*El presente ensayo fue publicado originalmente en la revista Dialéctica, número 43, de la BUAP, primavera-verano del 2011.
A finales del siglo XV, Europa había llenado la
vasija psico-social que la llevaría a la máxima aventura de la humanidad de
todos los tiempos. Recuperada la densidad poblacional tras la gran peste del
siglo XIV, apaciguados los furores guerreros de las cruzadas, en medio de un
trajín mercantil, financiero y cultural sin igual hasta entonces, la perenne
idea de la esfericidad del cosmos y de la naturaleza estaba en la víspera de
materializarse.
Bajo el ímpetu aventurero de Cristóbal Colón y la ambición de riquezas impelida
por el estrangulamiento financiero de la Corona española, dio inicio la
expedición más radical que Occidente haya realizado jamás; con ella, desde ella
y a partir de ella, comenzó la liberación de todas las maravillas, y de todas
las abominaciones.
El annus
mirabilis de 1492 pone en marcha el «éxtasis marino» europeo con tres de
sus grandes avatares: 1) la extraterritorialidad, 2) el desierto moral, y 3) el
nacimiento del espíritu empresarial. Los tres forman la cripto-realidad de la
configuración esencial del modo de ser de la Modernidad. La expansión sostenida
del sistema-mundo capitalista,
que desde entonces se ha verificado con una penetración universal creciente, no
se entiende sin la triada marina echada a andar por los descubridores y
conquistadores postmedievales. Si bien los factores cruciales de dicha
expansión habían comenzado a operar desde poco antes (con el germinal plexo de
relaciones socio-económicas que daría como resultado el moderno sistema social
desencadenado con el intenso intercambio mercantil de Venecia y sus
instituciones de apoyo estructural al mismo: seguros, bancos, casas de préstamo),
fue sólo mediante la deriva dirigida oceánica que dejaron atrás para siempre
los europeos las amarras morales de una rancia metafísica eclesiástica, y pudieron
así configurar un mundo nuevo en el que todo, absolutamente todo, fue
moldeable, utilizable y reconfigurable a voluntad. Peter Sloterdijk lo ha
puesto en estos términos: «En la globalización náutica confluirán durante toda
una era todo lo que los europeos inquietos emprendieron por desembarazarse de
sus viejos anclajes esféricos e inhibiciones locales. Lo que aquí se llama
inquietud reúne, sin distinción, espíritu empresarial, frustración, vaga
esperanza y desarraigo criminal».
En el nuevo medio marino agigantado encontrarán los
desaforados europeos de la “edad de los descubrimientos” el sello de su
estirpe. El mundo se encogerá al ritmo de la expansión de los mares. Las
consideraciones cristiano-humanitarias se desembarazarán del aura de ser leyes
ultra terrenales terroríficas para convertirse en la malla ideológica
pragmática de la cripto realidad afianzadora del nuevo orden global. La
extraterritorialidad es su signo y el olvido moral su motor. A partir de
finales del siglo XV, y muy especialmente desde el siglo XVI, conquista,
piratería y espíritu emprendedor formarán un nodo indisociable y paradójico en
el que el progreso no se entiende sin el pillaje y el sometimiento del Otro: «en
los desiertos de agua y en los nuevos territorios de la superficie terrestre
los agentes de la globalización no se comportan jamás como habitantes de un
territorio propio. Actúan como desenfrenados, que ya no encuentran motivo en
ninguna parte para respetar alguna ordenanza de la casa».
Tamaña desertización moral se tiende como una malla
omniabarcadora sobre la totalidad de las empresas de achicamiento
terráneo/agigantamiento marino de la Europa que está a unos instantes de forjar
la Modernidad. Por el lado de los “adelantados” legalizados por los poderes
imperiales de la época (más el Vaticano como gran árbitro universal), inicia la
solidificación del espíritu empresarial moderno:
Fuera
sólo conseguirán éxito, ciertamente, quienes supieran navegar y sentir como un team conjurado. Las tripulaciones de los
barcos de los descubridores fueron los primeros objetos de ingenuos y efectivos
procesos de modelación de grupos, que en la actualidad se describirían como
técnicas-corporate-identity. Los
pioneros avanzados aprendieron en los barcos a desear lo imposible dentro de
una tripulación con los mismos sueños.
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Las naves hundidas de Hernán Cortés: el viaje solamente era de ida.
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Cuando los sueños de la «identidad corporativa»
dejan de ser compartidos o se convierten en una pesadilla colectiva, desde su
primera luz el espíritu empresarial supo cómo reencauzar a los descarriados:
por el más implacable ejercicio de la violencia y la represión:
Los
capitanes más grandes son aquellos que comprometen con mayor efectividad a sus
tripulaciones al puro ¡adelante!, sobre todo cuando parece una locura no volver
atrás… Los jefes de expedición mantuvieron psíquicamente a sus tripulaciones
con visiones de riquezas y de gloria de descubridor. Al repertorio de sus
técnicas de éxito pertenecían también castigos draconianos. Si, después del
motín de sus capitanes ante San Julián, en la costa patagónica de Suramérica,
el 1 de abril de 1520, el portugués Magallanes, frente a todos los reparos de
sus suboficiales, no hubiera desembarcado y ejecutado a nobles españoles,
cabecillas de la rebelión, a su gente no le habría quedado claro, sin remisión
alguna, qué significa encontrarse en un viaje absoluto de ida…
Que el optimismo coercitivo que naciera en el fragor
de los océanos haya devenido, con el transcurso de la Modernidad, en experimentos
socio-económicos seudo científicos de toda laya y calaña no obsta ni un ápice
en la brutalidad de su implantación; es más, la expande a niveles no
sospechados por los frenéticos conquistadores de hace medio milenio. Al pie de
las técnicas elitistas de imposición del avance emprendedor con base en el
ejercicio de la fuerza bruta, yacen los millones de movilizados y fenecidos en
el frente de batalla de la primera y la segunda guerras mundiales, la
industrialización forzosa del subimperio soviético y la penetración universal
de la industria estadounidense, con su concomitante modelo finisecular del
neoliberalismo económico-político y su incesante creación de desplazados y
excluidos de los beneficios amañados del sistema-mundo imperante. La tragedia
vital de esos millones de seres humanos que subsisten día con día en
condiciones inimaginables de miseria, penuria y desconsuelo, hace palidecer
incluso a la tragedia humana causada por los cielos incendiados de Corea,
Vietnam, Centroamérica e Irak, huellas atroces e indelebles del espíritu
emprendedor del mundo paneuropeo, comandado en los siglos XX y XXI por el
imperio estadounidense.
Llegado al punto del reencauce coercitivo de los
rebeldes, el emprendedor se funde con el pirata, y la única diferencia que media
entre uno y otro es el diseño de su bandera de navegación:
Sin
ninguna razón especial, durante su primer viaje a la India, en 1497, Vasco de
Gama hizo quemar y hundir, tras un pillaje exitoso, un barco mercante árabe con
más de doscientos peregrinos de la Meca, mujeres y niños entre ellos, a bordo:
preludio de una “historia universal” de horribles delitos externos… La
ilimitación de las superficies de agua despierta el desierto moral de los
marinos.
A la par de la vanguardia circunvaladora acuática
global, el exterminio y el pillaje hacen su aparición; no como rémoras de un
movimiento de presa mayor, sino como aletas de dicho movimiento. En sus
arcaicos inicios, el espíritu empresarial no se entiende sin sus ominosos
mellizos. De lo contrario, la empresa entera de la extracción de riquezas,
usufructo desmedido de la mano de obra nativa y explotación inmisericorde de los
productos de la naturaleza, no habría tenido éxito. Por un giro maestro de la
moderna ideología empresarial, deslavada, destilada y refinada más que nunca de
su cripto realidad atroz gracias a su inmenso éxito universitario mundial, todo
ello se conoce hoy día como gestión de los recursos humanos y materiales. Pero
es imposible no retrotraer la mirada a la época en la que descarnadamente se
unían el pirata y el empresario cuando se lee en acabados medios teóricos de la
administración de empresas contemporánea afirmaciones como éstas:
1)
La empresa debe adoptar un enfoque global hacia la
estrategia. Debe vender su producto en todo el mundo, bajo su propia marca, a
través de canales de marketing sobre los que tiene control. Un enfoque
verdaderamente global podría incluso requerir que la empresa establezca sus
instalaciones de producción o de I & D en otras naciones para aprovechar
los menores niveles de salarios, para obtener o mejorar el acceso al mercado, o
para beneficiarse de tecnología extranjera.
2)
En la mayoría de las organizaciones grandes
actuales, el administrador no es el dueño. La forma corporativa de la
organización se caracteriza por la separación que hay entre la propiedad (los
accionistas) y el control (los administradores). Por lo tanto, los
administradores funcionan como agentes de los propietarios de la organización…
los administradores no están obligados a actuar en beneficio de la sociedad si
al hacerlo no maximizan el valor para los accionistas.
La glamorización del pillaje sigue siendo pillaje
sin más. El pasmoso cinismo con que los teóricos actuales de la administración
de empresas hablan sobre la prioridad de la incesante acumulación de capital a
costa de lo que sea, pone de relieve la capacidad sistémica de la
economía-mundo para dotarse de una fina y erudita red de recursos ideológicos
que se reproducen planetariamente a través de un sistema universitario global
confeccionado en el Primer Mundo a la medida de sus intereses.
Por medio de éste, se ha llegado a la conformación de una red de sentido
legitimadora, que a través de una incesante tormenta mediática, divulgadora y
académica, sobre sus supuestos logros y bondades parece haber enterrado
definitivamente para las masas globales, como nunca antes en la historia, el verdadero
significado de la cripto realidad que desde el huracánico siglo XVI le ha
insuflado vida: el emprendedor es un ave rapaz.
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El horizonte de Silicon Valley: núcleo del capitalismo contemporáneo.
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En la era de los flujos de capital, las economías de
escala, la descentralización financiera y el acorazamiento de los potentados
ante toda regulación de la mayoría de los Estados del planeta entero, más que
nunca, el emprendedor, hoy convertido en emprendedor neoliberal, es el pirata.
Elegante y en yates de lujo, jet privado y con doctorado en economía, lejos de
los galeones apestosos, plagados de ratas y cucarachas, de la sífilis y el
estruendo de las tormentas, pero pirata al fin: inmoral, ladrón y anti social,
«empresario sin Dios», «anarco-marítimo». Sloterdijk lo afirma sin ambages:
Cuando
aparecen en la buena sociedad ladrones, no están lejos sus sofistas, los
consejeros. Desde hace doscientos años los ciudadanos discriminan sus miedos:
el anarco-marítimo se convierte en tierra, en el mejor de los casos, en un
Raskolnikov (que hace lo que quiere pero se arrepiente); en casos no tan
buenos, en un Sade (que hace lo que quiere y reniega del arrepentimiento); y en
el peor de los casos, en un neoliberal (que hace lo que quiere y se proclama
por ello a sí mismo, por citar a Ayn Rand, como hombre del futuro).
Los contemporáneos directores y gerentes de empresas
transnacionales viven un desierto moral paralelo a aquel despertado en tiempos
de los grandes descubridores por la exterioridad pura de los océanos y las
nuevas tierras conquistables, según lo plantea Sloterdijk. Habitantes de los no-lugares constituidos por
la red global de rutas aéreas, aeropuertos, hoteles y burdeles de lujo,
experimentan la sensación de ser partículas libres lanzadas azarosamente hacia
cualquier lugar. Ligados exclusivamente a los capitales financieros a su
resguardo, que tienen que cuidar y hacer rendir al máximo por encima de
cualquier cosa, estos trashumantes de la productividad capitalista a gran escala
no conocen mayor esfericidad moral que la que otorga el perpetuo desarraigo. A
través de éste, la ligazón a los preceptos humanitarios al uso queda reservada,
en el mejor de los casos, para los que se han quedado en casa; en el peor, es
una simple mueca de cortesía para esgrimir en las situaciones correctas: ante
gobernantes locales, en reuniones públicas o en entrevistas mediáticas.
Lo cierto es que estos habitantes de «recintos
feriales, estadios deportivos, museos de arte moderno y filiales de las cadenas
hoteleras internacionales»,
terminales aéreas y trenes de alta velocidad, no conocen más valor que el
dinero y no conciben otra definición de persona que la suya propia. En el nuevo
océano estratosférico y en el fragor de los mares cibernéticos se han forjado estos
verdaderos piratas postmodernos, si por tal entendemos al ejecutante cabal de
«la primera forma empresarial del ateísmo»,
ajeno a cualquier moralidad como no sea la de la ganancia. Por ello, se
comprende por qué Nike contrataba infantes en Vietnam con un sueldo irrisorio;
por qué las maquiladoras de Tijuana tienen jornadas de 12 horas diarias y
despiden a las empleadas embarazadas, o por qué los ejecutivos de Lehman
Brothers toman un jet privado para relajarse en un spa de las Bahamas tras una negra jornada en el juego de la Bolsa, después de haber
sumido al planeta entero en la peor crisis financiera desde octubre de 1929.
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Un luxury jet sobrevuela Las Bahamas.
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Por todo lo anterior, es posible afirmar que mucho
más allá de la tardía consolidación entre ciencia y tecnología (que no se
lograría de manera plena sino hasta mediados del siglo XX),
la faz moderna del mundo se fraguó en el espíritu empresarial y su ramificación
operativa, el espíritu gerencial. Ejemplos preclaros fueron las destacadas
empresas de hombres que pese a no tener la más mínima formación científica
erigieron emporios industriales que apuntalaron el éxito imperial del
capitalismo estadounidense y, por extensión, del capitalismo global: a
principios del siglo XX, «la iniciación y la dirección de las nuevas industrias
estaban todavía en gran medida en manos de hombres como Andrew Carnegie, Sam
Goldwyn y Henry Ford, los cuales apenas tenían una formación oficial de algún
tipo, y no digamos en ciencias y tecnología».
El lema de “¡adelante!”, que Sloterdijk destaca como
constitutivo de la mentalidad empresarial, puso en marcha una serie de
proyectos materializados de conquista, dominación y usufructo de todo cuanto en
el planeta existe, incluyendo a los propios hombres. Por medio de tales
proyectos, surgieron al mundo procesos de estandarización del trabajo,
masificación de la producción, cohesión ideológica en torno a una idea central,
organización humana con orientación a fines específicos y, finalmente, sistemas
auto generados de inventiva, desarrollo y ejecución de tareas industriales. Con
base en dichos sistemas autopoiéticos, se ha configurado una red planetaria con
base tecnológica
que atraviesa al globo terráqueo de punta a cabo, formando una verdadera supra
naturaleza que engloba por completo al mundo de la vida. En el camino, el costo
bio-antropológico fue, ha sido y es descomunal:
…
sólo el capitalismo histórico, por el hecho de que ha sido el primer sistema
que abarcó todo el globo y por el hecho de que ha expandido la producción (y la
población) a tasas antes inconcebibles, ha llegado a amenazar la posibilidad de
una existencia futura viable para la humanidad. Lo ha hecho esencialmente
porque en ese sistema los capitalistas lograron anular de forma efectiva toda
capacidad de otras fuerzas para imponer limitaciones a su actividad en nombre
de cualquier valor distinto de la acumulación incesante de capital.
La gran tragedia de nuestra civilización fue
engendrada al mismo tiempo que su luminoso nacimiento. En el instante en que los
emprendedores no sólo se vieron como los exiliados de la naturaleza que de
hecho todos somos,
sino como sus poseedores: verdaderos titiriteros ensimismados en su trabajo que
sólo ven los hilos de sus marionetas y se imaginan que su espectáculo habrá de
causar el aplauso del universo.
El ciclo de vida de la Modernidad, con su
encarnizamiento sin límites sobre todo lo existente con base en la mentalidad
empresarial desencadenada en el siglo XVI, y que llega a su punto de
culminación en la actualidad, es análogo
a la pérdida de esferas de inmunidad de nuestro venir al mundo en tanto que
mamíferos superiores. En la ontología de Sloterdijk, una esfera de inmunidad es
el medio que protege y arropa a los individuos, que los dota ya bien de una
seguridad real, ya bien de una seguridad imaginaria; seguridad que, por lo
demás, siempre tenderá a ser precaria, ya que depende del paso inexorable del
tiempo, que o bien la quiebra o bien la transforma.
En el caso del proceso de maduración de la
Modernidad occidental, las esferas del cosmos ordenado y geocéntrico de la
antigüedad clásica, del Dios ordenador del universo del Medievo, y de la tierra
patria continental europea del Renacimiento, quedaron rotas para siempre, como
la cáscara de huevo de gaviota en la arena de la playa, para dar paso al encuentro
de la doble inmensidad que conformará la vida y la mente de los hombres
europeos a partir de 1492: la inconmensurabilidad marina y la
inconmensurabilidad del Nuevo Mundo; aunado a ellas, la inconmensurabilidad de
un planeta que ya nunca más volvería a ser el mismo. En este entorno gigantesco
y, por naturaleza, caótico, hubieron de hacerse los exploradores y
conquistadores, empresarios primigenios, su cuarta esfera de inmunidad que, a
todas luces, requirió de medios desconocidos hasta entonces para funcionar
medianamente bien.
La inmensa ola (cultural, técnica y emocional) que
esta necesidad inmunoesférica levantó culminó estallando en las novísimas aguas
de lo que llamamos Modernidad; y si bien el resultado de la cuarta esfera de
inmunidad que la Modernidad, por sus medios emprendedores (que al final
derivarían en medios tecno-científicos), proporcionó al hombre occidental ha
sido cuna de mil maravillas, al mismo tiempo no fue lo suficientemente sólida
ni estable para impedir que presentara fisuras de consideración aquí y allá,
produciendo el efecto de crear seres colectivos psicóticos.
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Como pocos, la artista visual mexicana Adriana Mejía Martín ha sabido plasmar la doble cara del progreso mercantil del siglo XXI.
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Sloterdijk lo plantea de manera prístina en el
paralelismo con el acto de venir al mundo: el lactante pasa de la esfera de
inmunidad primigenia de la placenta materna (compuesta a su vez por otras dos:
el útero y las contracciones finales) a ser en el mundo de manera abrupta,
congelante y, con todo, salvada por la ternura presente de la madre exterior:
Este
cambio de medio, amortiguado, desde un espacio de protección interior a uno
exterior, aparece en todos los seres vivos superiores, que producen
descendientes en alto grado inmaduros y sujetos a anidamiento. Por ello, todos
estos seres vivos son en principio psicopatizables: su maduración para
participar en juegos de relaciones adultos puede ser truncada o deformada por
lesiones de la cuarta envoltura extra uterina. El homo sapiens, junto con sus animales domésticos, goza del precario
privilegio de poder volverse psicótico con mayor facilidad que cualquier otro
ser vivo, entendiendo por psicosis la huella de un cambio de envoltura
fracasado… Si uno se orienta a este concepto de psicosis como eco de una
catástrofe esférica temprana, se hace comprensible por qué la psicosis ha de
ser el tema primordial latente de la Modernidad… Como época de desplazamientos
sistemáticos de límites, de patologías colectivas, de cáscaras y de trastornos
epidémicos de envolturas…
Esos seres humanos de la primera y la alta
Modernidad, que buscaron dotarse de su cuarta esfera de inmunidad en los barcos
perdidos en la inmensidad de los océanos de un planeta más inmenso que nunca en
la historia, así como en la extracción incansable de riquezas (humanas,
materiales y animales) de los territorios por ellos reclamados y ocupados con
mano de hierro, «en un viaje absoluto de ida», no pudieron jamás dar la solidez
requerida a dicha esfera. Al quebrarse en diversos lugares, como en la moral
extra continental, en el desenfreno de las pasiones, en el ansia por olvidar el acto divino de la creación (que se
convertirá, a partir del siglo XX, en ansia por reproducirlo), en la codicia de
posesión de bienes materiales y de acumulación de conocimientos, emergieron
múltiples psicosis colectivas que se materializaron de maneras oscuras y
aberrantes.
Podemos así comprender cómo fue posible que la misma
cultura, que con base en el éxito y la gloria del espíritu empresarial, escudriñó
el cosmos, estableció leyes físicas y descubrió la lógica evolutiva de las
especies, al mismo tiempo exterminó de manera sistemática, y en no pocas
ocasiones con orgullo y placer, poblaciones enteras de seres vivos a lo largo y
ancho del planeta: así, los españoles exterminando a los indígenas
mesoamericanos, los ingleses a los nativos de Norteamérica, los holandeses y
los portugueses a los negros del Senegal; todos juntos, extirpando por la
fuerza del mosquete y del florete al quagga de África, al lobo marsupial de
Australia, al dodo de las islas del Océano Índico, al lobo de las Malvinas en
Sudamérica y a cientos de especies más. Son los mismos emprendedores que
mantienen al día de hoy verdaderas granjas de ejércitos laborales de reserva en
la doble periferia del sistema-mundo (al interior de cada país y en los
linderos del sistema como tal) en las condiciones infrahumanas de un corral:
hacinados, promiscuos, enfermos, manchados por excrementos y suciedad, al
tiempo que proclaman que el obsceno despilfarro cupular, más tarde o más temprano,
hará gotear las perlas de la riqueza a los chiqueros de los excluidos del mundo
entero. Sólo colectivos humanos a disgusto con su mundo, viviendo en una esfera
de inmunidad rota («un cambio de envoltura fracasado»), han podido afirmarse a
sí mismos en tales actos de crueldad y violencia inauditas y grandilocuentes;
vanagloriarse de ello, y llamar a semejante despropósito el progreso del hombre
en la Tierra.
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El calentamiento global, agravado por la desmeura industrial de los últimos cien años.
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