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Revista Replicante

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domingo, 4 de marzo de 2012

El espacio vacío de la política contemporánea

La política contemporánea es el arte de  la gestión de la entropía. Es decir, la administración de las estructuras estatales en constante desgaste. El manejo del Estado en medio de una crisis global de sus cimientos. Puestos a  prueba de manera brutal por una serie de factores acuciantes, lo mismo estandarizados que anómalos, los fundamentos del Estado nación contemporáneo viven hoy un periodo de crisis a nivel mundial, debido a tres dinámicas perniciosas principales: 1) pérdida de legitimidad ciudadana ante crecientes incapacidades funcionales (inseguridad, falta de servicios, desempleo, etc.); 2) descapitalización como consecuencia de 1), creando un círculo vicioso; 3) incapacidad administrativa y política para solventar 1) y 2).
En este contexto, el problema más vistoso sin duda es el tercero. En palabras del filósofo alemán Peter Sloterdijk, “...el hecho de que los políticos en activo estén tan raramente a la altura de los nuevos retos −intelectualmente no lo están casi nunca, moralmente a veces, pragmáticamente más mal que bien− produce en parte un descontento masivo, y cada vez más agudizado, con la clase política... Esta impresión ya sería lo suficientemente crítica, pero además ocurre que a los políticos, y cada vez con mayor frecuencia, se les sorprende -en Buenos Aires y en Roma tanto como en Bonn, Múnich o Kiel- en fraude, abuso de poder e imprecisiones” (véase su ensayo En el mismo barco, pp., 70-71).

Frivolidad, corrupción, incapacidad en Roma como en Toluca

Esta cuestión de hecho, que es ya parte del modo de vida de nuestra civilización, en la que los representantes del pueblo forman camarillas cínicas que simulan velar por el bien común, pero que en realidad únicamente persiguen fines personales, la mayoría de las veces mezquinos, como el enriquecimiento ilícito, la posesión de bienes y los líos de faldas, es particularmente grave en los países del Tercer Mundo, puesto que en ellos la vida institucional es débil, la legalidad es incipiente y la rendición de cuentas prácticamente inexistente. Por ello prevalece la amplia sensación pública de que “todos los partidos son iguales” y de que “no hay a cuál irle” cuando se presentan los candidatos de los diversos niveles para ser votados por la ciudadanía.
Esto es básicamente cierto y existe ahí un nudo gordiano social que parece irresoluble. Parece que hay un destino ineludible en la alta ineficiencia de la clase política profesional. Sobre esto se han dilucidado diversas causas endógenas, como las redes de complicidades, los montos millonarios desregulados que maneja el sistema político, la insuficiencia institucional y el deficiente ordenamiento constitucional del ejercicio público. Por no hablar, claro está, de la avasallante presencia de la economía criminal y su poder de penetración y cooptación de los políticos. Todo lo antedicho es una realidad llana y simple cuya resolución no se vislumbra en el horizonte. No obstante, Sloterdijk va más más allá. Afirma: “Probablemente el generalizado menear la cabeza en alusión a las deficiencias del personal político oculta un descontento global que aún no ha tomado forma: apostaría directamente a que se trata de los estados aurorales de una toma de conciencia de alcance mundial sobre insuficiencias antropológicas” (ibíd., pp., 71-72).
Cuando observamos los solazamientos masivos en la impunidad cotidiana, de baja intensidad pero omnipresente, la total carencia de sentido cívico en los adultos y de respeto por los demás en jóvenes y niños, la apatía política, la negligencia social, la incapacidad para preocuparse y ocuparse de la vida en comunidad en todas sus facetas (de las juntas vecinales al resguardo de la vida democrática), aunado a graves lagunas educativas, formativas e informativas en el grueso de la población del Tercer Mundo (y también de otras partes del mundo), queda claro que no tanto se tiene a los políticos que nos merecemos, sino a los que podemos. Entonces, la crisis es estructural y es uno de los retos mayores de nuestra generación. La pregunta queda de esta manera abierta: ¿por dónde comenzar?
Este texto apareció originalmente en mi columna Politik para Raztudio Media:  http://raztudio.com/politik-columna-manuel-guillen/

 

1 comentario:

pelado1961 dijo...

Esa sí que es LA pregunta, Manuel.
Lo peor del caso, me parece a mí (y reconozco que es una sensación muy personal), es que no poca gente ha pasado a justificar pequeñas corruptelas y malos procederes en su vida diaria, a partir de que "también los de arriba se comportan así".

Saludos.