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Revista Replicante

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sábado, 29 de mayo de 2021

Consideraciones sobre Normas para el parque humano

 

En su obra No es país para viejos (No Country for the Old Men), el novelista estadounidense Cormac McCarthy realiza una disección alegórica del horizonte nihilista al que ha llegado nuestra civilización y que lo advirtiera Friedrich Nietzsche hace más de un siglo. Con su inconfundible estilo descarnado, uno de los más destacados novelistas estadounidenses vivos muestra por medios literarios los intersticios de un cambio esencial en el modo de concebirnos como sociedad global. Cito el inicio de la obra:

 

Mandé a un chico a la cámara de gas en Huntsville. A uno nada más. Yo lo arresté y yo testifiqué. Fui a visitarlo dos o tres veces. Tres veces. La última fue el día de su ejecución. Naturalmente, no quería ir. Había matado a una chica de catorce años y les puedo asegurar que yo no sentía grandes deseos de ir a verle y mucho menos de presenciar la ejecución, pero lo hice. La prensa decía que fue un crimen pasional y él me aseguró que no hubo ninguna pasión. Salía con aquella chica aunque era casi una niña. Él tenía diecinueve años. Y me explicó que hacía mucho tiempo que tenía pensado matar a alguien. Dijo que si lo ponían en libertad lo volvería a hacer. Dijo que sabía que iría al infierno. De sus propios labios lo oí. No sé que pensar de eso. La verdad es que no. Creía que nunca conocería a una persona así y eso me hizo pensar si el chico no sería una nueva clase de ser humano.[1]

 

«Una nueva clase de ser humano». La sentencia es interesante por lo que implica. Establece la posibilidad de que, en el trayecto de la civilización occidental post-humanista, hayan sido configurados individuos ajenos a los rasgos mínimos de solidaridad y compasión hacia los otros, establecidos de acuerdo con la ideología humanista de la Modernidad cuya encarnación institucional ha sido la invención de los Derechos Humanos.[2]

No es que la criminalidad no haya existido desde que las primeras civilizaciones emergieron en la cuenca del Éufrates recién pasado el Neolítico, sino que es posible que, como dice el sombrío pasaje de McCarthy, nos encontremos ante un ámbito social en el que ésta no sea la anomalía sino la regularidad. Porque en la actualidad los factores de desenfreno y de desinhibición son parte constitutiva de la cotidianidad. Junto con ellos, el principio rector del sistema-mundo capitalista, el valor de intercambio de todo cuanto existe, han dado como resultado una mezcla que tiene como resultado individuos ajenos a la mesura o la piedad.[3]

Sloterdijk ha hecho ver este horizonte posthumanista, engarzándolo con la época en que por primera vez en el mundo occidental las fuerzas desinhibitorias fueron ejecutadas como entretenimiento: la Roma de los juegos sangrientos:

 

En la civilización de la alta cultura los hombres se ven permanentemente reclamados a la vez por dos grandes poderes formativos que, en pro de la simplificación, aquí llamaremos sencillamente influencias inhibidoras y desinhibidoras… En la época de Cicerón estos dos polos de influencia aún se pueden identificar con facilidad, porque cada uno de ellos posee su propio medio característico. Respecto a las influencias embrutecedoras, los romanos, con sus anfiteatros, sus peleas de animales, sus juegos de lucha a muerte y sus espectáculos de ejecución, tenían montada la red de medios para el entretenimiento de masas más exitosa del mundo antiguo. En los rugientes estadios de toda el área mediterránea, el desinhibido Homo inhumanus lo pasaba tan a lo grande como prácticamente jamás antes y raras veces después. Sólo el género de las Chain Saw Massacre culmina la anexión de la moderna cultura de masas al nivel del antiguo consumo de bestialidades [del circo romano].[4]

 

El arco que vincula a nuestra civilización, en su etapa postmodernista, con el periodo de los espectáculos sangrientos de la Roma antigua es la dilución de las amarras —morales, institucionales y civilizatorias— de los instintos voraces y violentos de nuestra especie. Hoy como en aquel entonces, la muerte, la mutilación y la crueldad son parte de la cotidianidad. En aquellos tiempos aún era necesario ir a un recinto de sangre específico, cuyo paradigma lo podemos ver todavía hoy en las ruinas del Coliseo; en la actualidad, todo queda a un click de distancia del espectador regodeado en la pérdida de las mencionadas amarras morales y civilizatorias, es decir, extasiado en su desinhibición. Por ello, agrega Sloterdijk que esto ya tiene una influencia real, más allá del ámbito de la fantasía o de lo ideológico: ha creado sujetos que ejercen el poder de sus influencias desinhibitorias (o embrutecedoras) en contra del resto de sus semejantes: 

