundo, por lo que respecta al Tercer Mundo, todo indica
que en él se viven grandes experimentos sociales en materia de órdenes de
interacción claramente distanciados de los presupuestos liberales, democráticos
y republicanos que marcaron la modernidad.[5]
Ello, por supuesto, no ocurre de manera
aislada, sino que es parte del sistema interestatal de relaciones de
producción. Las presiones de la nueva manera de hacer empresas, de corte
ilegal, son tan grandes para la mayoría de los Estados, en el nivel
internacional, que la estrategia principal de las naciones con mayores recursos
e influencia global consta de tres partes fundamentales: 1) absorber los
inmensos capitales de las actividades ilícitas dentro de un sistema financiero
fuerte, que los pueda reciclar en beneficio propio; 2) desplazar los hechos de
sangre, como son las luchas por rutas, territorios e insumos logísticos, del
centro a la periferia del sistema, y 3) realizar una agresiva política de
intervención operativa en las naciones débiles para conformar una frontera de
facto a la penetración de la desinhibición conductual de las grandes mafias
(manteniendo abierta la compuerta para sus productos y sus ganancias). En este
sentido puede leerse el puntual aserto de algunos ex agentes de la DEA, citados
por el New York Times en su edición
del 4 de diciembre del presente año (en el artículo “U.S. Drug Agents Launder
Profits of Mexican Cartels” de Ginger
Thompson):
The officials said that while the D.E.A. conducted such operations in other countries, it began doing so in Mexico only in the past few years. The high-risk activities raise delicate questions about the agency's effectiveness in bringing down drug kingpins, underscore diplomatic concerns about Mexican sovereignty, and blur the line between surveillance and facilitating crime. As it launders drug money, the agency often allows cartels to continue their operations over months or even years before making seizures or arrests.
La descripción de los saldos del trabajo de
la DEA en países tercermundistas, México como ejemplo central, pone de
manifiesto la disonancia actual de las nociones que ordenaron estructuras
estatales ya concluidas. La cuestión de la soberanía es sobrepasada por un
mundo interconectado, con fronteras porosas e inmensos desplazamientos
poblacionales, materiales e ideológicos de la periferia al centro del sistema.[6] La ayuda logística a las
operaciones de la mafia, con fines pretendidamente estratégicos, pero con rendimientos pragmáticos tangibles, revela la fuerza de
atracción que el capitalismo de desinhibición produce en la economía-mundo
tradicional. El “apoyo al crimen” debe ser visto como los primeros lazos
oficiales que una economía al mismo tiempo poderosa y endeudada como la
estadounidense ha realizado para una posterior mimetización entre una economía
de especulación financiera y una economía de producción corsaria. Una vez más,
se vislumbra ahí el paso siguiente de la dinámica capitalista en el tiempo por
venir.
Las modificaciones estructurales de los
sistemas complejos son siempre ambiguas. Pueden tener un núcleo de variables
cognoscible que asegura un cierto nivel de predictibilidad, pero al mismo
tiempo engloban también un conjunto considerable de factores que resultan
invisibles para el análisis en un tiempo determinado. De acuerdo con el estado
de cosas actual, un mundo sombrío como el que han relatado de diversas maneras
los géneros apocalípticos de la ciencia-ficción parece ser una posibilidad
real. Después de todo, la historia enseña que las épocas de esplendor
civilizatorio relativo han tenido que encadenarse con períodos de decadencia,
oscuros y problemáticos. Cosa que no obsta para que otras posibilidades, de
luminoso renacimiento social, puedan verificarse, si bien con menor
probabilidad, en el futuro inminente. La gran cuestión que queda abierta,
núcleo de un debate perenne en la filosofía política y en las ciencias
sociales, es: hasta qué punto el sistema social sigue dinámicas impersonales
ciegas que rebasan a los individuos y hasta qué punto existe un espacio
voluntarioso para cambiar reflexivamente su devenir inexorable.*
*Este texto se publica en paralelo con Replicante: http://revistareplicante.com/politica-y-sociedad/visiones-sobre-la-mutacion-del-capitalismo-tardio/
*Este texto se publica en paralelo con Replicante: http://revistareplicante.com/politica-y-sociedad/visiones-sobre-la-mutacion-del-capitalismo-tardio/
[1] Véase,
Immanuel Wallerstein, Utopística o las
opciones históricas del siglo XXI, México, Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 2003,
pp., 49-50.
[2] Dentro
de los múltiples ejemplos que existen al respecto, uno particularmente
revelador puede verse en el reportaje “Una mafia estatalmente amparada” de
Patricia Dávila, en Proceso nº 1830,
27 de noviembre del 2011, pp., 36-38, donde se narra cómo un grupo de
secuestradores duranguenses son miembros activos de diferentes dependencias del
gobierno de dicho estado y, seguros de su impunidad, se identificaron con
nombre y apellidos.
[3] Véase,
Immanuel Wallerstein, Impensar las
ciencias sociales, México, Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 1998, p. 250.
[4] Véase,
Susan Buck-Morss, Mundo soñado y
catástrofe, Madrid, Antonio Machado Libros, 2004, p., 53.
[5] Todo
parece indicar que la modificación de la dinámica social que ha ocurrido desde
hace una generación en Ciudad Juárez es un caso índice de esto. La parte más
visible ha sido, por supuesto, la que se halla vinculada con el narcotráfico,
pero existe ya un proceso generalizado de subversión de los diques humanistas
modernos con eje central en la persona humana que han encaminado al tejido
social juarense hacia un plexo de interacción cuyo fundamento es la violencia,
el valor del dinero por sobre la vida y la desinhibición de los impulsos
primarios. Al respecto, véanse los relatos de investigación social periodística
Huesos en el desierto de Sergio González
Rodríguez (México, Anagrama, 2002) y Ciudad
del Crimen de Charles Bowden (México, Grijalbo, 2010).
[6] Entre
estos intercambios permanentes, uno muy importantes es el de los estilos de
vida. Si durante mucho tiempo el modo de vida aburguesado de las sociedades
ricas permeó con fuerza en el resto del mundo, como guía e ideal, en la
actualidad ha habido una creciente penetración de los modos de vida con base
criminal que han florecido de manera exuberante en el Tercer Mundo. El caso
mexicano y la relación que guarda con Estados Unidos es sintomático. Una de las
cosas que poco se ha dicho en el nivel analítico y que sistemáticamente se
elude en el nivel oficial, es que la socio-economía del narcotráfico y actividades
criminales afines cubre espacios sociales cada vez más amplios en México.
Existen cientos de miles de personas vinculadas de diversas maneras a la fuerza
de trabajo del crimen organizado, conformando una sólida red social de apoyo a
éste. Un ejemplo preclaro de esto salió a la luz con la matanza de 26 personas
en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 24 de noviembre del 2011. En las
primeras investigaciones no quedaba claro cuál era el vínculo de los fallecidos
con el narcotráfico; muchos alzaron la voz diciendo que habían sido
“levantadas” y asesinadas personas “inocentes” (se puede ver un detallado
recuento de esto en el artículo “Jóvenes y pobres, los 26 muertos de
Guadalajara” de Felipe Cobián y Alberto Osorio en Proceso nº 1831 del 4 de diciembre del 2011, pp., 22-24). Esto no
se descarta necesariamente, y nadie en su sano juicio eliminaría la posibilidad
de que en el frenesí anti social de la mafia, puedan darse asesinatos sin
motivo, pero la historia de la economía corsaria muestra la tendencia
contraria: en ella, el asesinato tiene causas y dividendos pragmáticos. Así que,
independientemente del devenir del caso, lo que pocos quisieron ver y pocos se
atrevieron a especular, es lo opuesto: que existe un creciente número de
personas comunes que de diversas maneras trabajan para la desmedida industria
del crimen en México. No necesitan ser matones, ex presidiarios o mercenarios.
Basta con vigilar la colonia, dar recados, guardar bultos comprometedores,
etcétera, a cambio de una determinada paga que casi nunca es cuantiosa, pero
que saca a flote a un espectro de la sociedad que se encuentra en el lindero de
la pobreza extrema.
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