Powered By Blogger

Revista Replicante

  • https://revistareplicante.com/

viernes, 30 de septiembre de 2011

Las posibilidades del arte en la era postmoderna


I. La realidad de cuatro quintas partes del planeta se resume en la desigualdad[1]. En la profunda brecha que separa al rico del pobre, al ilustrado del analfabeta, al integrado del excluido, al poderoso del sometido, al feliz del desdichado. Radical, irrefrenable y consustancial al ser histórico y social de las naciones que viven bajo la bóveda de la civilización capitalista, la desigualdad ¾seamos objetivos¾ no tendrá un desenlace que nuestros ojos perciban y nuestras almas celebren. No verá su fin ni nuestra generación ni cinco generaciones más. Un futuro sombrío se nos presenta.

Pero esto no abre necesariamente la puerta al nihilismo o al derrotismo. El peor náufrago es el que abandona los remos a la mitad de la tormenta. No habrá solución aceptable y temprana para nuestra desafortunada y ofensiva realidad, pero hay paliativos, remansos, flancos de luz y líneas de batalla. Por lo menos nos quedan algunos recursos. Uno de ellos, vital, sentido y profundo, es el arte.

No es el antibiótico ni el remedio para la dolorosa, supurante y violenta herida que representa la desigualdad inherente a las sociedades del mundo entero ¾y muy especialmente a las del Tercer Mundo con África y América Latina en primer plano¾, pero sí que es el ardor de esa herida; la comezón impertinente, un calambre en la pantorrilla. También es una toxina para el statu quo.


II. Por su naturaleza, el arte es una actividad, un conjunto de actividades, elitista. No porque sea impensable que cualquiera pueda, en principio, dibujar o colorear; armar figuras, tocar un instrumento, describir su perspectiva de la realidad o escribir acerca de sus sentimientos. Sabemos bien que los niños, los adolescentes enamorados y el hombre de la calle lo pueden hacer, y lo hacen con frecuencia.

En cambio, es elitista porque precisa (como acertadamente subrayara Hegel hace más de ciento cincuenta años[2]) de dominio técnico y de genio; minuciosidad formal y exuberante inspiración. Requiere la sedimentación de la academia, formación cultural, práctica interminable; la intensidad de la vida cotidiana traducida en códigos específicos, cargados de reglas y presupuestos propios, y la maduración reflexiva del criterio del artista. Estos elementos y cualidades indispensables para la creación, pertenecen, admitámoslo fríamente, al desarrollo de la vida burguesa.

Grabado de Polo Castellanos
Recordemos al vuelo, entonces, las características originales del hombre burgués; aquellas que elogiara Voltaire y tematizara Hegel: Estatus de ciudadanía, es decir, voz y voto; vida urbana con ingreso medio, con pequeños excedentes financieros para una mínima comodidad cotidiana; trabajo por cuenta, voluntad y capacidades propias; acceso a la educación para ser aceptablemente ilustrado, con un sólido sentido de civilidad y, sobre todo, un especial y muchas veces exacerbado y ácido espíritu crítico, cuya máxima encarnación se verificó ¾lo sigue haciendo¾ principalmente en la expresión artística.

Cualidades de un proceso que comenzó a gestarse hace medio milenio y que encontrara su pináculo en la Modernidad ilustrada para luego ser olvidadas y tergiversadas por un sistema económico salvaje ¾el capitalismo rampante¾ que acertadamente criticara en la obra de toda una vida Karl Marx.

No obstante, a pesar de la crisis del sistema-mundo[3] que las vio nacer y la inconmensurabilidad de la corrosiva dinámica anti humanista y mercantilista de éste, los elementos más venerables de la revolución ilustrada han sabido metamorfosearse en el cúmulo de escuelas, tendencias y propuestas artísticas de la actualidad, mostrando un alto nivel adaptativo ante las crudas circunstancias histórico-sociales contemporáneas.


III. Hace poco más de dos décadas, Fredric Jameson decretó el fin del arte crítico con el encumbramiento de la postmodernidad, entendida por él como el advenimiento de la difusión e imposición planetaria del modus vivendi del capitalismo tardío, de cuño estadounidense, imperial[4]. De acuerdo con esta perspectiva, la fuerza centrípeta del sistema es de tal magnitud que engulle a todas y cada una de las manifestaciones artísticas del planeta. Éstas, sin remedio, se plegan a su lógica y principios, transformándose en meros objetos de recambio económico, en expresiones vacías cuyo estatus ontológico no difiere del resto de mercancías que circulan en la economía de mercado mundial.

Pero a pesar de lo prolijo y sugerente de su propuesta, Jameson se equivocó en el diagnóstico. Porque la postmodernidad puede ser entendida también como el enfático intento de cancelar ciertos discursos arrogantes y autoritarios de la Modernidad. Entre ellos, la racionalidad extrema, la divinización de la tecnología, el poder irrefrenable del Estado, la obligación de innovar para el mercado, y el exagerado academicismo (centrado en la especialización) en todas las áreas creativas.

Vista así, la postmodernidad en el arte es en realidad una liberación. Liberación creativa, sí, en la medida en que la experimentación, el pastiche, la polifonía y la multitextualidad subieron al rango de vanguardias; pero sobre todo porque significó una liberación comunicativa.

La otra globalidad entró en escena. La de las culturas, prácticas y folklores populares, la de los rebeldes, inconformes y contestatarios del mundo entero, la de los marginados, perseguidos y excluidos de cualquier lugar de la Tierra.

Aquellos discursos y manifestaciones que la maquinaria represiva de los diferentes poderes efectivos del mundo (el imperial, el estatal, el religioso, el tradicional, el moral, el estético, etcétera) arrinconara durante décadas e incluso siglos, acabaron por explotar y expandirse, inundando las artes todas. Colores, sonidos, texturas, palabras y formas múltiples de vivir y de sentir, lo mismo de la sierra y la llanura que de las urbes y los pueblos, de los desiertos y los selvas, accedieron al plano del cuadro, al espacio de la escultura, a la semántica del texto, al aire de los sonidos. Se vio entonces la forma del Otro; el acento de su voz, su percepción de los matices, la combinación de sus ritmos y armonías, la escritura de sus pensamientos y el espesor de sus tradiciones.

Nos cercioramos, así, de que la desigualdad surca el planeta entero. Nos hermanamos en la desgracia, pero también en la furia combativa. Compartimos la penuria, así como el espíritu de resistencia de todos aquellos que experimentan la desigualdad instrumentada como opresión diaria, trayendo muchas veces la desesperanza con cada salida y puesta del sol. Como un horizonte de tormentas. Como un inexorable mundo de la vida pervertido. Opresión cuyos tentáculos mutan y se diversifican de acuerdo con las diferentes circunstancias nacionales y regionales.

Graffiti
De este lado del mundo, en nuestro subcontinente latinoamericano, la afrenta es, ante todo, por la exacerbación sostenida de la lucha de clases y la serie de consecuencias que ésta trae consigo: del interminable flujo de la criminalidad al cinismo de las élites en el poder, pasando por la apatía o la connivencia de las clases ilustradas. En África, el envite es el más alto: la puesta en juego día con día de la vida sin más; sea por la atroz realidad de las guerras internas que gangrenan buena parte del continente, ya bien por la fragilidad de las personas ante una miríada de plagas y epidemias endémicas. Para las clases relegadas del Primer Mundo, la trabazón de su libertad está dada por la falta de oportunidades de integración plena, real, humana y, en muchos casos, por las intentonas de los aparatos estatales para reprimir y aislar la diversidad de expresiones y puntos de vista. En Asia, la categoría del individuo es lo que está en juego. Por su consistencia histórico-religiosa, en esta región del planeta siempre ha importado más el grupo que la persona; el poder del solitario gobernante, atrincherado en las estructuras del Estado, que las posibilidades de desarrollo a nivel subjetivo.

En última instancia, el cúmulo de veredas de la desigualdad y su flanco operativo, la opresión, se mezclan aquí y allá, reconfigurándose y evolucionando para la desdicha de quienes las padecemos en la vida diaria, común. Al final, las señaladas son sólo tendencias que de ninguna manera deberán interpretarse como rígidos cartabones, ya que lo mejor repartido en este planeta son la desigualdad y la opresión en todas sus formas. Por lo tanto, atacan de las más diversas maneras y generan las más insospechadas mixturas a lo largo y ancho del globo terráqueo.


IV. La postmodernidad no canceló la crítica, sino que la diversificó y la transformó, volviéndola universal. El pensamiento crítico, de esta manera, completó el círculo de su propia globalización. A la racionalidad inquisitiva abstracta de la Modernidad, integró el fragor de la vivencia cotidiana, la manifestación espontánea y el reclamo penetrante de los seres humanos singulares que a lo largo y ancho de la geografía del planeta expresan su descontento.

La diversificación y amalgama de las voces contestatarias universales ha sido la oportunidad para plantar cara al sistema, a la globalización de cuño neoliberal, a la explotación humillante, al control de los aparatos de poder manejados por bandas de estafadores que hacen de la hipocresía una farsa, y a la avaricia desmedida, obscena, insultante de unos cuantos.

Asimismo, hoy sabemos que las revoluciones de verdad, aquellas que exigen carne y sangre, no implican ningún cambio significativo en el sistema. Una vez acallados los cañones, éste sigue tan indemne y virulento como siempre. A lo más, los movimientos revolucionarios han revuelto las aguas, tiñéndolas invariablemente de sangre, para que en el mediano plazo todo siga igual que antes; salvo, quizá, con nuevos mandamases apertrechados en el poder que consiguieron a fuerza de balazos y sobre los cadáveres de las crédulas masas que los acompañaron en su rabioso lance guerrero. Después de tantas y tan magnas revueltas que como civilización hemos vivido en el pasado histórico inmediato (Francia, México, Rusia, Cuba, Camboya, Nicaragua, etcétera), estamos plenamente concientes de que las revoluciones, strictu sensu, no son sino embravecidos y efímeros oleajes en pequeñas costas del vasto océano del sistema capitalista universal[5].

Maniac, en la época de Mayhem
El desengaño nos ha hecho ver la realidad del sistema, su indestructibilidad. Hemos entendido ya que un ilusorio voluntarismo está incapacitado para echarlo abajo. Su lógica, como en la fastuosa visión histórica hegeliana[6], lo impele a cumplir un ciclo de vida centenario. Morirá de viejo, no más. Implotará algún día debido a sus propias aporías, pero este devenir se verifica en la larga duración[7], no a través del deseo y la acción de estos o aquellos hombres.

Una vez adquirida esta claridad, fijamos la atención entonces en aquellos enclaves que se oponen y cuestionan al sistema a través de los canales y espacios de movimiento que éste posibilita. A la cabeza de estas expresiones se encuentran las manifestaciones estéticas. Contrario a lo que algunos podrían pensar, el alcance y el contenido de éstas no es ni vano ni sedativo, sino que en sí mismas y por ellas mismas pueden constituir un horizonte hermenéutico alternativo ante la realidad y la vida que nos ha tocado padecer.

En un mundo cicatrizado por la desigualdad, hoy como nunca, el arte es un incendio, un crepitar que indica que estamos vivos y presentes. De los graffitis de Nairobi, París o San Pablo a las estrujantes alegorías hiperrealistas de Arturo Rivera. De los manifiestos anarquistas callejeros de Barcelona a la serie teórico-iconográfica de la Virgen del milenio del pintor chilango Polo Castellanos. De la odisea gore de la novela Blood Meridian de Cormac McCarthy a la liberación lúdico-erótica de los cuentos de la colección Cuarenta y 20 de Rogelio Villarreal. De los cómics estadounidenses neonoir hiperviolentos a la reinvención del mural como educación para las masas en Argentina. De las profundidades bárbaras del alma nórdica que insuflan vida a la animosidad sonora, visual y semántica del black metal a la pléyade de ritmos antillanos tradicionales (la guaracha, el son, la cumbia) mezclados con los metales del jazz y las guitarras del blues de la fusión sudamericana.

El arte de la postmodernidad puede ser el ardor de nuestras heridas como civilización universal. Pero también puede ser la toxina que gota a gota quizá no corroerá, pero sí denunciará ese orden del mundo que nos negamos a aceptar, a tomar por bueno, a convalidar; porque sólo será válido lo que cancele la desigualdad, lo que neutralice la opresión, lo que nos reconcilie como especie, lo que nos eleve más allá de nuestras mezquindades, y en ello, el arte es, como ha sido y será, eje y motor de tan sublime, si bien utópico, objetivo.

Como dato curioso, este es el único texto que me han rechazado en Replicante, pueden ver una versión en PDF en mi página de SCRIBD: http://es.scribd.com/doc/67007657/Las-posibilidades-del-arte-en-la-era-postmoderna



[1] Al respecto, para el caso de México, aunque expandible a partir de los presupuestos comunes al resto del Tercer Mundo, véase el lúcido ensayo “La desigualdad marca nuestra historia” de Rolando Cordera Campos en revista Nexos, No. 338, febrero del 2006. Para un panorama general de la pobreza y la inequidad a nivel global, véase la información al respecto en los sitios www.worldbank.org y www.globalpolicy.org
[2] Vid. Hegel, Wilhelm, Lecciones de estética, Ediciones Coyoacán, México, 2005.
[3] Para un penetrante análisis de las características, consecuencias y miserias del sistema-mundo capitalista, véanse las obras Análisis de sistemas-mundo (Siglo XXI editores, México, 2005) y Después del liberalismo (Siglo XXI-UNAM, México, 2005) de Immanuel Wallerstein. Para Wallerstein, a diferencia del cariz que doy al asunto, el problema fundamental no es que los presupuestos humanistas libertarios del iluminismo hayan sido sobreseídos por el sistema económico, sino que desde su origen nacieron para ser autolimitativos, sin mayor posibilidad de ir más allá del orden ideológico que los vio nacer, inextricablemente ligado a la dinámica del capitalismo paneuropeo.
A pesar de que comparto casi en su totalidad la visión de Wallerstein en estos temas, prefiero describir el proceso de degradación de los ideales ilustrados como una perversión de estos por parte del sistema económico y no como una fuerza ideológica que brotó de éste para legitimarlo, sin gradiente y sin marco distintivo entre uno y otro. De lo contrario, filósofos como Fredric Jameson (de quien me ocuparé más adelante) estarían en lo correcto cuando hablan de la inseparabilidad del sistema económico y las manifestaciones artísticas que lo acompañan. En breve, niego que ésta sea una relación de implicación; a lo más, es una conjunción debida a factores externos a la lógica de ambos subsistemas.
[4] Cfr. Jameson, Fredric, “Postmodernism, or, the cultural logic of late Capitalism” en The New Left Review, Spring of 1984, Oxford.
[5] Para un recuento preciso de la inocua realidad de las revoluciones de nuestra era, véase Utopística (o las opciones históricas del Siglo XXI) de Immanuel Wallerstein, Siglo XXI-UNAM, México, 2003.
[6] Confróntese su obra Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, Alianza, Madrid, 2005.
[7] El término, por supuesto, es de Fernand Braudel, véase su libro La dinámica del capitalismo, FCE, México, 1986.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Prestidigitación


α. La fuerza del gurú radica en la debilidad de su grey. En la consciencia de su finitud. En la asunción de su ignorancia. En el miedo a la enfermedad, al poder, al castigo. En su desventura. O en su autoengaño. En la certeza de su fragilidad. O en su miseria. En el anhelo de trascender; en el olvido de su humanidad. O en su aflicción. O en mil cosas más. El gurú sabrá curarlo todo. Todo. Nada escapa al prodigio de su palabra, su conocimiento, su vivencia, su actuar, su magia.
Tan antigua como el fenómeno religioso mismo, al que se liga indefectiblemente, la figura del gurú místico ha sido una constante de la historia de las sociedades. Incrustada en la psicología del hombre, en numerosas ocasiones ha estado directamente involucrada con la locura de las masas; con explosiones de sin razón y virulencia ciega de oscuros anhelos.

La batalla de Waco
†. Entre las manifestaciones sangrientas que los medios grabaron en nuestra mente, resuenan los nombres de Marshall Applewhite, líder de la secta Heaven’s Gate, quien en 1997 promovió el suicidio de 37 de sus miembros, al afirmar que un platillo volador que venía tras el cometa Hale-Bopp recogería sus almas, y David Koresh, patriarca de la secta Branch Davidians, quien en 1993 luchó desde su finca amurallada a balas de metralla contra el FBI para terminar prendiendo fuego a su propiedad, matando así  a 80 integrantes de la secta.
Ambos, sendos sociópatas ensimismados en sus sueños de gloria y liderazgo mesiánico. Enfermo de castidad el primero (voluntariamente se realizó la castración y los miembros de su secta la practicaban también sin vacilar), y de lujuria el segundo (dedicado a copular con adolescentes vírgenes de la secta por él controlada), la verdadera naturaleza de los dos fue el amor al poder. La posibilidad de convertir las voluntades ajenas en guiñapos. Hacer del prójimo un medigo, un zombie, un doliente.
¿O, qué decir del suicidio/asesinato masivo en “Jonestown”, Guyana, en 1978? Centenares de personas que voluntariamente tomaron cianuro con jugo de naranja, se lo dieron de beber a sus hijos y a una minoría reticente, pertenecientes todos a la secta del Templo del Pueblo, creada por el psicópata Jim Jones. Ebrio de poder, controlador nato de mentes quebrantadas, poseedor de dotes dictatoriales en nombre del mundo nuevo y de la palabra divina. Lo mismo que los integrantes de Children of God, encabezados por los demenciales David Berg y Karen Zerby, alienados comunes, parias posthipies, pervertidos llanos, gozosos de la pedofilia y del incesto que pretendieron sublimar los abusos sexuales cometidos en contra del hijo de Zerby, Ricki Rodríguez, llamado el Davidito, con la supuesta formación mesiánica de éste, pero que terminó con su desmoronamiento psicológico y posterior suicidio.

Asesinato masivo en Guyana
◊. El mesianismo religioso, la tosudez milenarista de tantos cultos, ha sido el gran nutriente de la irracionalidad de los  grupos humanos que acríticamente, ciegamente, han seguido a individuos como estos. Incubadas las creencias en lo fantástico (ultramundos, dioses, ángeles, espectros, demonios, etcétera) y las desesperadas especulaciones sobre la posible infinitud de nuestra vulgar humanidad, ya todo es posible: Creer que una nave espacial nodriza interestelar rescatará las esencias anímicas que flotarán libres en la estratosfera tras el suicidio; o que un violador común, un pederasta, es casi la segunda reencarnación de Dios en la Tierra. O que en una selvática zona de Guyana, por medio del trabajo esclavo y de la adoración ciega del Reverendo, la comunidad se salvaría de la inminencia de la hecatombe nuclear.
Ellos fueron gurús extremos. El fin de sus respectivos dominios se vio envuelto en la tragedia, en el asesinato, en la masacre. Los medios los exhibieron y lucraron con su estela de sangre. El Estado los combatió. El público se horrorizó o, por lo menos, se asombró de sus actos. Como ellos, ha habido decenas más. En el seno budista y en el Islam; en los cultos paganos de África y el Caribe; en el catolicismo y en las diversas formas de cristianismo heterodoxo de la actualidad. Son legión. La única, la verdadera legión que durante tanto tiempo se ha identificado con los seguidores de Satanás. Pues bien, dos noticias: el infierno está en la Tierra y las religiones son el Demonio.

. No obstante, también hay gurús silenciosos. Discretos. Sutiles. Seductores. Cínicos. Despliegan su influencia sobre las mentes crédulas y los ánimos extenuados de nuestra civilización. Están en la televisión, en innumerables best-sellers, en conferencias, seminarios y programas radiofónicos. Su influencia no por moderada es menos perniciosa.
La conciencia de la muerte es el gran útero de la autocompasión, la mentira, el absurdo y el engaño. Es ahí donde las fuerzas flaquean, la voluntad se desvanece y se disipa la cordura. Cualquier aliento de supervivencia es bienvenido; la más audaz esperanza es alabada y la integridad queda en entredicho. Es el campo de acción del charlatán, el estafador, el inescrupuloso; donde las masas pierden razón y dignidad.
Brian Weiss, como decenas de gurús esotéricos, lo sabe. Ha creado un ejército de espectros sin criterio que siguen sin dudar su palabra, que ha transmitido durante veinte años por medio de conferencias, libros y artículos. Es un gurú del neoscurantismo posmodernista por excelencia.
Debilitadas las instituciones eclesiásticas tradicionales, en medio de la vorágine de un mundo extremadamente veloz y del caos globalizador (globalización comunicacional, económica, cultural, etcétera), enormes segmentos de la población occidental viven hambrientos de alimento espiritual para su fe. Fe: la perenne disposición de la especie humana para creer lo indemostrable.
Almas itinerantes, permanencia transcorporal, sucesión de vidas, reencarnación sin más; espíritus maestros, aprendizaje milenario, ascensión espiritual, son sólo algunos de los elementos de la chapuza del ex-psiquiatra de la Universidad de Miami. Cuentas de vidrio metafísico para las desarrapadas mentes aborígenes de la aldea global; indígenas intelectuales en la metrópolis de los charlatanes.
Con base en un discurso fantástico —que cualquier lector de novelas atento podría desenmascarar como una simple trama de baja factura—, Weiss despliega los típicos pasos de la formación del gurú, del chamán, del sabio de la aldea: En su libro fundacional, Muchas vidas, muchos sabios (Punto de lectura, 2000), establece que:

i)                Ha sido un hombre cegado por la ciencia tradicional de nuestro tiempo; que, como otros gurús antes de serlo, ha vivido en el error, la disipación y la inconsciencia: “Los años de estudio disciplinado habían adiestrado mi mente para pensar como médico y científico, moldeándome en los senderos estrechos del conservadurismo profesional. Desconfiaba de todo aquello que no se pudiera demostrar según métodos científicos tradicionales” (p. 10).
ii)             Sin embargo, un acontecimiento terrenalmente o en apariencia fortuito, aunque cósmicamente necesario, lo ha hecho seguir el camino luminoso de la verdad: “Entonces conocí a Catherine. Durante dieciocho meses utilicé métodos terapéuticos tradicionales para ayudarla a superar sus síntomas. Como nada parecía causar efecto, intenté la hipnosis. En una serie de estados de trance, Catherine recuperó el recuerdo de ‘vidas pasadas’ que resultaron ser los factores causantes de sus síntomas. También actuó como conducto para la información procedente de ‘seres espirituales’ altamente evolucionados y, a través de ellos, reveló muchos secretos de la vida y de la muerte” (p. 11).
iii)        Ha sido elegido por poderes superiores para realizar una labor magna en la Tierra: “Nuestra tarea [habla Catherine en trance] consiste en aprender, en llegar a ser como dioses mediante el conocimiento ¡Es tan poco lo que sabemos! Tú [Weiss, claro está] estás aquí para ser mi maestro. Tengo mucho que aprender. Por el conocimiento nos acercamos a Dios…” (p. 56), y
iv)      Él, humildemente, ha seguido el enigmático y poderoso designio: “El conocimiento había llegado por medio de Catherine, y ahora debía pasar a través de mí. Comprendí que, de cuantas consecuencias pudiera sufrir, ninguna sería tan devastadora como no compartir el conocimiento adquirido sobre la inmortalidad y el verdadero sentido de la vida” (p. 13).

Brian Weiss
Por supuesto, es más sencillo llevar a cabo tan portentosa labor cuando con cada libro publicado se permanece siete semanas seguidas en la lista de los diez primeros best-sellers mundiales y se gana 50,000 dólares por seminario. En tanto, cientos de miles de seguidores alrededor del mundo dan rienda suelta a una región inescrutable de la mente humana: la predisposición para creer lo imposible. Como si la mente infantil, febril, inmadura y anhelante de creación, se posesionará de los cerebros adultos para convertir la más recalcitrante fantasía en realidad. Pensar que las vidas pasadas, la transmigración, los mensajes de los sabios muertos y, en fin, una mística grosera es algo que ocurre en éste o en otro universo posible, es, finalmente, creer que las hadas sí existen, que hay muchachos que vuelan y que podemos transportarnos en el universo o en el tiempo con el solo poder de nuestras palabras, como cuando éramos párvulos y nos ensimismábamos horas con los prodigios de nuestra desbordada imaginación. Con infortunio, cuando esto sucede en la vida adulta, lo único que ocurre es que las personas están a merced de un charlatán, un usurero y un mentiroso profesional cuyas arcas personales engrosan a manos llenas sus ingenuos o estúpidos o auto engañados, o todo junto, seguidores.
Pero ese es el estilo de nuestros tiempos. Cualquier embustero se erige como gurú, como guía espiritual de poblaciones cada vez más sumidas en la ignorancia, el desdén por la ciencia y la autocomplacencia. En un mundo en el que las mayorías quisieran que todo pudiera adquirirse en el supermercado, Brian Weiss es el chamán que se merecen. Ese y no otro es el nivel de espiritualidad que casa con el gusto anti ilustrado y neoalquimista del presente; el mismo que hace pensar que unas píldoras reducirán quilos y quilos de grasa, excesos y malos hábitos alimenticios en tan sólo diez días, o que un ungüento hará perder años de inexorable vejez sobre la piel.

Ω. Al final, todo gurú místico es un simple prestidigitador. Un hábil defraudador que domina el manejo de las cartas metafísicas. Desde tiempos inmemoriales han existido estos embelesadores; seguirán existiendo mientras dure nuestra especie. Mientras sigamos siendo unos pobres animales sin cola que veneran al trueno y al fuego, y se pierden en la oscuridad de sus propias debilidades y temores.

*Una versión previa de este ensayo fue publicada hace seis años en Casa del Tiempo, se puede ver en mi página de Scribd: http://es.scribd.com/doc/19795654/Prestidigitacion-Guillen
*Para el detalle de lo ocurrido con el Davidito, remito al reportaje con el sello de Rolling Stone, "The Life and Death of the Choosen One", diponible en: http://www.xfamily.org/index.php/Rolling_Stone:_The_Life_and_Death_of_the_Chosen_One
*Para un buen resumen sobre la carnicería de Guyana, puede verse el Blog Expedientes XXL: http://expedientesxxl.blogspot.com/2008/11/30-aos-de-la-masacre-de-guyana.html
*Sobre los casos de Applewhite y Koresh, remito a Crime Library, en sendas ligas:
http://www.trutv.com/library/crime/gangsters_outlaws/cops_others/waco_raid/index.html





martes, 20 de septiembre de 2011

Aquella mañana de septiembre


La soledad de la devastación.
Es una mañana de jueves cualquiera en la Ciudad de México. Como diariamente lo hago, llego a las 07: 10 horas a la secundaria pública a la que llevo un año asistiendo y asistiré durante dos años más. No comenzará el rito de la formación sino hasta las 07: 30, pero a nosotros nos dan acceso desde veinte minutos antes. Somos pocos en el patio central; platicando, guaseando, cotorreando. De pronto, comienzo a vivir una experiencia que recordaré con perfecta nitidez el resto de mi vida. Son las siete de la mañana con diecinueve minutos.
Más que sentir el vaivén endemoniado del suelo bajo mis pies, me concentro en el conjunto de macetas colgantes que penden de los corredores en el edificio frente a mí. Serían una docena por piso, y hay tres pisos. Al principio, se balancean de un lado a otro en sentido horizontal; en un instante, el balanceo es también en sentido vertical, de arriba abajo, hasta que el cuneo es tan violento en ambos sentidos que comienzan a estrellarse unas contra otras. Tierra húmeda, trozos de barro cocido y pedazos de plantas salen disparados hacia los corredores y hacia el patio central que flanquea al edificio principal. Me quedo estupefacto. El espectáculo es tan inusitado y el movimiento es tan atroz que lo mejor es quedarnos en medio del patio, donde ya estábamos. El edificio empieza a crujir y varias ventanas se estrellan. No siento tanto miedo como sorpresa. Estoy viviendo un terremoto.
En los instantes de su ocurrencia, todo parece ser absorbido por un descomunal silencio que magnifica los sonidos de las debilidades estructurales; el quejido inequívoco del cansancio de los materiales sometidos a una fuerza extravagante. Al poco, el aire de las calles aledañas se satura de rugidos de automotores, claxonazos, sirenas de ambulancias, el llanto histérico de las señoras, rezos e interjecciones. Se observan cuarteaduras de consideración en el edificio de mi escuela, en las bardas de las casas vecinas y algunos patios vueltos de revés. A pocos kilómetros de ahí, el edificio entero de otra secundaria se ha venido abajo, ha quedado como un pastel crujiente aplastado por la mano de un niño malcriado. Por fortuna, ahí no los dejaban entrar sino hasta las 07: 30 en punto.
Pero lo que ocurre a mi derredor es sólo una pálida muestra de lo que ha ocurrido en el resto de la metrópoli. Si en una zona (el sur de la ciudad) que se consideró de baja incidencia de daños pudimos ver diferentes estropicios y toda una edificación derrumbada, ¿qué sería de la que iba a ser declarada como zona de desastre?
En El mundo perdido, secuela de su espectacular novela tecno-gótica El Parque jurásico (Emecé, 1991), Michael Crichton ofrece la siguiente descripción de la incineración del cadáver de un dinosaurio biomanufacturado:

Devorado por el fuego, el torso crepitó, y una vez consumidas la piel y la grasa quedaron a la vista las costillas negras y planas del esqueleto. De pronto el torso giró y, debido a la contracción de la piel, el cuello del animal se irguió entre las llamas … un hocico largo y puntiagudo, hileras de afilados dientes de depredador y las cuencas vacías de los ojos, mientras todo el animal ardía como un dragón medieval alzándose hacia el cielo…

Después del terremoto del 19 de septiembre de 1985 ese era el aspecto de la zona central de la Ciudad de México. El movimiento de las placas tectónicas debajo de la zona costera de Guerrero, apéndice de la Falla de San Andrés, despatarró a la urbe y puso al descubierto sus entrañas. El esqueleto macabro de su expansión territorial, arquitectónica y social. No sólo de una urbanización dejada a la buena de Dios, sino del sistema profundo mismo de un modo de ser citadino y nacional: miserable, corrupto y negligente. El azote del subsuelo desnudó la majestuosidad de los despojos.
Así, se vienen abajo decenas de talleres improvisados en bodegones de las maquiladoras de ropa de la zona de San Antonio Abad, con sus centenares de costureras trabajando en condiciones propias de los arrabales de Nueva York cien años atrás: sin agua, sin ventilación, sin seguridad social; compartiendo el almuerzo con las ratas y recibiendo un salario que nunca llega más allá de una frugal comida familiar al día durante toda la semana.
Construcciones que no tenían por qué caerse porque fueron auspiciadas por empresarios y gobernantes que se hubieron presentado como prósperos e intachables, se hallan en ruinas: el Hotel Regis, el Centro Médico Nacional, el corporativo de Televisa, el Hospital Juárez, y el más estrujante de todos, la torre multifamiliar “Nuevo León” de la unidad habitacional de Tlatelolco.
Ni lo uno ni lo otro. Estas y muchísimas construcciones más fueron erigidas al amparo de una panda de hijos de puta que, siguiendo una larga tradición nacional, no hicieron más que ver su interés y avaricia no mucho más allá de la punta de sus narices, dejando el porvenir a las leyes del azar.
Cientos de vecindades, de la Merced a Lecumberri, llegando hasta la colonia Moctezuma, así como otro tanto de edificios de apartamentos y añejas casonas con subdivisiones amateur, de la Roma a Portales, penden de un hilo. Furiosamente endebles, dejan a sus moradores al descubierto, sin saber a dónde ir ni a quién pedir auxilio. Los vemos fuera de los muros que pudorosamente escondían sus respectivas realidades: los primeros son más pobres de lo que jamás pensamos, y los segundos están más arruinados de lo que pudimos siquiera sospechar.
Siguiendo el trazo de la onda expansiva, que pierde fuerza conforme sus circunvoluciones se abren y debilitan en el camino a los extremos de la metrópoli, se observa el desencajamiento de verdades amañadas que se tuvieron por demostradas: las zonas de Villa de Cortés, Marte, Sinatel, Prado, Tasqueña y Churubusco presentan daños estructurales considerables, especialmente en los condominios. Drenajes despedazados y tuberías estalladas asomando entre las aceras; bardas que se han venido abajo, innumerables fugas de gas, cortocircuitos y un aguacero de cristales rotos por doquier. La sede de la antigua Universidad Iberoamericana ha quedado inservible. Ha terminado el mito de la clase media citadina; auto engañada pensándose próspera y pudiente, ahora sólo experimenta miedo e incertidumbre.
El Hotel Regis hecho añicos.
El temblor abre la tierra y el asfalto, aniquila edificios, daña casas y colapsa durante semanas el vértice central del país. Ese día conocimos la ciudad de verdad. Junto con los emblemáticos centros arquitectónicos marcados por el desastre, cayó el telón de lo que nos representamos y nos representaron durante décadas los mandamases de esta baratija de nación tercermundista que somos: la clase gobernante, la burguesía y los sultanes de los medios masivos de comunicación mal actuando una obra que mezclaba el mito de la “raza cósmica” con el del american way of life.
Finalmente, esa mañana clara de septiembre, se nos acabó el hechizo. Despejamos el vaho del espejo y nos vimos, más con tristeza que con espanto, como lo que somos: un inmenso conjunto de soledades que comparten un espacio común. Descubrimos la metrópoli profunda: una tierra de nadie en un país pobre, atrasado y cruel, sin remedio en el horizonte.

Ah, casi lo olvidaba, el supuesto nacimiento de la sociedad civil dicen que también ocurrió ese día. Los románticos siempre subrayan la solidaridad del día siguiente. El viernes veinte, no hay autoridad que dé la cara. Desde los primeros minutos que sucedieron al movimiento tectónico principal, los servicios de emergencia trabajan puntualmente en la medida de sus posibilidades, pero lo hacen a la manera de los accidentes cotidianos. Es inexistente una red de protección civil y una estrategia de cobertura de emergencias masivas. La única institución que supuestamente posee este aparato es el Ejército, pero depende del Presidente de la República quien en ese momento es una musaraña, pequeño y tímido animal escondido en la tierra.

Sí hubo solidaridad espontánea, pero efímera.
Entonces, de manera espontánea, cientos de jóvenes y adultos, principalmente hombres, se dan cita en los lugares más dañados para improvisar labores de rescate. Su voluntad y altruismo, junto con el metro subterráneo que se balanceó con impresionante tecnología entre el lodo del subsuelo y transportó a la mayoría de estos ciudadanos a los puntos del desastre en los días subsecuentes, son lo único que no decae en esos momentos de la ciudad. Salvan dos puñados de vidas y ayudan a que los cadáveres no se vuelvan meras cifras, sino que puedan ser reconocidos como los despojos de personas que alguna vez le importaron y siguen importando a alguien. Sus acciones fueron encomiables, pero efímeras. No hicieron eco ni crearon tradición. La solidaridad urbana fue flor de un día. Fue la excepción que confirmó la regla.
El terremoto de 1985 adquiere entonces una cualidad casi metafísica. Tuvo que ser el caprichoso vaivén de la tierra el que trajera luz a una población ensimismada y ciega. Su energía atractora nos unió por unos días para vernos en la intimidad, dispersándonos después, lanzándonos a nuestro desorden cotidiano. Entonces clarificamos los engaños y obtuvimos certezas. La principal de ellas es que esta ciudad es un vitral hecho añicos. Irremediablemente roto, sólo el tiempo histórico podrá tal vez volver a unirlo alguna vez. Pero éste se cuenta en siglos, no en décadas.
Hoy, la ciudad es inaprensible, incluso inenarrable. Se halla atomizada, sin punto de partida ni de parada. Carente de ligaduras, imbuida en una perpetua guerra urbana. Ha imperado el sistema-mundo al uso, versión bananera mexicana. Opera puntualmente, disgregando y segregando, excluyendo y apartando...

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La actualidad de la filosofía



1. No existe en el mundo más filosofía que la filosofía occidental. Es decir, lo único que puede ser calificado como pensamiento filosófico es aquello que se inscribe en el modo de ser de la tradición de reflexión, argumentación y tratamiento de temas que inició en la Grecia antigua, hace más de dos milenios y medio. Todo lo demás es otra cosa. Cosmogonías, mitologías, teogonías, son formas del pensamiento que intentan dar sentido al mundo y a la vida; cohesionan la convivencia y dotan de identidad a los grupos humanos. Muchas de ellas tienen una gran riqueza simbólica, poética y narrativa. Pero no son filosofía. La filosofía es ese discurso particular de Occidente que va del poema filosófico de Parménides de Elea (siglo V, antes de nuestra era) al último ensayo de Fredric Jameson o de Gilles Lipovetsky.
En ese largo trayecto del pensamiento y de la actividad filosóficos, se ha ganado en aprendizaje acumulado. A través de los siglos, los problemas recurrentes de la filosofía se han mezclado con los problemas particulares del tiempo histórico. Ha evolucionado en sus respuestas, en sus planteamientos y en su modo de ser dentro de la estructura social. Pero al mismo tiempo, ha mantenido una forma de trabajo permanente a lo largo de la historia, que se ha estabilizado desde los escritos de Platón y de Aristóteles: argumenta de manera coherente, racional e informada sobre los temas que le atañen, y los temas que le atañen son prácticamente todos, ya que incluye lo que pasa con el hombre, con la naturaleza y con el cosmos.
Así, en nuestros días existe una filosofía de la ciencia, de la literatura, de la psicología, de la antropología, del lenguaje, de las matemáticas, de la biología, etcétera. La labor principal de estas filosofías es dar un sustento racional, observar el modo de trabajar y ubicar histórica y conceptualmente el trabajo particular de cada disciplina que estudia. Contrario a lo que se podría pensar, la filosofía no es una disciplina en retirada, ni un discurso de antaño que no opera más. No obstante, desde hace por lo menos una generación, un creciente número de personas identifica de esa manera a la filosofía: como el vestigio de un pensamiento que ha llegado a su fin.
2. Una de las consecuencias poco valoradas de la desintegración del mundo bipolar de la Guerra Fría fue la disolución del discurso filosófico como fundamento ideológico y conceptual para el público no especializado en la materia. Hasta antes de 1989, algunos nombres de filósofos tanto históricos como contemporáneos estaban en boca de muchos como referentes, apoyos o espectros de las contiendas ideológicas que se verificaban lo mismo en la prensa diaria, que en revistas culturales y en charlas de café. Esto era particularmente notable en los países europeos y en los Estados Unidos, aunque también ocurría en México y el resto de América Latina. Los indispensables fundadores del llamado comunismo científico, Karl Marx y Friedrich Engels, por supuesto, pero también los nombres de Hegel, William James y Bertrand Russell circulaban en el insumo informativo cultural de numerosas personas a lo largo y ancho del mundo.
En la actualidad eso no ocurre más y hay quienes incluso creen que el último filósofo occidental fue el francés Jean Paul Sartre. Sin duda sí que fue el último con inmensa popularidad y visión masiva, puesto que llevó su marxismo humanista a la plaza pública y su propia personalidad mediática lo llevó a la difícil línea entre el compromiso y la pose progresista. Pero la filosofía no terminó ni con Sartre ni con Russell (este último un poco menos conocido en el medio latinoamericano, pero muy popular en el anglosajón), dos indiscutibles eminencias del siglo pasado. Ha seguido su camino lo mismo por la especialización académica, labor a medio camino entre el anticuario y el científico, que en la exploración y dilucidación de los temas, problemas y particularidades de nuestro tiempo.
De la llamada filosofía académica (que algunos llaman, quizá con cierta razón, “academicista”) han surgido numerosas corrientes especializadas cuyo público es primordialmente gente del ámbito filosófico, ya sean estudiantes, profesores o investigadores del área. Allí tenemos a la hermenéutica, a la analítica, a la filosofía de la ciencia, a la epistemología, la filosofía de la cultura y el posestructuralismo, entre muchas subdivisiones más. Los creadores de este ámbito son prácticamente todos y cada uno de los profesores e investigadores alrededor del mundo que publican en revistas de corte científico, primordialmente universitarias, que asisten a coloquios, congresos y eventos académicos y que utilizan un lenguaje adecuado (críptico y rebuscado según algunos) para sus iguales en formación filosófica. Este conjunto es global y está compuesto por el sistema de investigación universitaria mundial.
Pero también existen filósofos que, partiendo de ese ámbito de especialización, han llamado la atención de un público más amplio al comunicar sus ideas en un lenguaje que, sin perder la rigurosidad conceptual, resulta más atractivo y comprensible para las personas cultas en general. Han intentado hacerse de un lugar en los medios masivos de comunicación, concediendo entrevistas y escribiendo en diarios y revistas y han enfocado parte de su trabajo a los problemas de la actualidad mundial. De entre los varios ejemplos que pueden ponerse (como fue el caso del norteamericano Richard Rorty y del francés Jean Baudrillard, fallecidos en la década que acaba de concluir), viene a la mente la figura de dos de ellos, ambos vivos y en activo: el estadounidense John R. Searle y el alemán Peter Sloterdijk.
3. La labor divulgativa del primero se centra en los aspectos esenciales de las ciencias neurobiológicas y su relación con el funcionamiento del lenguaje, el entendimiento y, muy especialmente, la mente humana. En numerosos artículos y charlas, Searle se ha dedicado a explicar detalladamente cómo es que la maravilla de la mente humana tiene un sustrato eminentemente biológico, en el nivel evolutivo, y una configuración puramente bioquímica en su funcionamiento diario. Ha negado que exista una separación entre el cuerpo y la mente, puesto que considera que es un error heredado de la tradición cultural que se remonta al siglo XVII, y ha establecido que si bien la mente trabaja como si se tratara de una entidad que no es de este mundo (es decir, espiritual), eso no se debe a que tenga propiedades sobrenaturales, sino a que su complejidad es tal que nuestras ciencias todavía no han podido dar cuenta por completo de su modo de funcionar.

La conciencia —afirma el filósofo en su libro El misterio de la conciencia— es un fenómeno natural, biológico. Es una parte de nuestra vida biológica, como la digestión, el crecimiento o la fotosíntesis. Nuestra visión del carácter natural, biológico, de la conciencia y de otros fenómenos mentales, está obnubilada por causa de nuestra tradición filosófica, que hace de lo “mental” y de lo “físico” dos categorías mutuamente excluyentes. La salida hay que buscarla en el rechazo tanto del dualismo como del materialismo, aceptando, en cambio, que la conciencia es un fenómeno “mental” cualitativo, subjetivo, y al propio tiempo, parte natural del mundo físico… La conciencia es un fenómeno natural biológico que no casa confortablemente con ninguna de las categorías tradicionales de mental y físico. Está causada por microprocesos de nivel inferior que se dan en el cerebro, y es un rasgo del cerebro en los niveles superiores.

John R. Searle
Su teoría es sólida al afirmar que las propiedades mentales más valoradas (como la voluntad, la subjetividad y la singularidad) son entramados emergentes de las complicadas combinaciones posibles que se dan en el nivel neuronal. Dicha complejidad es la que falta aún por describir de manera precisa, pero ello no significa que no exista y que no sea ella, y sólo ella, el factor determinante en la impresionante singularidad cósmica de la mente humana.
Cuando el filósofo de Berkeley comenta estos temas, que pudieran parecer estrictamente científicos, en realidad lo que hace es presentar a un público no especializado los fundamentos de un pensamiento que excede los presupuestos religiosos históricos y los vuelve rancios, caducos y vacíos de contenido. Si la explicación sobrenatural no es ni suficiente ni necesaria para dar cuenta de la maravilla de la mente humana, consecuentemente es posible dar el paso siguiente; jalonar el pensamiento a un estadio superior al religioso, dejando atrás sus lastres de figuras míticas, mágicas y todopoderosas. La labor del filósofo, entonces, se convierte en un avatar del pensamiento progresista en el mejor de sus sentidos: acumular conocimiento para ensanchar los círculos de entendimiento de la verdad que, como estableciera Aristóteles hace 2300 años, ésta consiste en decir de lo que es, que es, y de lo que no es, que no es.
4. El caso de Peter Sloterdijk es más complicado y tumultuoso que el de Searle. Su obra es inmensa, barroca, compleja y artística. Sus temas son diversos y lo mismo puede hacer análisis estéticos que psicoanalíticos, sociológicos o de crítica literaria, pero en el centro de toda ella se encuentra la preocupación por el ser del hombre. Sus obras son, por lo general, monumentales (nada más pensar en su trilogía Esferas, que consta en total de más de dos mil páginas) y muy cargadas conceptualmente, pero también se ha dado tiempo para realizar escritos con un cariz más general e intención divulgadora. En estos, ha hecho una disección del estado civilizatorio actual.

Peter Sloterdijk
A partir de su obra Normas para el parque humano, que a poco más de una década de su publicación se ha convertido en un clásico contemporáneo y que en su momento (finales del milenio) tuvo una gran repercusión mediática en Alemania, estableció que la dinámica de la sociedad actual la ha llevado a la pérdida del humanismo y al encumbramiento de diversos elementos de barbarie. La creciente violencia cotidiana en numerosos lugares del mundo, así como el desvanecimiento de la lectura, la educación y la civilidad como fundamento de la formación de las personas, han afectado sin remedio al cemento de la sociedad global, donde cada vez más los individuos guían sus vidas y su interacción con los demás con base en el ejercicio de la fuerza, el quebranto de la ley y el desenfreno de las pasiones. De manera incendiaria, Sloterdijk afirma que la retirada del humanismo no tiene vuelta atrás y que los procesos de tensión social y neobarbarie serán cada vez más profundos y más extendidos en el mundo.

En la cultura actual está teniendo lugar una lucha de titanes entre los impulsos domesticadores y los embrutecedores y entre sus medios respectivos. Y ya serían sorprendentes unos éxitos domesticadores grandes, a la vista de este proceso civilizador en el que está avanzando, de forma según parece imparable, una ola de desenfreno sin igual… De igual manera que en la Antigüedad el libro perdió la batalla contra el teatro, así también hoy podría la escuela perder la batalla contra poderes educativos indirectos como la televisión, las películas violentas y otros medios de desinhibición, si no surge una nueva cultura del cultivo propio que mitigue esa violencia.

Las penetrantes observaciones de Sloterdijk revelan de manera general un estado de cosas que ha dejado una estela problemática en muchas partes del mundo, México incluido. Lo que el pensador alemán hace ver es que las soluciones para el estado de franca desintegración de los presupuestos de convivencia (educación, civilidad y constitucionalidad) que durante tres siglos se han construido en buena parte del mundo, están ya más allá de la política profesional. No bastará con reformas reactivas, ni con soluciones inmediatas o con el ejercicio desmedido de la fuerza para solucionar los procesos de furia social y descreimiento de la legalidad que se vive en muchos territorios del planeta, sino que es necesario ir más allá. Imaginar, repensar e inventar nuevos cimientos sociales, valores edificantes relucientes y una comprensión del ser humano y su modo de ser en el mundo diversa a la que hasta ahora se ha ensayado en occidente y las naciones del resto del mundo bajo su influencia.
El trabajo filosófico de estos pensadores, concebido para un público más amplio que el especializado, y recién comentado a vuelo de pájaro, pone de relieve la vigorosidad del quehacer filosófico mundial en nuestros días. Más allá de bravatas esteticistas o tecnocráticas, lo cierto es que la filosofía sigue siendo un pozo inagotable de ideas, concepciones y elucubraciones luminosas sobre la realidad del hombre y el mundo. Su vigencia está fuera de duda y sigue cumpliendo a cabalidad el dictum que lanzara Hegel hace ya dos buenos siglos: ser la máxima encarnación abstracta de la reflexión de donde parte el entendimiento científico de todo lo demás.
Publiqué una versión corta de este ensayo en Milenio Semanal; la pueden ver en mi página de Scribd:  http://es.scribd.com/doc/57708331/La-actualidad-de-la-filosofia
En tanto que en la actual Replicante, puede verse este misma versión: http://revistareplicante.com/literatura/ensayo/la-actualidad-de-la-filosofia/