 

En la cultura actual está teniendo lugar una lucha de titanes entre los impulsos domesticadores y los embrutecedores y entre sus medios respectivos. Y ya serían sorprendentes unos éxitos domesticadores grandes, a la vista de este proceso civilizador en el que está avanzando, de forma según parece imparable, una ola de desenfreno sin igual: Remito en este punto a la ola de violencia que irrumpe en estos momentos en las escuelas de todo el mundo occidental, y especialmente en EE UU, donde los profesores empiezan a instalar sistemas de seguridad contra los alumnos. De igual manera que en la Antigüedad el libro perdió la batalla contra el teatro, así también hoy podría la escuela perder la batalla contra poderes educativos indirectos como la televisión, las películas violentas y otros medios de desinhibición, si no surge una nueva cultura del cultivo propio que mitigue esa violencia.[5]

 

De esta manera, podemos considerar el siguiente cuadro representativo de los penetrantes medios de desinhibición de nuestra era, ligados a gigantescos canales de difusión planetaria: 

 


 

Aquí es importante realizar algunas precisiones para evitar el moralismo fácil. Con certeza, Normas para el parque humano, a diferencia de lo que falsamente difundió Jürgen Habermas en su momento, no es un texto de celebración de esta circunstancia. Por lo contrario, es una crítica contundente al estado de cosas de la época contemporánea en el mundo occidental. Si se quiere, es una crítica moral a nuestro tiempo. Pero también es la descripción neutral de lo que, simplemente, ocurre, más allá de consideraciones binarias entre lo bueno y lo malo. Justo esto es lo que intento rescatar en el cuadro antevisto. 

 

La red desregulada, espacio por excelencia para la desinhibición mediática.

 

De manera cierta, una vez que hemos sido modernos, no podemos más que ver en el proceso de desinhibición actual, lo que los humanistas greco-romanos llamaban “embrutecimineto”, un problema civilizatorio mayor, justamente porque lo que en éste se lleva a efecto es la disolución de los principios metafísicos de la Modernidad que, al cabo, se convirtieron en principios estructurales de la civilización occidental.

No obstante, también se puede ver en dichos procesos extremos ─extrema violencia, extrema crueldad, extrema tolerancia psicológica a ambas, etcétera─ la consecuencia inevitable de la contra cara de la Modernidad: la dinámica de mercantilización de todo lo existente y la cohesión social con base en la funcionalidad productiva. Algo que hermana al empresario y al pirata (o al capo y al sicario), como lo estableció Sloterdijk en su obra En el mundo interior del capital.

Sobre esto insistieron filósofos del siglo XX como Theodor Adorno y Michel Foucault. En síntesis, establecieron que la metafísica ético-jurídica de la Modernidad, signada por el humanismo libresco y la invención burguesa de las instituciones de la democracia (de élites) representativa fueron maneras de hacerse con el poder por medios nuevos por parte de una clase social acotada. Algo que se tiene que seguir reflexionando de manera puntual en este siglo XXI.

En Normas para el parque humano, Sloterdijk es consciente de ello, pero al mismo tiempo sabe que la dialéctica entre humanismo y embrutecimiento, de larga prosapia occidental, como lo manifiesta al referir la idea de Platón sobre el pastoreo del hombre por el hombre, es prácticamente inevitable. Y que incluso en la época posmoderna del declive del libro y la lectura, tendría que realizarse de alguna manera el control de los instintos violentos de nuestra especie.

 

Sloterdijk: mirada crítica hacia el futuro.

Por ello, lanza la provocadora idea de un control genético futuro del comportamiento individual. Algo que en su momento también fue tergiversado por sus detractores, calificándolo de eugenésico. Pero no: simplemente advirtió lo que se atisba en el porvenir. Ante la incapacidad de un encauzamiento tradicional de la conducta mesurada, las estructuras de control y poder habrán de recurrir a la tecnociencia para un mínimo control de las masas. Probablemente, estemos mucho más cerca de lo que pensamos de llegar a esa nueva etapa de la civilización occidental institucionalizada.


[1] McCarthy, Cormac, No es país para viejos, Barcelona, Mondadori, 2006, p. 9.

[2] Por esta razón, uno de los más renombrados teóricos del último cuarto de siglo, el finado filósofo estadounidense Richard Rorty, insistió a lo largo de su trayectoria intelectual que lo importante no era tanto ocuparnos de la verdad y la bondad en sentido metafísico, sino en construir sociedades y maneras de convivencia en las que las personas edificaran verdaderos lazos de solidaridad con sus semejantes y en los que la crueldad fuera entendida como lo peor que puede ejercer el ser humano hacia los otros y hacia el resto de los seres vivos, incluyendo al propio planeta. Véase su obra paradigmática, Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1991.

Por supuesto, Rorty fue consciente de que la opción de una ejecución pragmática de los principios modernos, eliminando su carácter ideológico y metafísico, era el clavo ardiente de la civilización posmoderna.

[3] La filósofa mexicana, Sayak Valencia, ha estudiado este fenómeno postcivilizatorio, en el que se entrecruza la mercantilización de los cuerpos humanos, horizontes de vida no humanistas y ambientes de violencia cotidiana. Ha llamado a los individuos así formados “sujetos endiagros” o “sujetos monstruosos”. Véase su penetrante y debatible obra Capitalismo gore (Paidós, México, 2019).

[4] Véase, Sloterdijk, Peter, Normas para el parque humano, Madrid, Siruela, 2006, pp. 32-34 y nota 4.

[5] Ibid, p. 72 y nota 18.

 

lunes, 24 de mayo de 2021

El nacimiento de la mentalidad empresarial

 

*El presente ensayo fue publicado originalmente en la revista Dialéctica, número 43, de la BUAP, primavera-verano del 2011.

A finales del siglo XV, Europa había llenado la vasija psico-social que la llevaría a la máxima aventura de la humanidad de todos los tiempos. Recuperada la densidad poblacional tras la gran peste del siglo XIV, apaciguados los furores guerreros de las cruzadas, en medio de un trajín mercantil, financiero y cultural sin igual hasta entonces, la perenne idea de la esfericidad del cosmos y de la naturaleza estaba en la víspera de materializarse.[1] Bajo el ímpetu aventurero de Cristóbal Colón y la ambición de riquezas impelida por el estrangulamiento financiero de la Corona española, dio inicio la expedición más radical que Occidente haya realizado jamás; con ella, desde ella y a partir de ella, comenzó la liberación de todas las maravillas, y de todas las abominaciones.

El annus mirabilis de 1492 pone en marcha el «éxtasis marino» europeo con tres de sus grandes avatares: 1) la extraterritorialidad, 2) el desierto moral, y 3) el nacimiento del espíritu empresarial. Los tres forman la cripto-realidad de la configuración esencial del modo de ser de la Modernidad. La expansión sostenida del sistema-mundo capitalista[2], que desde entonces se ha verificado con una penetración universal creciente, no se entiende sin la triada marina echada a andar por los descubridores y conquistadores postmedievales. Si bien los factores cruciales de dicha expansión habían comenzado a operar desde poco antes (con el germinal plexo de relaciones socio-económicas que daría como resultado el moderno sistema social desencadenado con el intenso intercambio mercantil de Venecia y sus instituciones de apoyo estructural al mismo: seguros, bancos, casas de préstamo[3]), fue sólo mediante la deriva dirigida oceánica que dejaron atrás para siempre los europeos las amarras morales de una rancia metafísica eclesiástica, y pudieron así configurar un mundo nuevo en el que todo, absolutamente todo, fue moldeable, utilizable y reconfigurable a voluntad. Peter Sloterdijk lo ha puesto en estos términos: «En la globalización náutica confluirán durante toda una era todo lo que los europeos inquietos emprendieron por desembarazarse de sus viejos anclajes esféricos e inhibiciones locales. Lo que aquí se llama inquietud reúne, sin distinción, espíritu empresarial, frustración, vaga esperanza y desarraigo criminal».[4]

En el nuevo medio marino agigantado encontrarán los desaforados europeos de la “edad de los descubrimientos” el sello de su estirpe. El mundo se encogerá al ritmo de la expansión de los mares. Las consideraciones cristiano-humanitarias se desembarazarán del aura de ser leyes ultra terrenales terroríficas para convertirse en la malla ideológica pragmática de la cripto realidad afianzadora del nuevo orden global. La extraterritorialidad es su signo y el olvido moral su motor. A partir de finales del siglo XV, y muy especialmente desde el siglo XVI, conquista, piratería y espíritu emprendedor formarán un nodo indisociable y paradójico en el que el progreso no se entiende sin el pillaje y el sometimiento del Otro: «en los desiertos de agua y en los nuevos territorios de la superficie terrestre los agentes de la globalización no se comportan jamás como habitantes de un territorio propio. Actúan como desenfrenados, que ya no encuentran motivo en ninguna parte para respetar alguna ordenanza de la casa».[5]

Tamaña desertización moral se tiende como una malla omniabarcadora sobre la totalidad de las empresas de achicamiento terráneo/agigantamiento marino de la Europa que está a unos instantes de forjar la Modernidad. Por el lado de los “adelantados” legalizados por los poderes imperiales de la época (más el Vaticano como gran árbitro universal), inicia la solidificación del espíritu empresarial moderno:

Fuera sólo conseguirán éxito, ciertamente, quienes supieran navegar y sentir como un team conjurado. Las tripulaciones de los barcos de los descubridores fueron los primeros objetos de ingenuos y efectivos procesos de modelación de grupos, que en la actualidad se describirían como técnicas-corporate-identity. Los pioneros avanzados aprendieron en los barcos a desear lo imposible dentro de una tripulación con los mismos sueños.[6]

 

 

Las naves hundidas de Hernán Cortés: el viaje solamente era de ida.

 

Cuando los sueños de la «identidad corporativa» dejan de ser compartidos o se convierten en una pesadilla colectiva, desde su primera luz el espíritu empresarial supo cómo reencauzar a los descarriados: por el más implacable ejercicio de la violencia y la represión:

Los capitanes más grandes son aquellos que comprometen con mayor efectividad a sus tripulaciones al puro ¡adelante!, sobre todo cuando parece una locura no volver atrás… Los jefes de expedición mantuvieron psíquicamente a sus tripulaciones con visiones de riquezas y de gloria de descubridor. Al repertorio de sus técnicas de éxito pertenecían también castigos draconianos. Si, después del motín de sus capitanes ante San Julián, en la costa patagónica de Suramérica, el 1 de abril de 1520, el portugués Magallanes, frente a todos los reparos de sus suboficiales, no hubiera desembarcado y ejecutado a nobles españoles, cabecillas de la rebelión, a su gente no le habría quedado claro, sin remisión alguna, qué significa encontrarse en un viaje absoluto de ida…[7]

 

Que el optimismo coercitivo que naciera en el fragor de los océanos haya devenido, con el transcurso de la Modernidad, en experimentos socio-económicos seudo científicos de toda laya y calaña no obsta ni un ápice en la brutalidad de su implantación; es más, la expande a niveles no sospechados por los frenéticos conquistadores de hace medio milenio. Al pie de las técnicas elitistas de imposición del avance emprendedor con base en el ejercicio de la fuerza bruta, yacen los millones de movilizados y fenecidos en el frente de batalla de la primera y la segunda guerras mundiales, la industrialización forzosa del subimperio soviético y la penetración universal de la industria estadounidense, con su concomitante modelo finisecular del neoliberalismo económico-político y su incesante creación de desplazados y excluidos de los beneficios amañados del sistema-mundo imperante. La tragedia vital de esos millones de seres humanos que subsisten día con día en condiciones inimaginables de miseria, penuria y desconsuelo, hace palidecer incluso a la tragedia humana causada por los cielos incendiados de Corea, Vietnam, Centroamérica e Irak, huellas atroces e indelebles del espíritu emprendedor del mundo paneuropeo, comandado en los siglos XX y XXI por el imperio estadounidense.

Llegado al punto del reencauce coercitivo de los rebeldes, el emprendedor se funde con el pirata, y la única diferencia que media entre uno y otro es el diseño de su bandera de navegación:

Sin ninguna razón especial, durante su primer viaje a la India, en 1497, Vasco de Gama hizo quemar y hundir, tras un pillaje exitoso, un barco mercante árabe con más de doscientos peregrinos de la Meca, mujeres y niños entre ellos, a bordo: preludio de una “historia universal” de horribles delitos externos… La ilimitación de las superficies de agua despierta el desierto moral de los marinos.[8]

 

A la par de la vanguardia circunvaladora acuática global, el exterminio y el pillaje hacen su aparición; no como rémoras de un movimiento de presa mayor, sino como aletas de dicho movimiento. En sus arcaicos inicios, el espíritu empresarial no se entiende sin sus ominosos mellizos. De lo contrario, la empresa entera de la extracción de riquezas, usufructo desmedido de la mano de obra nativa y explotación inmisericorde de los productos de la naturaleza, no habría tenido éxito. Por un giro maestro de la moderna ideología empresarial, deslavada, destilada y refinada más que nunca de su cripto realidad atroz gracias a su inmenso éxito universitario mundial, todo ello se conoce hoy día como gestión de los recursos humanos y materiales. Pero es imposible no retrotraer la mirada a la época en la que descarnadamente se unían el pirata y el empresario cuando se lee en acabados medios teóricos de la administración de empresas contemporánea afirmaciones como éstas:

1)      La empresa debe adoptar un enfoque global hacia la estrategia. Debe vender su producto en todo el mundo, bajo su propia marca, a través de canales de marketing sobre los que tiene control. Un enfoque verdaderamente global podría incluso requerir que la empresa establezca sus instalaciones de producción o de I & D en otras naciones para aprovechar los menores niveles de salarios, para obtener o mejorar el acceso al mercado, o para beneficiarse de tecnología extranjera.[9]

2)      En la mayoría de las organizaciones grandes actuales, el administrador no es el dueño. La forma corporativa de la organización se caracteriza por la separación que hay entre la propiedad (los accionistas) y el control (los administradores). Por lo tanto, los administradores funcionan como agentes de los propietarios de la organización… los administradores no están obligados a actuar en beneficio de la sociedad si al hacerlo no maximizan el valor para los accionistas.[10]

 

La glamorización del pillaje sigue siendo pillaje sin más. El pasmoso cinismo con que los teóricos actuales de la administración de empresas hablan sobre la prioridad de la incesante acumulación de capital a costa de lo que sea, pone de relieve la capacidad sistémica de la economía-mundo para dotarse de una fina y erudita red de recursos ideológicos que se reproducen planetariamente a través de un sistema universitario global confeccionado en el Primer Mundo a la medida de sus intereses.[11] Por medio de éste, se ha llegado a la conformación de una red de sentido legitimadora, que a través de una incesante tormenta mediática, divulgadora y académica, sobre sus supuestos logros y bondades parece haber enterrado definitivamente para las masas globales, como nunca antes en la historia, el verdadero significado de la cripto realidad que desde el huracánico siglo XVI le ha insuflado vida: el emprendedor es un ave rapaz. 

 

El horizonte de Silicon Valley: núcleo del capitalismo contemporáneo.

 

En la era de los flujos de capital, las economías de escala, la descentralización financiera y el acorazamiento de los potentados ante toda regulación de la mayoría de los Estados del planeta entero, más que nunca, el emprendedor, hoy convertido en emprendedor neoliberal, es el pirata. Elegante y en yates de lujo, jet privado y con doctorado en economía, lejos de los galeones apestosos, plagados de ratas y cucarachas, de la sífilis y el estruendo de las tormentas, pero pirata al fin: inmoral, ladrón y anti social, «empresario sin Dios», «anarco-marítimo». Sloterdijk lo afirma sin ambages:

Cuando aparecen en la buena sociedad ladrones, no están lejos sus sofistas, los consejeros. Desde hace doscientos años los ciudadanos discriminan sus miedos: el anarco-marítimo se convierte en tierra, en el mejor de los casos, en un Raskolnikov (que hace lo que quiere pero se arrepiente); en casos no tan buenos, en un Sade (que hace lo que quiere y reniega del arrepentimiento); y en el peor de los casos, en un neoliberal (que hace lo que quiere y se proclama por ello a sí mismo, por citar a Ayn Rand, como hombre del futuro).[12]

 

Los contemporáneos directores y gerentes de empresas transnacionales viven un desierto moral paralelo a aquel despertado en tiempos de los grandes descubridores por la exterioridad pura de los océanos y las nuevas tierras conquistables, según lo plantea Sloterdijk.  Habitantes de los no-lugares constituidos por la red global de rutas aéreas, aeropuertos, hoteles y burdeles de lujo, experimentan la sensación de ser partículas libres lanzadas azarosamente hacia cualquier lugar. Ligados exclusivamente a los capitales financieros a su resguardo, que tienen que cuidar y hacer rendir al máximo por encima de cualquier cosa, estos trashumantes de la productividad capitalista a gran escala no conocen mayor esfericidad moral que la que otorga el perpetuo desarraigo. A través de éste, la ligazón a los preceptos humanitarios al uso queda reservada, en el mejor de los casos, para los que se han quedado en casa; en el peor, es una simple mueca de cortesía para esgrimir en las situaciones correctas: ante gobernantes locales, en reuniones públicas o en entrevistas mediáticas.

Lo cierto es que estos habitantes de «recintos feriales, estadios deportivos, museos de arte moderno y filiales de las cadenas hoteleras internacionales»[13], terminales aéreas y trenes de alta velocidad, no conocen más valor que el dinero y no conciben otra definición de persona que la suya propia. En el nuevo océano estratosférico y en el fragor de los mares cibernéticos se han forjado estos verdaderos piratas postmodernos, si por tal entendemos al ejecutante cabal de «la primera forma empresarial del ateísmo»[14], ajeno a cualquier moralidad como no sea la de la ganancia. Por ello, se comprende por qué Nike contrataba infantes en Vietnam con un sueldo irrisorio; por qué las maquiladoras de Tijuana tienen jornadas de 12 horas diarias y despiden a las empleadas embarazadas, o por qué los ejecutivos de Lehman Brothers toman un jet privado para relajarse en un spa de las Bahamas tras una negra jornada en el juego de la Bolsa, después de haber sumido al planeta entero en la peor crisis financiera desde octubre de 1929.

 

Un luxury jet sobrevuela Las Bahamas.

 

Por todo lo anterior, es posible afirmar que mucho más allá de la tardía consolidación entre ciencia y tecnología (que no se lograría de manera plena sino hasta mediados del siglo XX)[15], la faz moderna del mundo se fraguó en el espíritu empresarial y su ramificación operativa, el espíritu gerencial. Ejemplos preclaros fueron las destacadas empresas de hombres que pese a no tener la más mínima formación científica erigieron emporios industriales que apuntalaron el éxito imperial del capitalismo estadounidense y, por extensión, del capitalismo global: a principios del siglo XX, «la iniciación y la dirección de las nuevas industrias estaban todavía en gran medida en manos de hombres como Andrew Carnegie, Sam Goldwyn y Henry Ford, los cuales apenas tenían una formación oficial de algún tipo, y no digamos en ciencias y tecnología».[16]

El lema de “¡adelante!”, que Sloterdijk destaca como constitutivo de la mentalidad empresarial, puso en marcha una serie de proyectos materializados de conquista, dominación y usufructo de todo cuanto en el planeta existe, incluyendo a los propios hombres. Por medio de tales proyectos, surgieron al mundo procesos de estandarización del trabajo, masificación de la producción, cohesión ideológica en torno a una idea central, organización humana con orientación a fines específicos y, finalmente, sistemas auto generados de inventiva, desarrollo y ejecución de tareas industriales. Con base en dichos sistemas autopoiéticos, se ha configurado una red planetaria con base tecnológica[17] que atraviesa al globo terráqueo de punta a cabo, formando una verdadera supra naturaleza que engloba por completo al mundo de la vida. En el camino, el costo bio-antropológico fue, ha sido y es descomunal:

… sólo el capitalismo histórico, por el hecho de que ha sido el primer sistema que abarcó todo el globo y por el hecho de que ha expandido la producción (y la población) a tasas antes inconcebibles, ha llegado a amenazar la posibilidad de una existencia futura viable para la humanidad. Lo ha hecho esencialmente porque en ese sistema los capitalistas lograron anular de forma efectiva toda capacidad de otras fuerzas para imponer limitaciones a su actividad en nombre de cualquier valor distinto de la acumulación incesante de capital.[18]

 

La gran tragedia de nuestra civilización fue engendrada al mismo tiempo que su luminoso nacimiento. En el instante en que los emprendedores no sólo se vieron como los exiliados de la naturaleza que de hecho todos somos[19], sino como sus poseedores: verdaderos titiriteros ensimismados en su trabajo que sólo ven los hilos de sus marionetas y se imaginan que su espectáculo habrá de causar el aplauso del universo.

El ciclo de vida de la Modernidad, con su encarnizamiento sin límites sobre todo lo existente con base en la mentalidad empresarial desencadenada en el siglo XVI, y que llega a su punto de culminación en la actualidad, es análogo a la pérdida de esferas de inmunidad de nuestro venir al mundo en tanto que mamíferos superiores. En la ontología de Sloterdijk, una esfera de inmunidad es el medio que protege y arropa a los individuos, que los dota ya bien de una seguridad real, ya bien de una seguridad imaginaria; seguridad que, por lo demás, siempre tenderá a ser precaria, ya que depende del paso inexorable del tiempo, que o bien la quiebra o bien la transforma.

En el caso del proceso de maduración de la Modernidad occidental, las esferas del cosmos ordenado y geocéntrico de la antigüedad clásica, del Dios ordenador del universo del Medievo, y de la tierra patria continental europea del Renacimiento, quedaron rotas para siempre, como la cáscara de huevo de gaviota en la arena de la playa, para dar paso al encuentro de la doble inmensidad que conformará la vida y la mente de los hombres europeos a partir de 1492: la inconmensurabilidad marina y la inconmensurabilidad del Nuevo Mundo; aunado a ellas, la inconmensurabilidad de un planeta que ya nunca más volvería a ser el mismo. En este entorno gigantesco y, por naturaleza, caótico, hubieron de hacerse los exploradores y conquistadores, empresarios primigenios, su cuarta esfera de inmunidad que, a todas luces, requirió de medios desconocidos hasta entonces para funcionar medianamente bien.

La inmensa ola (cultural, técnica y emocional) que esta necesidad inmunoesférica levantó culminó estallando en las novísimas aguas de lo que llamamos Modernidad; y si bien el resultado de la cuarta esfera de inmunidad que la Modernidad, por sus medios emprendedores (que al final derivarían en medios tecno-científicos), proporcionó al hombre occidental ha sido cuna de mil maravillas, al mismo tiempo no fue lo suficientemente sólida ni estable para impedir que presentara fisuras de consideración aquí y allá, produciendo el efecto de crear seres colectivos psicóticos. 

 

Como pocos, la artista visual mexicana Adriana Mejía Martín ha sabido plasmar la doble cara del progreso mercantil del siglo XXI.

 

Sloterdijk lo plantea de manera prístina en el paralelismo con el acto de venir al mundo: el lactante pasa de la esfera de inmunidad primigenia de la placenta materna (compuesta a su vez por otras dos: el útero y las contracciones finales) a ser en el mundo de manera abrupta, congelante y, con todo, salvada por la ternura presente de la madre exterior:

Este cambio de medio, amortiguado, desde un espacio de protección interior a uno exterior, aparece en todos los seres vivos superiores, que producen descendientes en alto grado inmaduros y sujetos a anidamiento. Por ello, todos estos seres vivos son en principio psicopatizables: su maduración para participar en juegos de relaciones adultos puede ser truncada o deformada por lesiones de la cuarta envoltura extra uterina. El homo sapiens, junto con sus animales domésticos, goza del precario privilegio de poder volverse psicótico con mayor facilidad que cualquier otro ser vivo, entendiendo por psicosis la huella de un cambio de envoltura fracasado… Si uno se orienta a este concepto de psicosis como eco de una catástrofe esférica temprana, se hace comprensible por qué la psicosis ha de ser el tema primordial latente de la Modernidad… Como época de desplazamientos sistemáticos de límites, de patologías colectivas, de cáscaras y de trastornos epidémicos de envolturas…[20]

 

Esos seres humanos de la primera y la alta Modernidad, que buscaron dotarse de su cuarta esfera de inmunidad en los barcos perdidos en la inmensidad de los océanos de un planeta más inmenso que nunca en la historia, así como en la extracción incansable de riquezas (humanas, materiales y animales) de los territorios por ellos reclamados y ocupados con mano de hierro, «en un viaje absoluto de ida», no pudieron jamás dar la solidez requerida a dicha esfera. Al quebrarse en diversos lugares, como en la moral extra continental, en el desenfreno de las pasiones, en el ansia por olvidar  el acto divino de la creación (que se convertirá, a partir del siglo XX, en ansia por reproducirlo), en la codicia de posesión de bienes materiales y de acumulación de conocimientos, emergieron múltiples psicosis colectivas que se materializaron de maneras oscuras y aberrantes.

Podemos así comprender cómo fue posible que la misma cultura, que con base en el éxito y la gloria del espíritu empresarial, escudriñó el cosmos, estableció leyes físicas y descubrió la lógica evolutiva de las especies, al mismo tiempo exterminó de manera sistemática, y en no pocas ocasiones con orgullo y placer, poblaciones enteras de seres vivos a lo largo y ancho del planeta: así, los españoles exterminando a los indígenas mesoamericanos, los ingleses a los nativos de Norteamérica, los holandeses y los portugueses a los negros del Senegal; todos juntos, extirpando por la fuerza del mosquete y del florete al quagga de África, al lobo marsupial de Australia, al dodo de las islas del Océano Índico, al lobo de las Malvinas en Sudamérica y a cientos de especies más. Son los mismos emprendedores que mantienen al día de hoy verdaderas granjas de ejércitos laborales de reserva en la doble periferia del sistema-mundo (al interior de cada país y en los linderos del sistema como tal) en las condiciones infrahumanas de un corral: hacinados, promiscuos, enfermos, manchados por excrementos y suciedad, al tiempo que proclaman que el obsceno despilfarro cupular, más tarde o más temprano, hará gotear las perlas de la riqueza a los chiqueros de los excluidos del mundo entero. Sólo colectivos humanos a disgusto con su mundo, viviendo en una esfera de inmunidad rota («un cambio de envoltura fracasado»), han podido afirmarse a sí mismos en tales actos de crueldad y violencia inauditas y grandilocuentes; vanagloriarse de ello, y llamar a semejante despropósito el progreso del hombre en la Tierra.

 

El calentamiento global, agravado por la desmeura industrial de los últimos cien años.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

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Bell, Daniel, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Madrid, Alianza, 2002.

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Williams, Trevor, Historia de la tecnología, volumen 4: desde 1900 hasta 1950 (I), México, Siglo XXI Editores, 1988.

 



[1] Sobre el estado general de Europa en la víspera del descubrimiento de América, véase Attali, Jacques, 1492, Barcelona, Plural, 1992; sobre las etapas del concepto de esfericidad en la mentalidad occidental, véase Sloterdijk, Peter, Esferas II: Globos, Madrid, Siruela, 2004.

[2] El teórico fundamental del sistema-mundo capitalista es, por supuesto, Immanuel Wallerstein; véase su Análisis de sistemas-mundo, México, Siglo XXI Editores, 2005: «El mundo en el que vivimos, el sistema-mundo moderno, tuvo sus orígenes en el siglo XVI. Este sistema-mundo estaba entonces localizado en sólo una parte del globo, principalmente en partes de Europa y de América. Con el tiempo, se expandió hasta abarcar todo el mundo. Es y ha sido siempre una economía-mundo. Es y ha sido siempre una economía-mundo capitalista», p. 40. Las cursivas están en el original.

[3] Esa historia renacentista y post renacentista del surgimiento a la vida del capitalismo es contada de manera fascinante por Fernand Braudel en La dinámica del capitalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.

[4] Confróntese, Sloterdijk, Peter, En el mundo interior del capital, Madrid, Siruela, 2005, p. 103.

[5] Ibid, p. 137.                                                                                                                                                                            

[6] Ibid, p. 105.

[7] Ibid, pp. 105-106.

[8] Ibid, pp. 137-138.

[9] Porter, Michael E., “La ventaja competitiva de las naciones”, en Harvard Business Review, Volumen 85, número 11, noviembre del 2007, página 72.

[10] Véase, Hitt, Black y Porter, Administración, México, Pearson Educación, 2006, p. 173.

[11] Immanuel Wallerstein hace un recuento del desarrollo de la universidad moderna cuyos vectores principales corren paralelos a las necesidades imperiales del mundo paneuropeo. Véase, Análisis de sistemas-mundo, ópera citada, especialmente el capítulo 1, “Orígenes históricos del análisis de sistemas-mundo: de las disciplinas de las ciencias sociales a las ciencias sociales históricas”.

[12] Sloterdijk, En el mundo interior del capital, óp. cit., p. 140.

[13] Ibid, p. 189.

[14] Ibid, p. 139.

[15] Véase Bell, Daniel, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Madrid, Alianza, 2002: donde subraya que «La unión de ciencia, tecnología y técnicas económicas en los últimos años que se simboliza en la fase “investigación y desarrollo” (I. & D)» (p. 42) sólo se ha llevado a cabo de manera plena a partir el último tercio del siglo XX.

[16] Confróntese, Williams, Trevor, Historia de la tecnología, volumen 4: desde 1900 hasta 1950 (I), México, Siglo XXI Editores, 1988, p. 6.

[17] Un panorama detallado de las características de dicha red tecnológica puede verse en Linares, Jorge Enrique, Ética y mundo tecnológico, México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2008; especialmente la segunda parte “Hacia una ética para el mundo tecnológico”.

[18] Véase, Wallerstein, Immanuel, Conocer el mundo, saber el mundo, México, Siglo XXI Editores-UNAM-CIICH, 2007, p. 95.

[19] Así lo destaca Peter Sloterdijk en su análisis especulativo filosófico de las condiciones antropogénicas prehistóricas en su obra En el mismo barco (Madrid, Siruela, 2008): «Lo que frívolamente denominamos prehistoria es, en realidad, un hiperdrama, que acontece en forma de exitosa sucesión de evoluciones del lujo. En las antiguas incubadoras de cría de las hordas se probaba suerte con los más sorprendentes experimentos biológicos sobre la forma humana. En ellas, y sólo en ellas, pudo el homo sapiens convertirse en el marginado biológico que —hoy más que nunca— parece que es», pp. 28-29.

[20] Sloterdijk, Peter, Esferas I: Burbujas, Madrid, Siruela, 2003, pp. 302-304.