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Revista Replicante

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lunes, 3 de noviembre de 2014

El cantante pop (fragmento)





 
Un concierto pop.



La bahía de Acapulco se ha desperezado, como siempre lo hace, desde temprano en la mañana. El sol cayendo pleno, calentando la superficie marina, la arena, el caserío, los rascacielos para el hospedaje; las embarcaciones, el asfalto de la costera, las cabezas de los cientos de trasnochados que ya han comenzado con los síntomas de la resaca; el fuselaje de los aviones que reinician el frenesí del aeropuerto internacional suspendido momentáneamente por la noche, los ríos de automóviles sobre las tres avenidas importantes, dos de ellas en realidad carreteras urbanizadas; los primeros cuerpos en traje de baño que se tendieron ya a todo lo largo de su arena tropical; los antros cerrados, los restaurantes, las miles de cuadriculas azuladas de las albercas públicas y privadas, y las azoteas y fachadas de las residencias de Punta Diamante; la excéntrica vegetación de sus amplios jardines y los rostros de los ejércitos de sirvientes que suben y bajan para que esté todo al gusto de sus quisquillosos patrones.
El sol pega de frente en el ventanal de su habitación, iluminando las enormes cortinas blancas con remates de hilo de plata. Lo despertó la luminosidad y se levantó con un sobresalto. Había estado soñando con su madre. Tenía tiempo que no le ocurría. Se vio en una plazoleta de Roma, de vuelta a los seis años, corriendo tras las palomas y viendo hacia arriba el rostro sonriente de ella, tocado con una pañoleta de seda sobre la frente, cubriendo su pelo color paja fulgurante, y enmarcado por el campanario de una iglesia. En el sueño la tomó de la mano y se vio caminando con ella plaza al norte hasta que ésta, en un instante, se convirtió en un túnel luminoso. La mano de su madre estaba ahora medio cubierta por la manga de una túnica azul celeste con ribetes de oro. Levantó la mirada para ver su cara. Ella volvió a sonreírle y le dijo “Me da gusto verte de nuevo”, para difuminarse luego entre los haces de una luz blanca de creciente intensidad. Él sintió el impulso de apresarla, de no dejar que se esfumara entre la bruma incandescente que todo lo envolvía, cada vez más luminosa, y fue cuando el sol guerrerense lo despertó.
Salió de la cama y llamó por el interfono a una de las criadas. Pidió que le subieran un desayuno ligero y una botella grande de agua Lauquen, helada. Caminó por la habitación, desnudo, como siempre dormía; se vio en el espejo de cuerpo entero de la recámara, en el extremo opuesto de la cama, a veinte metros de ésta, giró tres veces la cabeza, estiró los hombros y jaló hacia atrás los brazos. Hizo una pose de fisicoculturismo, concentrándose en el reflejo de los últimos logros del gimnasio, se tiró un pedo y encaminó hacia el baño. Orinó, se lavó las manos y se cepilló los dientes. Llegó la mucama. Llamó y le dejó en una mesa lateral el desayuno. La puerta estaba abierta y sólo tocó por cortesía, ya que sabía que una de las costumbres de la mansión era que el señor nunca cerraba con llave las habitaciones en las que se encontraba, ni siquiera el cuarto de baño. También se habían acostumbrado a verlo desnudo, ya que afirmaba que si uno no podía andar como Dios lo trajo al mundo por su propia casa, entonces a dónde iba a parar el planeta.
Era el resultado mezclado del miedo a los accidentes y de cierta deferencia para con su servidumbre. Decía que nunca aseguraba las puertas porque si algo le ocurría no tendrían oportunidad de rescatarlo a tiempo, y por otra parte afirmaba que si él había llamado a alguien del servicio doméstico se daba por entendido que sabía que vendría y no tenía por qué entorpecer su andar con el rito de toda la vida del “permiso/adelante”. Con todo, la chica, de uniforme rosa y delantal blanco, tocó a la puerta porque era una costumbre difícil de erradicar y pensaba que le daba “pena” no pedir permiso al señor que era tan “gente”.
En efecto, era un patrón decente y educado. No se permitía sobajar a las personas bajo sus órdenes, pagaba por encima de lo normal y daba las prestaciones de ley. Tenía un trato neutral pero agradable con ellos. Decía que convivía más con ese equipo a su servicio que con nadie más en la vida, ni con el único pariente cercano que le quedaba: su hermano menor. Pero cuidado si por alguna razón (a veces no muy clara de discernir) alguna de las personas que trabajaba para él caía de su gracia. Entonces era implacable, cruel e intransigente. Si no, nada más había que preguntarle a dos de sus ex guardaespaldas a quienes no dio más que cuarenta pesos para su taxi de regreso a la costera después de haberlos corrido entre insultos racistas y palabras soeces. “En fin”, se dijo la muchacha al recordar estas historias de la residencia, “todo el mundo tiene sus días”.
Acabó su desayuno y telefoneó a su hermano en la Ciudad de México, porque el lunes, hacía ya dos días, su secretario particular le había dicho que la contadora estaba preocupada por la deudas mensuales excesivas de la American Express Platinum de su hermano. Por supuesto, había con qué pagarlas pero se preguntaba si no era demasiado el gasto mensual de manutención del junior. El teléfono del departamento de Bosques de las Lomas timbró cuatro veces y entró la contestadora. Colgó. Hasta ese momento recordó que le había dicho que esa semana estaría en Miami porque Jaime Carrillo, bon vivant y conocido actor de telenovelas de Televisa, lo había invitado a su fiesta de cumpleaños en el nuevo penthouse que tenía en dicha ciudad caribeña estadounidense. Suspiró. Miró las cortinas resplandecientes y se relajó en su sofá favorito: de tela Hermès y estructura de cedro.
Sintonizó el televisor en un noticiero español de media tarde y recordó que por la noche daría una entrevista exclusiva a una cadena estadounidense radicada en Los Ángeles. Se encontraría con la periodista, Leslie algo, en un salón de hotel rentado y acondicionado por la cadena ahí mismo en el puerto de Acapulco. Recién eran pasadas de las ocho de la mañana, así que todavía quedaba mucho tiempo antes de la cita. Seguiría con su tranquila rutina habitual de días de descanso. Es decir, cuando no tenía grabaciones, ensayos o estaba de gira.
Terminó de ver el noticiero de la televisión española. Dio un par de vueltas por el extremo oriental de la habitación. Volvió a sentarse sobre el sofá de tapizado Hèrmes. Tomó de la mesilla contigua uno de sus libros de Paulo Coelho y continuó con la lectura donde la había dejado la noche anterior:


Entonces se dedicó a observar en silencio la marcha de hombres y de animales por el desierto. Ahora todo era muy diferente del día en que partieron. Aquel día de confusión, gritos, llantos, criaturas y relinchos de animales se mezclaban con las órdenes nerviosas de los guías y de los comerciantes. En el desierto, en cambio, sólo el viento eterno, el silencio y el casco de los animales. Hasta los guías conversaban poco entre sí.

Sonó una canción de Enrique Iglesias que tenía por tono en su celular de última generación. Le molestaba que lo interrumpieran cuando ya había agarrado la lectura, hábito que le costó años desarrollar, pero que finalmente, profesores privados de “cultura general” de por medio, pudo afianzar ya bien entrada la adultez. Era vergonzoso ir a ciertas reuniones donde no estaban sólo los habituales, la horda de juniors, actrices de televisión, modelos y playboys de siempre, y quedarse callado cuando la conversación iba más allá de su carrera o la cháchara superficial sobre el mundillo del espectáculo.
Una vez en una fiesta le presentaron a Carlos Monsiváis quien le dijo que era admirador suyo y que sinceramente lo consideraba el mejor cantante pop del país y seguramente de Hispanoamérica. Él se sintió halagado y agradeció el comentario, pero enseguida la figura enjuta, morena y de pelo blanco del intelectual urbano comenzó a soltar una serie de frases, alusiones y lo que parecían ser dobles sentidos sobre la definición de ‘Hispanoamérica’ que la mayoría de los reunidos en torno suyo parecían entender y seguían con sonoras carcajadas que él no tuvo más remedio que imitar, aparentando que entendía de lo que iba la jocosa diatriba del escritor, que además la decía con un tono muy peculiar, con su típico acento de barrio sureño que hacía que no abriera bien la boca y terminara con rapidez las últimas palabras de una oración...

*Cuento mío de la colección inédita Rotación, ha sido publicado en la revista de arte y cultura alternativas, Replicante; puede verse en:  http://revistareplicante.com/en-la-mente-del-idolo/

lunes, 16 de junio de 2014

El teatro del mundo. Exposición colectiva


De todas las formas del arte, la arquitectura es donde convergen de manera irrecusable la funcionalidad y la estética; la inventiva individual y la necesidad colectiva; lo público y lo privado; el capital de Estado y el capital corporativo. Incluso algunos críticos han visto en ella el signo preclaro de la actual época histórica, como fue el caso del filósofo de la cultura estadounidense, Fredric Jameson, quien vio en el desarrollo de la arquitectura contemporánea, el signo paradigmático de nuestros tiempos, llamados postmodernos: la irreversible colonización del mundo del arte por el capital financiero global.
En este contexto, se presenta la exposición colectiva El teatro del mundo en el Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México. Compuesta por 25 obras de 21 artistas internacionales, es una colección ecléctica que muestra una diversidad de técnicas, materiales e intencionalidades para revelar por medio de la expresión plástica y visual la mencionada complejidad social en torno al fenómeno arquitectónico. A decir de la curadora, Andrea Torreblanca, “Hay una relación muy estrecha entre la arquitectura y la teatralidad. Tenemos a la arquitectura como pabellón, como monumento, como utopía y como ornamento. Esto es parte de lo que los artistas han querido exponer con sus trabajos”.





De esta manera, tenemos una variedad de propuestas que evocan de manera precisa diferentes aspectos de la arquitectura en su tránsito imaginativo, cultural, social y político. Así, por resaltar algunos ejemplos entre la multiplicidad de trabajos de la exhibición, el artista austriaco, Andreas Fogarasi, plasma en una serie de cuadros minimalistas con sólo el rótulo nominal en ellos, una muestra ficticia del marketing general de las ciudades, encarnado en aquellos nombres estereotípicos que las urbes adquieren con el paso del tiempo (“The first city”, “The silver city”, “The copper city”, etc.), ya sea por espontaneidad social, discursividad política o interés económico y que terminan siendo la referencia nemotécnica ineludible al pensar la ciudad en cuestión.






Por su parte, el artista venezolano, Alexander Apóstol, con la serie de fotografías Skeleton City, muestra, dese lo particular, una problemática generaliza en diversas partes del mundo, pero muy especialmente en el llamado Tercer Mundo: los dislates administrativos en el manejo de los recursos públicos y privados, plagados de corrupción, trampas y fraudes en despoblado. Por medio de una serie de fotografías del inacabado desarrollo arquitectónico, habitacional y turístico, de Isla Margarita en Venezuela, que fue promovido estatalmente hace un cuarto de siglo como una muestra de la bonanza petrolera de aquella nación sudamericana, y que terminó como una ciudad fantasma de dimensiones colosales, expuesta al deterioro medioambiental y al olvido social. La serie es un reflejo fiel de la circunstancia de la arquitectura en las latitudes del subdesarrollo mundial: el dispendio festivo, desparpajado, engañoso, y la larga resaca de penurias sociales que le siguen, los saldos de la depauperación económica generalizada a expensas de las fantasías ideológicas de la demagogia tropical.




En tanto que el artista griego Kostis Velonis, mediante una escultura hecha de cerámica, madera y acrílico, erige una poderosa evocación del quebranto de las culturas y las civilizaciones, que se produce de manera inevitable a través del tiempo histórico, y cuya historia de gloria, decadencia y final dispersión en el tiempo es narrada de manera inequívoca por los restos arquitectónicos que logran sobrevivir al devenir de la sociedad. Así, la pieza, intitulada Life without Tragedy, representa un foro de la época griega clásica, pero ya calcinado y en ruinas. Elocuente y penetrante, su visualidad revela el estado presente de una herencia cultural que yo no posee vitalidad social, sino solamente interés arqueológico. Destino ineludible de toda grandeza temporal: la precariedad de la gloria presente y la apuesta por un futuro rescate generacional de su significado, así sea como memoria histórica compartida.




Algo similar refleja la serie de fotografías intervenidas del mexicano José Dávila, si bien en clave postmodernista; Dávila seleccionó fotos antiguas de algunas edificaciones emblemáticas del arquitecto hispano-mexicano, Félix Candela, para después deconstruirlas simbólicamente mediante recortes en el papel fotográfico. Candela fue un representante paradigmático del boom del modernismo arquitectónico mexicano, vinculado con la bonanza económica del medio siglo XX, en lo que internacionalmente se conoció como el “milagro mexicano”, o la inclusión del país a una esfera relevante del sistema de producción industrializada mundial, que tuvo su cierre simbólico con la represión gubernamental de las protestas sociales del ’68. Dicho “milagro” se reveló ficticio y pésimamente administrado en las décadas subsecuentes, hasta llegar a las grandes quiebras financieras y estatales de los años ’82, ’87 y ’94-‘95. En consecuencia, si la arquitectónica de una sociedad revela su bienestar general, aquello que representó el trabajo de Candela, desapareció a través del tiempo nacional en las décadas de los setenta, ochenta y noventa, desintegrándose entre las tumultuosas crisis económicas y sociopolíticas del México contemporáneo. De esta forma, el trabajo de Dávila transmite de manera rotunda una crítica de aquello que pudo ser y ya no lo fue más. La nostalgia de un mundo posible que se materializó, pero no se consolidó a través del tiempo. Fantasmas de arquitectura que siguen acechándonos en nuestros ensueños de bonanza y redención social; espectros de un pasado que, hoy lo sabemos, pertenece más al mundo de la ficción que al de la realidad concreta y cotidiana.







*Esta nota apareció originalmente en Milenio.com, disponible en:

domingo, 15 de junio de 2014

Antígona de Rufino Tamayo


Siempre son bienvenidos los hallazgos documentales relacionados con personalidades artísticas cuya trayectoria ha sido ya ampliamente recorrida por la crítica, la historia cultural y el análisis estético, incluso al nivel de parecer agotado todo aquello que de un autor puede decirse. Por ello, es de mucho interés el reciente ensamblado documental en torno a una faceta poco conocida del pintor y muralista mexicano, Rufino Tamayo: la de diseñador de vestuario y de coreografía teatral.






En efecto, en el año de 1959, a instancias de la fundadora y entonces directora del Royal Opera House, Covent Garden de Londres, Ninette De Valois, se preparó una puesta en escena en ballet, bajo una interpretación libre, de la obra clásica de Eurípides, Antígona. Con el propósito de dar un cariz innovador a la pieza, fueron llamados dos personalidades entonces jóvenes para la dirección teatral (John Cranko) y musical (Mikis Theodorakis). A ellos se unió la invitación a Tamayo para desarrollar la estética de la puesta en escena; el artista mexicano, si bien no era joven en ese tiempo y era ya reconocido internacionalmente como pintor, sí que era nuevo en las artes teatrales. De esta manera se desarrolló dicha faceta excéntrica dentro del grueso de la obra del pintor.






A decir del curador de la muestra, Juan Carlos Pereda, “por medio de una lectura reciente del archivo Tamayo, se ha descubierto facetas poco conocidas del artista, como la que ahora se presenta”. Asimismo, señaló que no se preservan registros sonoros o fílmicos de la puesta original, sino solamente fotografías de la misma, algunas de las cuales se presentan en la exposición a manera de reproducciones en gran formato sobre telones translúcidos. Junto a éstas, se encuentran disponibles al público reproducciones de las críticas periodísticas de la época, que muestran a los analistas divididos en torno a la propuesta atrevida para la época. También se pueden observar réplicas del programa y del elenco participante, lo mismo que fotografías en formatos pequeño y mediano de la obra en acción.






A la par de todo ello, se rescataron una serie de pinturas realizadas por el artista a manera de bocetos para los acabados de vestuario y escenografía de la Antígona de Cranko (14 goauches originales, en total). A decir del curador, algunas de estas obras se encontraban prácticamente arrumbadas en el estudio del muralista y en su momento no se sabía a qué serie u objetivo pictórico personal correspondían. En ellas, destaca un atrevimiento que resultaría en última instancia en una especie de innovación postmodernista por parte de Tamayo: dotar al contexto griego antiguo con rasgos eminentemente mexicanistas, que destacan de manera especial en la visualidad de un paisaje sideral combinado con elementos clásicos de la arquitectura griega en la escenografía, al igual que en los detalles de la utilería guerrera de la obra: escudos y espadas con reminiscencias de la iconografía prehispánica, cara en mucha de su obra pictórica.


*Esta nota se publico originalmente en Milenio.com, disponible en: 

lunes, 9 de junio de 2014

Cherchez la Femme de Alejandra Zermeño


En el marco de las actividades del Festival Internacional por la Diversidad Sexual, del Museo de la Mujer de la Ciudad de México, fue inaugurada la exposición escultórica y gráfica de la artista plástica mexicana Alejandra Zermeño. Durante la inauguración del evento, Margarita Almada, Coordinadora del Centro Documental del Museo, fundadora del mismo e investigadora de la UNAM, dijo que la exposición “expresa mucho de lo que somos los seres humanos: sentimientos, sensibilidad y entereza”. De la misma manera, subrayo que “en el Museo de la Mujer, se busca presentar la historia de las mujeres, sus circunstancias de vida más allá de la historia tradicional que sólo presenta a los hombres. Aunque es un espacio abierto a mujeres y hombres, siempre en el marco del apoyo a la igualdad de género”.
La muestra consta de 15 esculturas y 8 dibujos y pinturas. Zermeño, Maestra en Artes visuales por la UNAM, conversó con Milenio.com y afirmó que “tras el momento crucial en mi persona, que fue la muerte de mi madre en diciembre del 2012, cuando aún era una mujer en plenitud, que todavía no llegaba a los sesenta años, tuve la necesidad de recuperar el tema de la feminidad, entrevistando a mujeres para que relataran su experiencia femenina como insumo para mi obra. En esta ocasión, fue un grupo femenino de clase media, profesionistas, con edades de 25 a 57 años. El hilo conductor de sus narraciones fueron sus experiencias sexuales en una sociedad como la nuestra, esencialmente machista, donde incluso hubo testimonios de acoso y agresión sexual infantil. El resultado fue una colección muy emotiva. Por igual, resultaron diversas historias de empoderamiento, de reencuentro y de regeneración; de fuerza y energía”.







La colección muestra a una artista con pleno dominio del arte escultórico que en esta ocasión fue realizado con la técnica del moldeado y vaciado en resina; y lo mismo puede decirse de los dibujos que acompañan a muchas de las esculturas en los que se refleja con eficacia algún momento crucial de la vida de las entrevistadas. Así en El ciclo, conjunto de cuatro esculturas en resina, Zermeño representa los diferentes momentos del ciclo lunar femenino, culminando con el momento de la menstruación, objetivado en una figura negra revista por un bordado de polipropileno en el mismo color, material que es utilizado en la fabricación de toallas femeninas y se cree que muy dañino para la piel. La figura transmite asimismo el ocultamiento social que dicho acontecimiento biológico ha tenido de manera perenne en nuestra sociedad.
Por su parte, la serie Sakura, compuesta por dos esculturas de resina y un dibujo a tinta, pastel y lápices de colores, nombrado, Watashi wa: quién quiero ser, codifica la historia de una joven mexicana de ascendencia japonesa “donde se unen dos culturas muy machistas” —apuntó la autora—, que había sido educada para ser una ama de casa tradicional, pero que al llegar a la juventud se rebela contra dicho designio familiar. Con dos acabados contrastantes, un busto churrigueresco, que carga el rostro de la joven con una bien lograda exuberancia floral, que representa el renacimiento femenino, personal y social (con el detalle añadido de un minúsculo rostro infantil que asoma entre las flores, “recuerdo ornamental de lo que estaba destinada a ser”, dice Zermeño), tiene su continuación en una escultura de cuerpo completo, con un carácter mucho más minimalista, en la que la representación de la joven mujer transmite la dinámica de la regeneración o elevación del ser femenino, por medio de las líneas florales que a manera de tatuajes vitales recorren partes clave de su cuerpo, como son el brazo, la pierna y el cuello.






Asimismo, las tres piezas más íntimas, personales y emotivas de la colección; aquellas dedicadas a su madre, al penoso proceso patológico cancerígeno que padeció y a su fallecimiento. Así, el tríptico de mini esculturas, titulado La mamámaestra, representa con claridad un rostro cariñoso y sabio, rodeado de conchas y caracoles marinos: representaciones ineludibles del eco del tiempo ido que, no obstante, reverbera en su interior para el escucha atento. Enseñanzas y palabras de una sabiduría femenina al mismo tiempo personal y ancestral contenida en el rol social y biológico supremo de nuestra especie: la madre. “Al hacer estas piezas -comentó la escultura a Milenio.com- había bloqueado la impresión de su muerte”. No así en el dibujo de grafito y pastel sobre papel, La muerte, “que fue un momento catártico para mí” —apuntó Zermeño—. La pieza refleja con precisión el momento de la última exhalación, la transformación del organismo ordenado en su paso a su definitiva modificación biológica desintegradora. Pero al mismo tiempo, refleja con puntualidad la apacibilidad gestual final de alguien que cumplió con la vida; que se fue siendo amada y recordada. La triada cierra con el dibujo de tinta y grafito sobre papel estampado La no curación: la quimio. Obra que transmite una doble contundencia; por una parte, la dolorosa realidad de que en el estado actual de la ciencia médica, el remedio más socorrido contra los diversos cánceres -la quimioterapia-, muchas veces es más dañino que la propia enfermedad, con resultados agresivos en exceso para el organismo. Por otra parte, transmite igualmente un gesto de silente súplica a la cual se superpone una fuerza de vida, de resistencia y de ganas de luchar aún en el desahucio; algo que, qué duda cabe, es característica esencial y privilegio vital de las mujeres.








*Esta nota apareció originalmente en Milenio.com: