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Revista Replicante

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domingo, 27 de octubre de 2024

Consideraciones sobre el sistema hegeliano

En el cuento “El inmortal” (contenido en la colección El Aleph), Jorge Luis Borges presenta una visión posible de lo que sería un mundo vivible eternamente: abatimiento, letargo, pasividad y negligencia; un estado en el que los seres humanos serían “invulnerables a la piedad” y en el que “no interesaba el propio destino”. Porque, ¿qué propósito tendría ser personas de acción, protagonistas de los tiempos, una y otra vez, a lo largo de una vida incesante? Precisamente lo contrario es el núcleo de la historia filosófica presentada por Georg Friedrich Wilhelm Hegel: la historia cesa o cesará. Tiene una dinámica de resolución, alcanzará una meta. Por lo tanto, la historia posee un enclave de acción, una fuente dinámica, una fuerza impulsora. Por medio del ineludible desarrollo de un Espíritu panorgánico, los acontecimientos históricos serán impelidos a su desenlace; aunque este se encontrará mediado por una definitividad conceptual y no por los acontecimientos provisionales de esta o aquella época histórica específica. Ese “Espíritu panorgánico” que Hegel nomina de acuerdo con la jerga metafísica que dominaba y que, de manera cierta, adaptó de sus estudios teológicos, no es otra cosa que la razón humana universal. La cual ya había sido dictaminada por Immanuel Kant una generación antes: allí donde haya seres humanos, habrá racionalidad.
Al afirmar que la historia tiene un desenlace, Hegel ha de resolver el problema del “fin de la historia”, y lo hace de manera fascinante. Parte de la idea de que debe existir un principio racional, universal y dinámico, que emanará embrionariamente como espíritu supremo auto contenido en espera de desarrollarse y comprenderse a través del tiempo. Su sabiduría radica en su despliegue temporal a través de los actos de la historia. En otras palabras, la historia es el ámbito del desarrollo, ensanchamiento y progreso de la razón humana universal. El sistema hegeliano es contundente al tener como base la empiricidad. Los más resplandecientes logros de la humanidad, para bien y para mal, han emergido (tras un milenario proceso de maduración que iniciara en Oriente) de las tierras delimitadas por los Urales, el Mediterráneo y el Mar del Norte. La civilización greco-latina-cristiana ha sido “el gran teatro de la historia universal”. Cierto es que sus disquisiciones históricas no carecen de inexactitudes y argumentos ad hoc (algo inevitable en la especulación filosófica y en la historiografía del siglo XIX), pero el núcleo analítico es impecable: si algo hemos notado en nuestro paso por la Tierra, es la paulatina evolución de nuestra racionalidad. Las formas políticas hasta hoy más correctas, los modos de convivencia más armónicos posibles y la adquisición de objetivos claros para nuestro efímero tiempo de vida planetaria, asoman con claridad en la Europa moderna, como afirmara Hegel. La conformación de la “madurez de la razón”, como la llamó Hegel, en la Modernidad implica una dinámica de saber evolutivo en la que, por decirlo de manera simple, la racionalidad humana aprende de sus errores y los subsana en el progreso temporal. “El espíritu, como fuerza infinita, conserva en sí los momentos de la evolución anterior y alcanza de esta manera su totalidad”. [1] Asimismo, su sistema prevé un equívoco recurrente: no se trata de una historia cuyo cierre se haya dado de una vez para siempre. Cierto es que el filósofo observa, afirma y analiza su propia época —la primera mitad del siglo XIX en Europa y, en particular, en la Alemania prusiana— entendiéndola como el pináculo de la razón. Sin embargo, hace una precisión importante: el logro de la razón se mide a través del logro de la libertad. El ser humano no es libre (a la manera romántica que recurre al mito del buen salvaje) por naturaleza. Hegel es en esto inequívoco:
La libertad como idealidad de lo inmediato y natural no es inmediata ni natural, sino que necesita ser adquirida y ganada mediante una disciplina infinita del saber y del querer. Por lo cual, el estado de naturaleza es más bien el estado de la injusticia, de la violencia, del impulso natural desatado, de los hechos y los sentimientos inhumanos. [2]
La libertad implica, entonces, la necesidad de reconciliación entre la naturaleza racionalmente inmadura del ser humano, en tanto que individuo, y el carácter de racionalización superior de su devenir en tanto que ser social. “La historia universal es la doma de la violencia desenfrenada con que se manifiesta la voluntad natural; es la educación de la voluntad para lo universal y en la libertad subjetiva”. [3] Así funciona la evolución de los pueblos, conjuntos sociales específicos, o lo que él llama el espíritu objetivo; la prueba es empírica: existen naciones que han logrado llegar a ese grado de madurez en tanto que conjunto de subjetividades, y existen naciones que no lo han hecho. Por lo tanto, existen conjuntos de personas racionales que, sin embargo, no han logrado ni conceptualizar ni materializar la libertad. Tal es el caso del despotismo oriental en el que sólo uno es libre, a saber, el emperador.
El imperio chino y mongol es el imperio del despotismo teocrático. Aquí se encuentra el estado patriarcal... Este principio patriarcal está en China organizado en un Estado; entre los mongoles no se halla desarrollado tan sistemáticamente. En China manda un déspota, que dirige un gobierno sistemáticamente construido, en múltiples ramificaciones jerárquicas. El Estado determina incluso las relaciones religiosas y los asuntos familiares. El individuo carece de personalidad moral. [4]
De acuerdo con el planteamiento hegeliano, el progreso de la razón humana universal continuó su marcha por el mundo antiguo: “Los persas constituyen propiamente el tránsito entre el Oriente y el Occidente. Y si los persas son ese tránsito en lo externo, los egipcios constituyen el tránsito interno a la libre vida griega”. [5] En todos aquellos casos, la consolidación del poder patriarcal en una persona sometió sin más a las individualidades de las comunidades antiguas: “Así, con el edificio suntuoso del poder único, al cual nada escapa y ante el cual nada puede adoptar una forma independiente, va unida la arbitrariedad indomable”. [6]
En la Grecia antigua, la moralidad tuve una diferenciación importante entre el Estado y el individuo, alcanzando una nueva etapa evolutiva con relación a las otras civilizaciones antiguas. Al hacerlo, tuvo tres características que le impidieron desarrollarse con plenitud racional universal: estuvo restringida para un conjunto exclusivo de la sociedad (los varones cultos de clase alta y de la nobleza), existía la esclavitud y eligió el camino de la estetización del individuo:
…al modo como en una obra de arte bella, lo sensible sustenta el sello y la expresión de lo espiritual... la moralidad en la belleza no es la moralidad verdadera, no es la moralidad oriunda de la lucha de la libertad subjetiva que habría renacido de sí misma, sino que sigue siendo aquella primera libertad subjetiva y tiene, por tanto, el carácter de moralidad natural, en vez de haberse rehecho en la forma superior y más pura de la moralidad universal. [7]
En el siguiente estadio histórico, el imperio romano, tenemos:
Un Estado como tal es el fin a que sirven los individuos, para el cual los individuos lo hacen todo. Esta época puede llamarse la edad viril de la historia. El varón no vive en la arbitrariedad del señor ni en su propia arbitrariedad, arbitrariedad de la belleza. Ha de hacerse a la labor penosa de servir y no en la alegre libertad de su fin. El fin es para él algo universal, sí; pero es también, al mismo tiempo, algo rígido a que ha de consagrarse. Un Estado, leyes, constituciones, son fines; a ellos sirve el individuo; en ellos, en el logro de ellos, sucumbe y alcanza su fin propio cuando ha alcanzado el fin universal. [8]
La universalidad del Estado romano estableció el principio de la disociación de las leyes con relación a las individualidades. Un logro importante en el camino de la expansión de la racionalidad jurídica, pero que quedó estrechamente vinculado con la necesidad y la facultad omnímoda del imperio. Por ello, la respuesta medieval a la formalidad universalista del imperio romano fue la restitución de la preeminencia de la individualidad como elemento indispensable de la conciliación entre Estado y sujeto. Al tener el sostén del cristianismo, que durante tres siglos se expandió de manera sostenida por los territorios del imperio, la metafísica religiosa conformó la anhelada restitución de la dignidad subjetiva:
…tiene que acontecer, pues, que la personalidad individual sea intuida, sabida y querida como purificada y transfigurada en sí misma para la universalidad... Frente al imperio exclusivamente profano contrapónese ahora el imperio espiritual, el imperio de la subjetividad, que se conoce a sí misma en su esencia, el imperio del espíritu. Así llega a manifestarse el principio del espíritu, según el cual la subjetividad es la universalidad. [9]
Después de más de mil años, la debacle medieval se debió a que hubo una contraposición entre la reconciliación de la subjetividad y la divinidad del cristianismo con el imperio profano constituido por la iglesia católica y los reinos a ella supeditados: “...el imperio espiritual es al principio un imperio eclesiástico, sumergido en la realidad exterior; y cuando el poder profano es oprimido exteriormente, perjudícase el eclesiástico. Esto constituye el punto de vista de la barbarie”. [10] Finalmente, se alcanza el principio sustancial de la Modernidad en la que “el espíritu encuentra la forma superior que le es universalmente digna, la racionalidad, la forma del pensamiento racional, del pensamiento libre” [11]; en la “que el sujeto es libre por sí y solo es libre por cuanto es conforme a lo universal y está sujeto a lo esencial: al reino de la libertad concreta”. [12]
REFERENCIAS [1] Hegel, G. W. F., Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, Alianza, Madrid, 2004, p. 209. [2] Ibíd., p. 105. [3] Ibíd., p. 202. [4] Ibíd., p. 204. En todos los casos, Hegel se refiere a la época de las antiguas civilizaciones. [5] Ibíd., p. 205. [6] Ibídem. [7] Ibíd., pp. 206-207. [8] Ibíd., p. 207. [9] Ibíd., p. 209. [10] Ibíd., p. 210. [11] Ibíd., p. 211. [12] Ibíd., p. 210.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Notas sobre las HMD (herramientas museológicas digitales)

*Comentarios sobre "La museología digital y el museo mexicano. Herramientas museológicas digitales, 1990-2008" de Rodrigo Witker Barra en Alteridades, 2009 19 (37), pp. 87-101. En México, los primeros esfuerzos sistemáticos para incorporar los beneficios digitales a los museos datan de hace ya treinta y cinco años. Refiere Witker en la nota al pie 10 de su artículo: "Para finales de los años ochenta, el INAH le encarga al doctor Manuel Gándara realizar un primer Inventario-Catálogo de sus acervos, para lo cual Gándara desarrolla un prototipo en plataforma Macintosh, y que se trata, sin duda, de la primera HMD creada en México". Esto coincide con la apertura del mercado masivo de las computadoras personales para casas y oficinas que, como se recordará, en nuestro país inició entre 1987 y 1988 y alcanzó su primera consolidación a mediados de los noventa del siglo pasado. En una primera impresión pareciera que hay un desfase entre la acelerada penetración masiva de las computadoras personales, hasta llegar a los altos números de la actualidad que, de acuerdo con el INEGI, son cerca de 50 millones de personas que las utilizan, y el avance de las HDM en la mayoría de los museos nacionales. Un asunto que no es menor abarca dos rubros cruciales que posiblemente ralentizaron la museología digital en México a principios del presente siglo: el presupuesto y la visión gerencial de los recintos que, a diferencia de los ámbitos corporativos, tardó en expandirse a través del circuito museístico nacional.
Vinculado con esto, comenta el autor:
En estricto orden cronológico, esta primera fase de la relación entre lo museológico y lo digital, que comienza a principios de los noventa, está determinada por lo que podemos llamar "apostar al futuro". Esta apuesta significó desde buscar las mejores plataformas informáticas, la mejor tecnología y los mejores recursos, y encontrar coincidencias entre los diversos lenguajes técnicos, hasta definir los procedimientos más adecuados para llevarla a cabo. Al mismo tiempo, esta relación siempre estuvo marcada por una mezcla de sensaciones y reacciones como la fascinación, el asombro, la decepción y la cautela (p. 90).
Lo cual nos lleva a las consideraciones operativas en las que se fusionan los dos conjuntos antedichos junto con los objetivos propuestos para fortalecer el vínculo entre el público y el museo mediante las HMD, lo que constituye la razón de ser de su implementación. Afirma Watker:
Las experiencias obtenidas de la construcción de estos multimedios interactivos fueron reflexionadas y sugeridas a manera de metodología de trabajo de la cual surgieron aspectos interesantes, por ejemplo: Usar una interfaz sencilla, limitar el número de opciones de navegación del usuario; hacer atractiva la interacción, aprovechar que al usuario le gusta explorar para encender su imaginación y su deseo de aprender; hacer que el usuario se sienta cómodo, el usuario continuará con su exploración durante más tiempo si sabe done está, cómo puede continuar, retroceder o salir, y si es estimulado con sonidos e imágenes; no obligar la lectura, de hecho, las personas obligadas a leer encuentran molesto tener que hacerlo en un monitor; considerar las limitaciones sensoriales del público: emplear no solamente colores, también íconos y palabras; contemplar un contenido no lineal: los ritmos y secuencias de lectura las establece el propio usuario (p. 92).
Esto, por supuesto, debe llevar a un aumento en los volúmenes de información y de alcance público de lo ofrecido por los museos, comprensión que, de manera cierta, es la norma en el circuito nacional de museos. De acuerdo con el autor (p. 100), los principales puntos en el uso de la HDM son: 1. Documentación de bienes culturales. 2. Promoción para la difusión masiva. 3. Gestión de los procesos museológicos. 4. Conformar un elemento narrativo para generar discursos en torno al museo. En consecuencia, siendo todo esto ya una norma de facto en la actualidad, los museos que o bien emprendieron, pero abandonaron el uso de las HMD, ya bien aún las tienen, pero son obsoletas o, en el peor de los casos, nunca han optado por incluirlas, deben considerarse como casos anómalos en los que habrá que evaluar las causas específicas que los han mantenido en alguno de los supuestos mencionados.

jueves, 22 de agosto de 2024

La cabeza de la hidra en la crítica literaria

Encontramos un puñado de análisis que se detuvieron a pensar —así sea de manera breve— sobre la solitaria novela detectivesca del autor. Buena parte de ellos se encuentra agrupada en la serie de reseñas contemporáneas a la salida al mercado de la novela y que, en su mayoría (fundamentalmente por razones de espacio), son simples apuntes a seguir para un mejor y más detenido desarrollo ulterior. Dentro de estos, destacan las observaciones de Lucille Kerr , cuya nota sobre la novela contiene de manera embrionaria algunos de los aspectos relevantes relacionados con las configuraciones del poder en el nivel mundial y su reiteración en el nivel nacional. Ocurre algo similar con los comentarios de uno de los críticos más importantes de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, José Joaquín Blanco, quien en sus escuetas consideraciones del thriller, llama la atención sobre un tema que encuadra puntualmente una de las intenciones de la novela y que la ubica con precisión en el desarrollo evolutivo ideológico-narrativo del escritor: la pérdida de la fuerza, al cabo de dos generaciones, de la ideología posrevolucionaria. En la reseña “The Twins in the Looking Glass” , Mary E. Davies enfatiza el carácter satírico de la obra, dando peso a las alusiones y visiones cinematográficas de la narración, especialmente en lo que se reiere al personaje principal, Félix Maldonado. Esto refuerza la interpretación de que la novela es de factura postmodernista, aunque no comparto del todo su idea de que Fuentes hace de Félix un personaje eminentemente humorístico, por más que este humor sea ácido y que se dirija contra la propia persona del personaje. Fernando García Núñez, en su recensión de la novela , observa el carácter intertextual de la obra, así como la dislocación del discurso del personaje eje al ser la historia narrada (a la que accede el lector) la crónica (hecha por un tercero) de una narración (la del personaje principal). Esta estructura en capas crea un entramado narrativo inestable en el que, en principio, todo puede ser puesto en duda porque no contamos con la fidelidad del narrador en primera instancia. En el ámbito estilístico, tal exploración narrativa también cuenta entre los atributos postmodernistas del libro. García Núñez comenta también dos posibilidades de las que discrepo: que la razón de ser de la trama es que el protagonista pueda realizar un acto verdaderamente libre, y que tal vez los dos grandes antagonistas de la intriga (el Director General y Timón) sean la misma persona. A la primera afirmación no le veo un peso real en el orden narrativo de la novela, ya que a mi entender el grueso de su entramado justo lo que demuestra es la imposibilidad de tal acontecimiento. A la segunda aseveración, la eventualidad de que el Director General sea uno con su enemigo, la veo como posible pero muy improbable, aunque sí existe cierto respaldo narrativo para considerarlo así.
En su artículo, “La cabeza de la hidra: Residuos del colonialismo” , Phillip Koldewyn plantea cuestiones de interés, aunque interpreta a la novela como parte de un continuo con la obra de juventud de Fuentes —la preeminencia de la simbología azteca, las máscaras como identidad trastocada del mexicano—, sin tomar en cuenta el quiebre ideológico fundamental de los setenta; la mencionada mengua de la ideología posrevolucionaria. Con todo, tiene hallazgos importantes como interpretar a Félix Maldonado como un símbolo de México, al Director General como uno del colonialismo y la posibilidad de ver a Maldonado «como un James Bond de muy reducidas posibilidades, puesto que sólo cuenta con la limitada tecnología y experiencia que le puede proporcionar un país del tercer mundo». Jorge Ibargüengoitia observa en sus comentarios sobre el libro un elemento capital: la función que desempeña uno de los disparadores de la acción en la trama: la búsqueda, persecución y lucha por la obtención de una enigmática piedra cristalina y destellante incrustada en un anillo. Al respecto, afirma que «es un objeto físico, perfectamente definido, que constituye el elemento fundamental de la trama…» . Sólo cabe aclarar que es el elemento fundamental de la trama en el nivel textual de la historia detectivesca directa, la historia de acción, ya que desempeña también una función alegórica en otros niveles narrativos que la obra posee. Raymond Williams en Los escritos de Carlos Fuentes hace algunas alusiones mínimas y circunstanciales a la novela, describiéndola como «menos ambiciosa que sus novelas anteriores» , aunque al comentar el ciclo “El Tiempo Político”, dentro del organigrama narrativo “La Edad del Tiempo”, propuesto por Fuentes para ordenar y comprender su obra , sí indica temas de importancia para la comprensión de La cabeza de la hidra al caracterizarla como un pastiche y subrayar el engarce que la narración hace con la obra de Michel Foucault, destacando la cuestión de la representación planteada en el capítulo inicial de Las palabras y las cosas . Por igual, señala un aspecto central de la obra: la distancia ideológica que plantea con relación al sistema de pensamiento del medio siglo mexicano; comentario que sólo ocupa un párrafo y algunas líneas más un poco más adelante, pero que no es desarrollado en profundidad a lo largo del libro.
El anterior repaso no ha pretendido, por mucho, ser exhaustivo. Sin duda, existen más textos analíticos sobre la novela que los aquí mencionados, especialmente en el medio académico estadounidense . No obstante, en comparación con el cúmulo de reseñas, ensayos y estudios sobre el resto de la obra de Carlos Fuentes, lo que se puede encontrar dedicado a la pieza del ’78 es magro y no hay un análisis monográfico que revise en profundidad del texto. En suma, La cabeza de la hidra ha sido mayoritariamente subestimada por la crítica al momento de considerarla dentro del vasto órgano de la narrativa de Carlos Fuentes. No obstante, hay algunos críticos que han percibido la importancia de la obra y han hecho análisis pormenorizados de la narración, dedicándole líneas puntuales: Chalene Helmuth en su libro The Postmodern Fuentes ; Edith Negrín en su artículo “La cabeza de la hidra entre la cultura y el petróleo” , y Lucrecio Pérez-Blanco, en su reseña-ensayo, “La cabeza de la hidra, novela-ensayo de estructura circular” , hacen aportaciones importantes al análisis literario de la obra. Así, del ensayo de Negrín destaco la concepción de la obra como una novela de ideas, lo mismo que una serie de afirmaciones en el sentido de que constituye, de manera primordial, una reflexión sobre el país y su posición como nación subdesarrollada o periférica en el contexto de la distribución del poder mundial. También son sustanciales sus observaciones sobre el manejo, uso y función de las abundantes citas shakesperianas en la novela, que sirven al mismo tiempo a la intratextualidad de la trama —en tanto que diálogos cifrados de algunos de los personajes (los espías nacionalistas)— que a la intertextualidad de la obra al hacer una inclusión sui generis de fragmentos variados de la obra de Shakespeare y las consecuencias que de esto se derivan —entre ellas, en mi interpretación, una alegoría del trastocamiento contemporáneo de los fundamentos renacentistas —. (Similarmente, aunque con menor importancia, aparecen una serie de citas y alusiones de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.) Tras leer este análisis, breve pero puntual, es claro que la incorporación, libre aunque esencial, del órgano shakesperiano en la narración, constituye un tema en sí mismo que quizá requiriera de un libro entero para pormenorizarlo. Por su parte, Lucrecio Pérez Blanco destaca la centralidad de México en la novela y, teniendo esto como trasfondo, afirma que ésta es una novela-ensayo en clave mítica. Me parece que sostener que la obra es un crossover de novela y ensayo es afirmar demasiado, ya que, en todo caso, como ocurre con diversas obras de Fuentes, es una novela de ideas y, más que mítica, yo la calificaría de alegórica, aunque la interpretación del crítico no es del todo desencaminada, ya que buena parte de la producción del novelista mexicano camina por los estrechos linderos en los que se combinan tramas, apreciaciones extra narrativas e invocación de diversas realidades textuales, entre las que los mitos han tenido una presencia sobresaliente (piénsese en La región más transparente, Cambio de piel , Zona sagrada y Terra Nostra , entre otras). Hay, no obstante, una observación que me ha parecido de suma importancia: Pérez Blanco la ubica en un presente mexicano que inicia en 1973, año de la crisis petrolera desencadenada por la OPEP. En el caso de la profesora Helmuth, afirma en su sobresaliente libro que la obra de Carlos Fuentes posterior a Terra Nostra es claramente postmodernista. Dentro de los argumentos que ofrece para sostenerlo se encuentra el tratamiento que el autor hace del tema de la subjetividad y sus corolarios: la identidad y la relación del individuo con el tiempo. Su análisis es ágil y sugerente. Es claro que hay un vínculo evocativo entre la elección del nombre ‘Diego Velázquez’, que adquirirá el protagonista principal, Félix Maldonado (tras la difuminación de su subjetividad a manos de poderes macro orgánicos que lo rebasan y sojuzgan), y la obra fundacional del estudio “arqueológico” foucaultiano. Como se recordará, Las palabras y las cosas inicia con el análisis estructural de Las meninas de Velázquez y las consecuencias que, de acuerdo con el autor, se derivan de éste para comprender la dinámica que diferencia y opone a la naciente episteme clásica, racional y representacional, del pensamiento premoderno, mimético y taxonómico, propio de la Edad Media y el Renacimiento; oposición y ruptura que posibilitará los desarrollos ontológicos posteriores de la Modernidad decimonónica. Félix tiene en un lugar prominente de su departamento una reproducción del cuadro y se concibe a sí mismo, en conjunción con su esposa, como el doble físico de Velázquez. En este sentido, creo que efectivamente la novela puede ser leída en clave postmoderna, aunque es debatible la conclusión general de Helmuth que sostiene que la obra toda de Fuentes ha decantado hacia esa vertiente estética a partir de la década de los setenta. (Apreciación que es compartida por Williams, aunque con mayor ambigüedad .) Al respecto, encuentro que la posible confusión deriva de la manera en que el autor concibió la totalidad de su obra como un órgano narrativo global: ésta es plenamente moderna en su concepción general, aunque posee trabajos postmodernos en lo particular. En este sentido, el esquema entero de sus creaciones, que él ha denominado “La Edad del Tiempo”, presenta un cariz hegeliano: es intrínsecamente temporal, se despliega en momentos particulares encadenados y, entre ellos, se realiza una constante retroalimentación dialéctica, es decir, cada uno evoca a los demás, pero al mismo tiempo los diluye en su singularidad, absorbiéndolos, integrándolos en su propia manera (textual) de ser: «En Hegel, todo lo que se ha dicho en un lenguaje puede recuperarse en otro lenguaje; desarrollamos el contenido interno de un modo de pensamiento y lo conservamos en el siguiente modo» .

miércoles, 14 de agosto de 2024

Consideraciones sobre el lenguaje y la ideología en LRMT

Además de su estatuto político, del gobierno que la rige y de los abitrarios trazos de sus límites geográficos, ¿qué es lo que constituye a una ciudad? A esta ciudad, la Ciudad de México (conocida en la época en que Fuentes escribió La región más transparente como México, D. F., y sus alrededores). ¿Cómo la identificamos como una y la misma a lo largo del tiempo? Dentro de su imparable crecimiento, de la radicalización de sus incompatibilidades internas y de la disparidad de sus habitantes, la Ciudad de México es una y la misma, por más que los diferentes momentos de su historia moderna sólo parecen compartir un centro urbano que se hunde en la arcilla. Hay tres grandes candidatos para rastrear la paradójica unidad de la ciudad, todos problemáticos y no definitivos: el lenguaje, la historia y la ideología. Carlos Fuentes tuvo en consideración esta tríada al momento de dar sustancialidad a su trabajo inaugural dentro de la novelística nacional. Intentó atrapar la totalidad del lenguaje, de la historia y de la conciencia metropolitanos por medio de la literatura, dotándolos de un relieve que cuestiona e intenta ir más allá de la novela tradicional (realista o naturalista). Al concebir La región más transparente, manifestó una voluntad meta isomórfica (es decir, que diera forma a la ciudad más allá de la descripción de ésta). El postulado tácito de la obra es la ambición de generar en el espacio narrativo una ciudad holográfica (tridimensional). Imaginó el proyecto como el paso de la abigarrada oralidad y la problemática socio-histórica del Valle de México a un nivel superior de la letra impresa, persiguiendo la novela acabada, definitiva. La ciudad que decidió recrear con base en esta voluntad tenía tres millones de habitantes, que ahora son la tercera parte de los que hay. Por eso creyó factible el proyecto de realizar una obra “experimental, ambiciosa, totalizadora” que omniabarcara la vida de la metrópoli.
Para lograr su objetivo eligió la técnica del encadenamiento de estereotipos en el espacio novelístico cuya razón de ser está más allá del plano de la trama interna de la narración. Es decir, elaboró una novela de tesis . La técnica, válida en sí misma, es riesgosa. Al seleccionarla como método narrativo, los personajes no poseen espesor psicológico-motivacional por sí solos, sino que funcionan como pretextos para ir engarzando la propuesta crítica de la obra. Dada esta complicación, se corre el riesgo de convertirlos en meros vehículos del pensamiento subjetivo del que escribe (por ejemplo, para exponer su ideología) en lugar de utilizarlos como elementos literarios que generen puentes narrativos entre el entramado novelístico y el plano de la especulación argumentativa sobre una realidad determinada. Al decidir esta estrategia global para su libro, el autor usó dos tácticas fundamentales: 1) generar un encadenamiento lingüístico multi direccional, dinámico y penetrante, y 2) establecer una serie de premisas ideológicas sobre la historia y la sociología de la ciudad que, por extensión, reflejaran las de la nación entera. Lo primero es un logro mayor de la novela. Razón que la ubicó en el canon de los libros indispensables de la generación del “boom” , o nueva novela hispanoamericana, y que estableció una tendencia en la novelística posterior del escritor. En cambio, la obra se anquilosa como proyecto totalizante y como tesis ideológica ante la realidad cambiante de la ciudad a través del tiempo y, más aún, ante el progresivo descredito de las especulaciones sobre la mexicanidad del medio siglo XX, comenzando por las de El laberinto de la soledad, marcando así dos problemas: la caducidad de las ideologías y la virtual imposibilidad de diseñar un ejercicio literario semejante en nuestros días. Para Fuentes, entonces, la técnica resultó bivalente.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Sobre el universo de Giordano Bruno

Giordano Bruno (1548-1600) tuvo entre sus principales áreas de estudio la especulación metafísica, en la que incluía a la astronomía y a la teología. Como el resto de los filósofos renacentistas, era un convencido teísta (el moderno ateísmo arribará a la cultura europea hasta el siglo XVIII) que intentaba dar sustento a la magnificencia divina ubicando la universalidad de dios en la Tierra y en el universo.
Lo revolucionario de su pensamiento sobre este tema es que, para él, no existía una verdad única sobre dios, sino que todas las culturas y todas las religiones habían dicho cosas ciertas e interesantes sobre el creador del universo. Algo, por supuesto, que se contraponía con la autoridad de la iglesia católica que siempre se había asumido como la poseedora de la verdad única sobre dios. En sus disquisiciones sobre lo divino, Bruno incluyó su versión de la realidad del cosmos que veía como una totalidad interconectada con afinidades en su modo de ser, dependiente de una fuerza suprema que hacía converger todo cuanto ocurría en el cosmos. Para él, todos los astros del firmamento tenían planetas y estos tenían habitantes, como ocurría en la Tierra. Soles, planetas y habitantes de estos poseían almas cuya esencia provenía de un dios creador común.
Como es evidente, el valor de las disquisiciones del filósofo no está en una ruptura plena con el pensamiento medieval, cuya vertiente metafísica se conserva en el Renacimiento, sino en la manera de poner en entredicho la autoridad de la iglesia católica que a través del tiempo, de manera unilateral, se había erigido como la única detentadora de la verdad sobre dios, el universo y el ser humano.

martes, 3 de octubre de 2023

Sobre "Tiempo y espacio de la novela" de Carlos Fuentes

En "Tiempo y espacio de la novela" (contenido en la coleccón de ensayos Valiente mundo nuevo de 1990), Carlos Fuentes comienza refiriendo la innovación intelectual que representó la interpretación histórica del italiano Giambatista Vico en el siglo XVIII, momento de la historia occidental que es reconocido como el de la consolidación de la revolución cultural europea que conocemos como Modernidad. Dice allí el novelista que las virtudes hermenéuticas principales de Vico fueron: «...el relativismo histórico, la convicción de que el valor de la historia es su variedad concreta, no su uniformidad abstracta» (p. 30). La previsión del pensador italiano es en contra de la posibilidad de afirmar un desarrollo monolítico de la razón humana, visión que ya poseía fuerza en su época bajo la convicción eurocentrista subyacente de que el parámetro de dicha racionalidad era el hombre europeo de la época. Para él, hacer historiografía significaba reconocer la aportación global que las diversas culturas habían hecho a la marcha de la humanidad. Esta era convergente en ciertos puntos y divergente en otros, nunca lineal ni definitiva.
Fuentes retoma la postura de Vico, afirmando que «...Vico llegaría en el siglo XX, cuando la riqueza de un pasado pluralista, vivido de manera concreta por muchas naciones y muchas razas, se volvió evidente» (p. 34), para apuntalar una de sus más firmes convicciones: que en el espacio textual de la novela ingresa dicha pluralidad histórica. Al hacerlo, recurre a las consideraciones críticas del pensador soviético Mijail Bajtin. Afirma Fuentes: «Territorio ocupado por quien habla y por quien escucha, por quien escribe y por quien lee, la palabra es siempre algo compartido. Al nivel verbal, todos somos participantes, dependemos los unos de los otros y somos parte de una labor dinámica y perpetuamente inacabada, que consiste en crear al mundo creando la historia, la sociedad, la literatura» (p. 36). Aquí es importante destacar cuáles son los principios estructurales sobre los que se construye la novelística. El primero es el lenguaje cuya semántica rebasa la intencionalidad de quien escribe. Es un medio cuyos vínculos con el mundo se han logrado con la larga historia de su uso. La semántica está íntimamente relacionada con la evolución de la humanidad, en general, y de cada cultura lingüística, en particular. Esta característica hace que, por principio, el material básico de las novelas rebase el uso específico que de él hacen los autores. De igual manera, los lenguajes son materiales híbridos. De manera cierta, poseen un núcleo de sentido que unifica a los hablantes durante cierto tiempo y cuya permanencia se intenta preservar por comodidad comunicativa. Pero inevitablemente, está en constante modificación tanto por las innovaciones propias de los diferentes ejes de la estructura social, como son la economía, la tecnología y el ámbito del arte, como por las integraciones extranjeras a la lengua, producto de la permanente interacción con otros pueblos, que se magnifica en la era de la globalización electrónica.
Por ello afirma el intelectual mexicano: «...para Bajtin todo significado está limitado por su contexto, pero paradójicamente, ese contexto no tiene límites. El nombre de semejante ilimitación es para Bajtin la heteroglosia, o sea la diversidad y pluralidad de lenguajes. En el mundo moderno, la novela es el lugar privilegiado donde se reúnen los lenguajes plurales, donde yo y el otro nos encontramos y proponemos una historia inacabada» (pp. 36-37). Por eso, Fuentes destaca el surgimiento de la novela en la Europa que comenzó a dinamizar su cultura, su política y su entendimiento del mundo natural, en el último periodo del Renacimiento y el comienzo del Barroco, Época Clásica o Modernidad: finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII (algo que detalló en su ensayo Cervantes o la crítica de la lectura, de 1976). Así, esa nueva modalidad de la escritura, cuya concepción original implicaba transmitir las ideas novedosas por medio de la fabulación, se convirtió en el espacio idóneo para la convergencia de pensamientos (podían mezclarse acontecimientos de épocas separadas por el tiempo histórico); de estratos lingüísticos (se reproducía el habla de la nobleza y la del pueblo llano; la del jurista y la del astrónomo, etcétera); de idiomas y de la superposición entre estos; y de ideologías, entre muchas combinaciones más, puesto que el límite es el límite mismo de la palabra hablada y escrita. Afirma entonces el autor: «Narrativa donde todo posee un significado alterno. Construcción verbal no-literaria, no realista, que concierta la confrontación dialógica entre lenguajes diversos» (p. 37). De acuerdo con él, esta es la estructura paradigmática de la novelística. No sólo es el espacio de una historia que contar, que sería su primer nivel de sentido, sino también de los símbolos de una época, de la incorporación de elementos históricos, de atisbos prospectivos y de ideas en tensión cuando no en franco conflicto.

domingo, 11 de julio de 2021

Edificios inteligentes, una perspectiva mexicana

 

*Desde la antigüedad, una de las encomiendas de la arquitectura ha sido el aprovechamiento del espacio con sabiduría: en armonía con el entorno, con funcionalidad de uso y acabados estéticos. En la época contemporánea, una de las tendencias arquitectónicas se ha englobado bajo el término de “edificio inteligente”.

 

DESPUÉS DEL POSMODERNISMO: LA TECNOLOGÍA ARQUITECTÓNICA

En el imaginario colectivo forjado en los últimos cincuenta años, el siglo XXI ha sido destinado a ser el siglo del futuro. El momento en el que las fantasías de la ciencia ficción comiencen a materializarse. Automatización cibernética, uso masivo de robots, prótesis biónicas, regeneración biológica por medio de la ingeniería genética y una larga lista más. Muchas de estas instancias son ya una realidad. En diversos ámbitos de la sociedad, en efecto, vivimos ya en el futuro. De la medicina a la industria automotriz; de la agronomía a las telecomunicaciones, la inventiva tecno científica modifica de manera constante las relaciones laborales, comerciales, personales y políticas. En tanto que pilares de la vida en sociedad, el urbanismo y la arquitectura también son parte prominente de esta tendencia, dominada por la tecnología interactiva. 


Paradigma internacional de edificio inteligente.


Así, en las últimas dos décadas, y de manera preponderante en la actualidad, los desarrolladores inmobiliarios hablan constantemente de “edificios inteligentes”, “casas inteligentes”, “conjuntos habitacionales inteligentes”, etcétera, constituyéndose incluso en una moda en un importante segmento del mercado citadino.

Comencemos con la acepción estándar del término, aquella que lo iguala con el uso cotidiano e integrado de las ventajas tecnológicas. El reconocido portal inmobiliario Lamudi (www.lamudi.com.mx) da una definición de “edificio inteligente” que no es errónea, pero sí estrictamente comercial y restringida a uno de los aspectos de la “inteligencia” de las edificaciones, es decir, las integraciones electrónicas en los espacios habitables:

 

…se puede calificar a una edificación como inteligente si ésta ha sido dotada de tecnología que permita controlar remotamente varios dispositivos automatizados que tiene la estructura, y esto a través de eficientes sistemas computarizados. Así, los ocupantes del edificio pueden personalizar varias definiciones y características de tales dispositivos para sentirse más confortables y ahorrar tiempo y dinero. Del mismo modo, los sistemas de seguridad y la sustentabilidad son atributos que definen a estas construcciones. En suma, el objetivo es brindar una elevada calidad de vida a los que habitan el edificio y, en el caso de un centro laboral, de aumentar la productividad de los trabajadores.

 

EL SUSTENTO DE UN EDIFICIO INTELIGENTE ES LA FLEXIBILIDAD: CONVERSACIÓN CON JOSÉ MOYAO.

En conversación con el arquitecto José Moyao, quien entre muchas obras más, ha estado a cargo del nuevo palomar del Autódromo Hermanos Rodríguez, del Auditorio Telmex de Guadalajara y la reconstrucción del Frontón México, amplía la definición de “edificio inteligente” y propugna por una interpretación diversa del término:

 

Considero que el epíteto de ‘edificio inteligente’ es una forma de comercializar un tipo de inmueble. Para mí, un edificio inteligente es el que te permite hacer cualquier tipo de adecuaciones en un momento determinado. Aquel que tiene la posibilidad de hacer adaptaciones para diferentes usos. Es decir, que se puede convertir en oficinas, centro de cómputo, o un hotel. Eso sería para mí un edificio inteligente. Un recinto que tiene la capacidad de transformarse y adaptarse a las circunstancias que se le presentaran. Hoy día se le llama ‘edificios inteligentes’ a los que, por ejemplo, en teoría tienen ahorro energético, y digo en teoría porque en la actualidad vemos edificios que tienen las cuatro fachadas de cristal: norte, sur, oriente y poniente, cuando en realidad es la utilización de tipos de cristales que tratan de abatir un poniente que no están diseñados con esquema formal real para lo que se persigue.

 

Es decir, de acuerdo con la argumentada percepción de José Moyao, un edificio inteligente es, en realidad, un edificio flexible. Afirma entonces: “más allá de la tecnología, lo que calificaría como ‘inteligente’ a un recinto es la flexibilidad arquitectónica. Hay que recordar que la tecnología va cambiando, entonces, hacer sistemas de cableados estructurados para un solo tipo de tecnología, cae en la obsolescencia con rapidez. En cambio, mientras tengamos estructuras tanto de pisos como de muros que tengan la flexibilidad para poderse mover o cambiar los elementos tecnológicos según necesidades, en ese momento se vuelve un edificio inteligente”, puntualizó.


Render (1) del palomar del AHRs. Moyao Arquitectos.



Render (2) del palomar del AHRs. Moyao Arquitectos.


Sobre la especificación de los “edificios flexibles”, que son la propuesta del arquitecto para lo que se ha dado en llamar “edificios inteligentes”, abundó:

 

En mis términos, pondré el ejemplo de dos de nuestros edificios que considero inteligentes. El primero, es un edificio en Periférico donde está Sistemas Neumáticos de Envíos (SNE, Boulevard Adolfo López Mateos número 2777). Tiene el cien por ciento de plantas libres. O sea, no tiene una sola columna en medio, son claros de 17 metros con una altura de más de 4.70 metros; lo que ha permitido es que tenga diferentes tipos de usuarios; como oficinas corporativas, y zona de fabricación. Esto permite la flexibilidad que comento. El tratamiento hacia la fachada, que es el Periférico, es el oriente y tiene una “piel”, una celosía que permite controlar la luz solar; del lado poniente tiene corta soles para controlar el asolamiento por las tardes.

El segundo es el Frontón México; edificio que nació con el uso de frontón sin más, como un recinto art decó en el centro de la ciudad en la primera mitad del siglo pasado. Hoy, lo hemos transformado en un edificio vanguardista, con todos los avances de la tecnología: aire acondicionado, sistemas inteligentes de detección de humo, alarmas, etcétera. Pero la clave de su actualización fue que se le dio el carácter de usos mixtos. Tenemos el rescate del jai-alai, con gradas retráctiles, pero también puede servir para conciertos, con elementos acústicos que permiten que la música se escuche perfectamente; tiene también un casino de dos niveles y medio, un restaurante, un sky lounge y, por supuesto, las oficinas administrativas. Entonces, se ha convertido en un edificio de usos mixtos, ya que en la reestructuración completa que hicimos, obtuvimos una estructura abierta que permite esta flexibilidad. Por ejemplo, si el día de mañana el restaurante no funciona y quisieran poner en su lugar, digamos, un hotel boutique, esto sería totalmente factible.



 




Frontón México: joya restaurada. Flexibilidad interior.










LOS EDIFICIOS INTELIGENTES DEBEN SER CONTEXTUALES: ENTREVISTA CON VÍCTOR LEGORRETA.

Heredero de uno de los nombres más importantes en la arquitectura nacional; por sí mismo se ha forjado un nombre en la arquitectura moderna mexicana, participando en proyectos como el recinto del Papalote, museo del niño y, recientemente, con la imponente Torre BBVA, rascacielos de la avenida Reforma de la Ciudad de México.

1.      ¿Cómo define usted un edificio inteligente?

Ha habido confusión y polémica con el término de lo que entendemos por un edificio inteligente, ya que sin duda cualquier edificio construido con buena arquitectura debiera ser en sí mismo una solución inteligente a un problema determinado. Tratando de definir lo que en estos últimos años se conoce como edificios inteligentes pienso que son aquellos que han puesto especial énfasis en usar las nuevas tecnologías y la automatización para lograr un funcionamiento óptimo en un edificio, así como un mejor aprovechamiento de los recursos.

 

2.      ¿Cuál es el estado actual de los edificios inteligentes en México?

Si bien todavía tenemos mucho camino por recorrer con respecto a los países más desarrollados, afortunadamente en México cada vez hay más conciencia de hacer edificios sustentables y amigables con el medio ambiente. Los inversionistas cada vez se preocupan más por hacer construcciones que sean más fáciles y eficientes de operar, así como que consuman menos energía. El uso de las nuevas tecnologías ha permitido tener controles mucho más sofisticados para manejar elementos como la iluminación, el aire acondicionado o el agua para que se adapten a las diferentes condiciones de uso del edificio, dependiendo de la hora del día, de la época del año o de la cantidad de personas que lo usan en los diferentes momentos. Esto nos permite ser más eficientes, tener menores costos de operación, pero sobre todo ser más amigables con el medio ambiente.

 

Torre BBVA: el sketch.



3.      ¿Cuál es la relación entre productividad económica (empresarial y estatal) y la edificación de recintos inteligentes?

Los edificios inteligentes permiten que seamos más eficientes en el uso de los recursos, que contaminemos menos pero también ayudan a crear una ética de respeto al ambiente entre los usuarios. Esto es muy importante ya que empresas que están adoptando estos modelos en sus instalaciones ayudan a transformar la visión de sus empleados y clientes. De igual manera me da gusto ver que en las generaciones jóvenes un factor importante para decidir donde trabajar o consumir es el carácter en las instalaciones de la empresa o comercio y qué tan responsables son con el medio ambiente.

 

4.      ¿Cuál ha sido su experiencia personal en la concepción, diseño y construcción de este tipo de recintos?

En el despacho de Legorreta vemos el incorporar este tipo de nuevas tecnologías y el hacer una arquitectura que se adapte al medio ambiente no como una limitación sino como una gran oportunidad de diseño. Esto nos está generando el uso de nuevas formas y materiales que respondan a estas necesidades. Es importante señalar que, si bien nos entusiasma el uso de las nuevas tecnologías, siempre hemos pensado que la tecnología debe estar al servicio del hombre: nos debe ayudar a mejorar nuestra calidad de vida y a ser mejores personas y nunca se debe convertir, como pasa continuamente, en un fin en sí mismo. No debemos tampoco volvernos esclavos de la tecnología.

 


Torre BBVA: el diseño.

5.      En el contexto global, ¿en qué nivel se encuentra México en el desarrollo de edificios inteligentes?

No es fácil hacer una clasificación en cuanto al avance entre los edificios de diferentes países. La arquitectura debe presentar soluciones que respondan a las condiciones locales. Un edificio debe ser producto de un clima determinado, del entorno en donde está ubicado, de la forma de construir del lugar, así como de la idiosincrasia y cultura de los que lo van a habitar. Por eso es importante que busquemos soluciones que respondan a las situaciones particulares de nuestro país y no solamente importemos tecnologías de países más desarrollados pero que tienen situaciones diferentes. Por ejemplo, en la torre BBVA Bancomer trabajamos mucho con todo el equipo de ingenieros y arquitectos en una solución que permitiera que, durante gran parte del año, el edificio no use aire acondicionado sino solamente ventilación. Creo que con el clima de la Ciudad de México esto es muy factible. Debemos buscar soluciones para nuestro país y en donde los mexicanos seamos más felices.

 


Torre BBVA en todo su esplendor. Paseo de la Reforma, Ciudad de México.


6.      ¿Cuáles son los beneficios sociales de la construcción de edificios inteligentes?

Un edificio inteligente debe ser más fácil de usar, optimizar los recursos, pero sin sacrificar la calidad de vida. Por ejemplo, en una oficina permitir niveles de iluminación y temperatura óptimos sin caer en derroches de energía. Esto es posible mediante la instalación de sensores y de equipo que permiten regular los sistemas de acuerdo con las diferentes situaciones. También la automatización nos permite lograr diferentes tipos de ambientes, cada vez más sofisticados, que nos demanda el mercado. En hoteles o restaurantes ya se busca crear ambientes que integren diferentes escenarios con la música, iluminación, temperatura, fuentes, fogatas y otros elementos que cambien con los diferentes usos y horarios de los lugares. Ya se busca crear toda una experiencia y no solamente un entorno arquitectónico.

 

7.      Algún nuevo proyecto suyo en este sentido que nos pueda compartir.

Estamos trabajando en un hospital con Universidad en Kampala, Uganda. El cliente nos ha pedido un proyecto que cumpla con los estándares internacionales pero que a la vez responda a la cultura y situación local. Ha sido todo un reto lograr un edificio que sea eficiente, sofisticado pero que responda a las condiciones de un país menos desarrollado como Uganda. Nos hemos dado cuenta que muchas soluciones son en ocasiones de sentido común y aprender de elementos usados en las arquitecturas tradicionales, como ventilación cruzada o iluminación natural. La gran ventaja es que hoy en día con los nuevos sistemas de computación podemos modelar muchas de estas soluciones y saber de antemano cómo van a funcionar cuando antes se realizaban de forma empírica. Una vez más, ha sido usar la tecnología, pero con la inteligencia del ser humano.








*Una versión distinta de este texto fue publicada en el suplemento de arquitectura e interiorismo de El Universal.

 


miércoles, 7 de julio de 2021

Próximo círculo de lectura

 



La obra de Carlos Fuentes es tan vasta que parece inagotable. Más aún, porque sus obras más famosas, a fuerza de su recurrencia, dan la falsa apariencia de que el tema se ha agotado. Pero un novelista e intelectual tan productivo, es prácticamente inagotable.

Uno de sus períodos creativos más importantes lo tuvo en la década de los setenta del siglo pasado. En éste, consolidó el posmodernismo en su narrativa y elaboró la que quizá es la mejor novela mexicana del siglo XX: Terra Nostra.

Junto con ella, La cabeza de la hidra ha sido una pieza excepcional en su obra. Thriller político, sátira del nacionalismo y pesimista ante el poder político, además de sensual y vigorosamente citadina, debe ser considerada un clásico en el órgano creativo fuentesiano.





Nuevo curso en UDEMY: El fin del mundo entre nosotros

 




El Apocalipsis está entre nosotros. Desde el siglo I de nuestra era no se ha ido. De manera cierta, su cariz religioso ha menguado, salvo por algunas sectas paracristianas que aún lo sostienen como una inminencia tangible. Pero desde el arribo de la Modernidad, se transformó en razón política; en un discurso de renovación completa de la sociedad y de acción voluntariosa para lograrla. Junto a ello, dos vertientes apocalípticas se han consolidado: una, ominosamente concreta como es la existencia de decenas de miles de ojivas nucleares funcionales; la otra, es la abigarrada imaginería apocalíptica en ficciones varias: cómics, filmes, series, novelas.

Así, el Apocalipsis es un generador de sentido. Su imaginería angelológica y demonológica ha caducado en su mayor parte. Pero su fuerza de atracción se vincula con su poderoso presupuesto central: que todo tiene un fin, como es el caso del fin del mundo.




jueves, 10 de junio de 2021

Consideraciones sobre LMBN de Peter Sloterdijk

 

1

 

En su notable ensayo de inicio del milenio, escrito con motivo de los cien años de la muerte de Friedrich Nietzsche, titulado Sobre la mejora de la Buena Nueva, el filósofo alemán Peter Sloterdijk, exploró una cuestión fundamental para nuestra civilización: ¿cómo es posible la vigencia (o no) de la buena nueva cristiana en las circunstancias de la sociedad de masas contemporánea?

Para responderla, es necesario ubicarse en la gran ruptura cultural moderna, en los siglos XVIII y XIX. Es posible, así, encuadrar el espíritu del evangelismo cristiano dentro de los entonces novísimos parámetros interpretativos cientificistas y racionalistas. En breve, el reto ilustrado consistió en “...poder eliminar en el viejo Evangelio lo que se ha tornado incompatible con la propia glorificación personal como humanista y ciudadano”.

Esta perspectiva implica una inquietud que amerita una respuesta convincente. Si desde sus inicios, con la obra explícita de escisión de René Descartes[1], fue claro que la Modernidad encontró su razón ser en la diferenciación respecto del modo civilizatorio previo, es decir, la Edad Media, ¿por qué no simplemente deshacerse por completo de toda la parafernalia religiosa antigua y establecer el horizonte de todo pensamiento posible sobre nuevos fundamentos de cariz netamente racional? (Algo que, de manera cierta, propugnaron algunas de las mentes más brillantes del iluminismo, como Voltaire.)

La razón de que esto no haya sido así es algo que ya había sido anticipado por Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la religión: en la alabanza teológica, el hombre no tanto alaba a Dios, como se alaba a sí mismo. En la misma tendencia de pensamiento, escribe así Sloterdijk: “[Dios] vuelve indirectamente hacia sí mismo dando un rodeo por el idioma humano en medio de una incesante autocelebración. En Dios su autoalabanza deviene incienso”.

De manera que la Modernidad conservó el filo cristiano occidental, puesto que implicaba la posibilidad de, por medio de su discurso de bienaventuranza, exaltar al hombre y su circunstancia. Un ejemplo preclaro de ello se encuentra en Thomas Jefferson y su esfuerzo, entre vanidoso, descabellado y piadoso, de armar un collage de la palabra cristiana, hasta conseguir la mezcla precisa que transmitiera sin mácula el pensamiento de Cristo.[2]

 

El estadista e intelectual estadounidense, Thomas Jefferson (1743-1826)

 

Jefferson asumió, quizá como nadie en la Modernidad, el reto de realizar una “mejora o reforma de los Evangelios”. En su ahínco (que ha pasado a la posteridad como “La Biblia de Jefferson”), se observa la última intentona por forzar la palabra del Evangelio antiguo a las condiciones estructurales de la época moderna.

El propio revolucionario norteamericano dejó de lado en su versión bíblica pasajes apocalípticos, narraciones de milagros y amenazas de castigo ultramundano, presentes en el Evangelio tradicional, por no ser ya compatibles con el tono de los tiempos dieciochescos. Jefferson pudo quizá haber sido el último cristiano de vieja cepa, pero sin duda fue el primero que vivió la palabra cristiana como “la metamorfosis del creyente en simpatizante”. Algo que sin duda toda secta estadounidense contemporánea tiene como carne y sangre de su actuar.

No obstante el tesón jeffersoniano de reformulación cristiana, la Modernidad siguió su desarrollo hasta llegar al punto en que las necesidades de enaltecimiento humano ya no pudieron dar el añejo rodeo teísta, así fuera bajo un arduo trabajo de edición ad-hoc, como el del tercer mandatario de los Estados Unidos. “La tijera, en suma, ya no puede salvar la autoestima del orador en el momento de propagar la Buena Nueva: uno constata que lo que queda del Evangelio entendido en su conjunto es algo que, de hecho, no resiste ya un serio examen”. Se volvió entonces inevitable intentar un nuevo Evangelio. Una forma lingüística similar en estructura, pero distinta en contenido, que cubriera la perenne disposición a la alabanza de sí del hombre. Esta aconteció en la persona de Friedrich Nietzsche.

 

2

 

La estrategia nietzschena ¾que, además, implicó la obra de toda una vida¾ consistió en desenmascarar y deconstruir una aporía fundamental en todo discurso de alabanza previo a su persona: toda exaltación humana vía la religión es, al mismo tiempo, una denigración del hombre. Por ello, su intento neoevangélico, tiene como propósito fundamental, “suprimir el falsete metafísico” para “canalizar de nuevo las energías euológicas”. En otras palabras, que el ser humano pueda realizar su autoalabanza sin culpa y sin vergüenza. Tal es el núcleo de lo que el propio Nietzsche calificó como “quinto Evangelio”, redactado en la forma de su poema épico, Así habló Zaratustra.

El “Evangelio” nietzscheano ha desembocado en la actualidad en la entronización sin rubores del individualismo en su sentido antropológico más consistente: “un tipo humano inmerso en los medios de comunicación”, que tiene la posibilidad de escindirse frente a sus condicionamientos sociales. “El individualismo tiene la capacidad de trabar vínculos con todo tipo de posiciones, y Nietzsche es su diseñador, su profeta”.

Afirmados en su personal circunstancia, creadores de los recursos para su propia alabanza, al día de hoy sólo ciertos artistas y empresarios globales han podido abrazar, en la práctica, parte de la esencia de la llamada individualista de Nietzsche. El reto de una civilización convulsa, cambiante y, a juicio de algunos, en crisis, será ver hasta dónde y hasta cuándo pudieran las masas del planeta regocijarse también con la Buena Nueva de la era post nietzscheana.

 

 

Friedrich Nietzsche: inteligencia filosófica sin par.

 

Porque no solamente es dejar atrás las amarras morales de la tradición occidental, como hace el individualismo exclusivista posmoderno; cosa sin duda indispensable, pero no suficiente para lograr esa nueva era del hombre que se supera a sí mismo, o era del “súper hombre” nietzscheano. Sino que también es necesario un extenso y profundo trabajo sobre la verdad. Desmontar todos aquellos conceptos pilares que se dan como supuestos de la existencia humana en la tierra. Algo que, de manera cierta, tiene como ejemplos paradigmáticos los trabajos genealógicos y deconstructivos, respectivamente, de Michel Foucalt y de Jacques Derrida.

En palabras de Sloterdijk: “Quien quiera resistir la quiebra de la economía de la ilusión hasta ahora existente, está obligado a ser algo diferente a un hombre tal y como hasta ahora se ha entendido… una especie de sobreviviente vacunado contra la locura de la verdad”.

 

*Todas las citas de Peter Sloterdijk provienen de Sobre la mejora de la Buena Nueva, Madrid, Alianza, 2005.

 

 



[1] Cuyas Meditaciones metafísicas de 1641 comienzan con la contundente y lapidaria sentencia: “Hace ya algún tiempo que me di cuenta de que, desde mi infancia, había tenido por verdaderas numerosas opiniones falsas... de modo que debía emprender seriamente por una vez en mi vida la tarea de deshacerme de todas las opiniones que había tomado hasta entonces por verdaderas, y comenzar completamente de nuevo, desde los cimientos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias”.

[2] Literalmente, el también estadista estadounidense, cortaba y pegaba previo trabajo de edición propia, pedazos de diferentes Biblias en idiomas variados hasta conseguir “la verdadera palabra” de Jesús: “El producto de este trabajo de corta-y-pega, que Jefferson emprendió en total dos veces de manera íntegra, fue presentado con el título The life and moral of Jesus of Nazareth… Parece evidente que su redactor estaba convencido de que en este trabajo de tijera disponía de criterios suficientes para distinguir en el texto transmitido entre lo utilizable y lo inutilizable”.