De todas las formas del arte, la arquitectura es donde convergen
de manera irrecusable la funcionalidad y la estética; la inventiva individual y
la necesidad colectiva; lo público y lo privado; el capital de Estado y el
capital corporativo. Incluso algunos críticos han visto en ella el signo preclaro
de la actual época histórica, como fue el caso del filósofo de la cultura
estadounidense, Fredric Jameson, quien vio en el desarrollo de la arquitectura
contemporánea, el signo paradigmático de nuestros tiempos, llamados
postmodernos: la irreversible colonización del mundo del arte por el capital
financiero global.
En este contexto, se presenta la exposición colectiva El teatro del mundo en el Museo Rufino
Tamayo de la Ciudad de México. Compuesta por 25 obras de 21 artistas
internacionales, es una colección ecléctica que muestra una diversidad de
técnicas, materiales e intencionalidades para revelar por medio de la expresión
plástica y visual la mencionada complejidad social en torno al fenómeno
arquitectónico. A decir de la curadora, Andrea Torreblanca, “Hay una relación
muy estrecha entre la arquitectura y la teatralidad. Tenemos a la arquitectura
como pabellón, como monumento, como utopía y como ornamento. Esto es parte de
lo que los artistas han querido exponer con sus trabajos”.
De esta manera, tenemos una variedad de propuestas que evocan de
manera precisa diferentes aspectos de la arquitectura en su tránsito
imaginativo, cultural, social y político. Así, por resaltar algunos ejemplos
entre la multiplicidad de trabajos de la exhibición, el artista austriaco,
Andreas Fogarasi, plasma en una serie de cuadros minimalistas con sólo el
rótulo nominal en ellos, una muestra ficticia del marketing general de las
ciudades, encarnado en aquellos nombres estereotípicos que las urbes adquieren
con el paso del tiempo (“The first city”, “The silver city”, “The copper city”,
etc.), ya sea por espontaneidad social, discursividad política o interés
económico y que terminan siendo la referencia nemotécnica ineludible al pensar
la ciudad en cuestión.
Por su parte, el artista venezolano, Alexander Apóstol, con la
serie de fotografías Skeleton City, muestra,
dese lo particular, una problemática generaliza en diversas partes del mundo,
pero muy especialmente en el llamado Tercer Mundo: los dislates administrativos
en el manejo de los recursos públicos y privados, plagados de corrupción,
trampas y fraudes en despoblado. Por medio de una serie de fotografías del inacabado
desarrollo arquitectónico, habitacional y turístico, de Isla Margarita en
Venezuela, que fue promovido estatalmente hace un cuarto de siglo como una
muestra de la bonanza petrolera de aquella nación sudamericana, y que terminó
como una ciudad fantasma de dimensiones colosales, expuesta al deterioro
medioambiental y al olvido social. La serie es un reflejo fiel de la
circunstancia de la arquitectura en las latitudes del subdesarrollo mundial: el
dispendio festivo, desparpajado, engañoso, y la larga resaca de penurias
sociales que le siguen, los saldos de la depauperación económica generalizada a
expensas de las fantasías ideológicas de la demagogia tropical.
En tanto que el artista griego Kostis Velonis, mediante una
escultura hecha de cerámica, madera y acrílico, erige una poderosa evocación
del quebranto de las culturas y las civilizaciones, que se produce de manera
inevitable a través del tiempo histórico, y cuya historia de gloria, decadencia
y final dispersión en el tiempo es narrada de manera inequívoca por los restos
arquitectónicos que logran sobrevivir al devenir de la sociedad. Así, la pieza,
intitulada Life without Tragedy,
representa un foro de la época griega clásica, pero ya calcinado y en ruinas. Elocuente
y penetrante, su visualidad revela el estado presente de una herencia cultural
que yo no posee vitalidad social, sino solamente interés arqueológico. Destino
ineludible de toda grandeza temporal: la precariedad de la gloria presente y la
apuesta por un futuro rescate generacional de su significado, así sea como
memoria histórica compartida.
Algo similar refleja la serie de fotografías intervenidas del
mexicano José Dávila, si bien en clave postmodernista; Dávila seleccionó fotos
antiguas de algunas edificaciones emblemáticas del arquitecto hispano-mexicano,
Félix Candela, para después deconstruirlas simbólicamente mediante recortes en
el papel fotográfico. Candela fue un representante paradigmático del boom del
modernismo arquitectónico mexicano, vinculado con la bonanza económica del
medio siglo XX, en lo que internacionalmente se conoció como el “milagro
mexicano”, o la inclusión del país a una esfera relevante del sistema de
producción industrializada mundial, que tuvo su cierre simbólico con la
represión gubernamental de las protestas sociales del ’68. Dicho “milagro” se
reveló ficticio y pésimamente administrado en las décadas subsecuentes, hasta
llegar a las grandes quiebras financieras y estatales de los años ’82, ’87 y
’94-‘95. En consecuencia, si la arquitectónica de una sociedad revela su
bienestar general, aquello que representó el trabajo de Candela, desapareció a
través del tiempo nacional en las décadas de los setenta, ochenta y noventa,
desintegrándose entre las tumultuosas crisis económicas y sociopolíticas del
México contemporáneo. De esta forma, el trabajo de Dávila transmite de manera
rotunda una crítica de aquello que pudo ser y ya no lo fue más. La nostalgia de
un mundo posible que se materializó, pero no se consolidó a través del tiempo.
Fantasmas de arquitectura que siguen acechándonos en nuestros ensueños de
bonanza y redención social; espectros de un pasado que, hoy lo sabemos,
pertenece más al mundo de la ficción que al de la realidad concreta y cotidiana.
*Esta nota apareció originalmente en Milenio.com, disponible en: