En un acierto interactivo, Milenio.com/Cultura
puso a disposición de sus lectores tres textos descargables del recién
fallecido Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. (Disponibles en la liga: http://share.mile.io/i7rGvWP). Dispersos en la vastedad
de su escritura no ficcional, que incluye una temprana y apasionada incursión
por el periodismo, son un mosaico claroscuro de temas e intereses. Una muestra
fehaciente de lo que se espera de un intelectual en América Latina: que sea una
especie de sabio poli temático con una opinión disponible para casi cualquier
ocasión.
Sin duda, de la triada ofrecida en formato PDF, el más sólido de
los escritos es el dedicado al periodismo, “El mejor oficio del mundo”, dice
contundente su título. Allí, García afirmó: “Los muchachos que salen
ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de
la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre
la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones
más importantes: la creatividad y la práctica”. De manera cierta, es un
diagnóstico puntual de mucho de lo que ocurre en la actualidad en las
facultades de ciencias de la comunicación latinoamericanas y quizá mundiales.
En número creciente, los jóvenes conciben al periodismo como un trampolín para
la fama instantánea, en lugar de un espacio para “la reconstrucción minuciosa y
verídica del hecho”.
Gabriel García Márquez, tiempos periodísticos. |
García Márquez ejerció el periodismo es una era de transición,
cercana aún al siglo XIX en su concepción, aunque ya con ciertos artilugios
tecnológicos que posteriormente serían determinantes durante el último cuarto
del siglo XX. Uno de ellos, hoy ya impensable no poseerlo, es la grabadora. De
acuerdo con él, antes de la omnipresencia reporteril de dicho aparato, “...el
oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno
solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los
reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían”. En este punto, las
aseveraciones, correctas en lo general, lindan entre el regaño del oficiante y
la nostalgia del mayor de edad. Es simplemente falso que la generalidad del
periodismo actual no se haga bajo parámetros éticos y con una escucha atenta.
Una falla recurrente en el texto, común a toda generación que antecede al
presente, es poner a su propia época ─ya ida─ como el parámetro de la
excelencia en cualquier ámbito de la vida. El novelista colombiano cayó en esta
falacia al generalizar la polarización entre el viejo y buen periodismo y el
nuevo y malo periodismo, sin matizar que uno y otro han existido, más allá de
la década en que se hayan ejercido. No obstante, redondea el texto con una nota
positiva: los esfuerzos prácticos que él y otros prestigiados periodistas
pusieron en marcha en su momento (a finales del siglo pasado), por medio de “un
sistema de talleres experimentales e itinerantes... Para tratar de
transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio”.
El más breve de los textos brindados por Milenio.com, “Ilusiones para el siglo XXI”, es una muestra
viva de que hasta para un Premio Nobel de Literatura (o quizá sobre todo para
ellos) hay días en los que el teclado y las opiniones apremian. Cúmulo de
lugares comunes (“Hoy, ya lo vemos, nadie se ha sorprendido de que hayamos
tenido [los latinoamericanos] que atravesar el vasto Atlántico para encontrarnos
en París con nosotros mismos”), excesivamente breve y con final apresurado que
pálidamente alcanza a redondear una idea al vuelo: “No esperen nada del siglo
XXI, que es el siglo XXI el que los espera a todos ustedes... y que sólo será
tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo”, el
encadenamiento argumental dista mucho de los mejores momentos del escritor,
pero constituye un interesante dato documental que lo humaniza y, por
contraste, exalta sus obras pulcras y de gran aliento.
Obra sin fisuras del narrador colombiano. |
El ensayo corto, “Por un país al alcance de los niños”, escrito como
una apología del programa Misión de Educación, Ciencia y Desarrollo, en los
noventa colombianos, es el más revelador de los escritos que con fortuna abrió
al público Milenio.com. En él
queda plasmado el poder de la excelencia retórica que le dio fama, fortuna y
reconocimiento global al colombiano. El contenido del texto es un repaso al
vuelo de la historia colombiana para situarse en el presente de sus puntos
débiles, de las fallas nacionales a enmendar. Rapsódico, simplificador e
históricamente cuestionable, el ensayo en cambio es escrituralmente gozoso.
Pone en práctica su depurado estilo falsa y virtuosamente coloquial. Es decir,
que para llegar a envolvernos con una calidez lingüística del tipo de una
charla entre amigos (algo característico del texto de opinión de García Márquez),
fueron necesarias innumerables horas de trabajo con la lengua castellana para
imponer su marca de la casa en la materia.
García: de los últimos discursos en lucidez. |
Esta maestría retórica (que hace que pasemos por alto exageradas
generalizaciones del tipo “Somos intuitivos, autodidactas, espontáneos y
rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del
dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político
y de olvido histórico... Por la misma causa somos una sociedad sentimental en
la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor
humano sobre la desconfianza”) fue un rasgo común a la mayoría de los grandes
escritores del “Boom”. Lo encontramos con diversidad de temas e intereses,
aunque con la misma envolvente contundencia en Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar
y Paz. Representantes, como el que hoy enluta al mundo de la cultura, de un
pasado inmediato cuya biología se extingue con celeridad, pero que se perpetúa
de la mejor manera: con la preservación crítica de su legado.
*Este apunte fue originalmente publicado en Milenio.com, disponible en la liga: