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Revista Replicante

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martes, 22 de abril de 2014

Crítica de la maestría retórica


En un acierto interactivo, Milenio.com/Cultura puso a disposición de sus lectores tres textos descargables del recién fallecido Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. (Disponibles en la liga: http://share.mile.io/i7rGvWP). Dispersos en la vastedad de su escritura no ficcional, que incluye una temprana y apasionada incursión por el periodismo, son un mosaico claroscuro de temas e intereses. Una muestra fehaciente de lo que se espera de un intelectual en América Latina: que sea una especie de sabio poli temático con una opinión disponible para casi cualquier ocasión.
Sin duda, de la triada ofrecida en formato PDF, el más sólido de los escritos es el dedicado al periodismo, “El mejor oficio del mundo”, dice contundente su título. Allí, García afirmó: “Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica”. De manera cierta, es un diagnóstico puntual de mucho de lo que ocurre en la actualidad en las facultades de ciencias de la comunicación latinoamericanas y quizá mundiales. En número creciente, los jóvenes conciben al periodismo como un trampolín para la fama instantánea, en lugar de un espacio para “la reconstrucción minuciosa y verídica del hecho”.


Gabriel García Márquez, tiempos periodísticos.


García Márquez ejerció el periodismo es una era de transición, cercana aún al siglo XIX en su concepción, aunque ya con ciertos artilugios tecnológicos que posteriormente serían determinantes durante el último cuarto del siglo XX. Uno de ellos, hoy ya impensable no poseerlo, es la grabadora. De acuerdo con él, antes de la omnipresencia reporteril de dicho aparato, “...el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían”. En este punto, las aseveraciones, correctas en lo general, lindan entre el regaño del oficiante y la nostalgia del mayor de edad. Es simplemente falso que la generalidad del periodismo actual no se haga bajo parámetros éticos y con una escucha atenta. Una falla recurrente en el texto, común a toda generación que antecede al presente, es poner a su propia época ─ya ida─ como el parámetro de la excelencia en cualquier ámbito de la vida. El novelista colombiano cayó en esta falacia al generalizar la polarización entre el viejo y buen periodismo y el nuevo y malo periodismo, sin matizar que uno y otro han existido, más allá de la década en que se hayan ejercido. No obstante, redondea el texto con una nota positiva: los esfuerzos prácticos que él y otros prestigiados periodistas pusieron en marcha en su momento (a finales del siglo pasado), por medio de “un sistema de talleres experimentales e itinerantes... Para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio”.
El más breve de los textos brindados por Milenio.com, “Ilusiones para el siglo XXI”, es una muestra viva de que hasta para un Premio Nobel de Literatura (o quizá sobre todo para ellos) hay días en los que el teclado y las opiniones apremian. Cúmulo de lugares comunes (“Hoy, ya lo vemos, nadie se ha sorprendido de que hayamos tenido [los latinoamericanos] que atravesar el vasto Atlántico para encontrarnos en París con nosotros mismos”), excesivamente breve y con final apresurado que pálidamente alcanza a redondear una idea al vuelo: “No esperen nada del siglo XXI, que es el siglo XXI el que los espera a todos ustedes... y que sólo será tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo”, el encadenamiento argumental dista mucho de los mejores momentos del escritor, pero constituye un interesante dato documental que lo humaniza y, por contraste, exalta sus obras pulcras y de gran aliento.


Obra sin fisuras del narrador colombiano.


El ensayo corto, “Por un país al alcance de los niños”, escrito como una apología del programa Misión de Educación, Ciencia y Desarrollo, en los noventa colombianos, es el más revelador de los escritos que con fortuna abrió al público Milenio.com. En él queda plasmado el poder de la excelencia retórica que le dio fama, fortuna y reconocimiento global al colombiano. El contenido del texto es un repaso al vuelo de la historia colombiana para situarse en el presente de sus puntos débiles, de las fallas nacionales a enmendar. Rapsódico, simplificador e históricamente cuestionable, el ensayo en cambio es escrituralmente gozoso. Pone en práctica su depurado estilo falsa y virtuosamente coloquial. Es decir, que para llegar a envolvernos con una calidez lingüística del tipo de una charla entre amigos (algo característico del texto de opinión de García Márquez), fueron necesarias innumerables horas de trabajo con la lengua castellana para imponer su marca de la casa en la materia.


García: de los últimos discursos en lucidez.


Esta maestría retórica (que hace que pasemos por alto exageradas generalizaciones del tipo “Somos intuitivos, autodidactas, espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico... Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza”) fue un rasgo común a la mayoría de los grandes escritores del “Boom”. Lo encontramos con diversidad de temas e intereses, aunque con la misma envolvente contundencia en Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y Paz. Representantes, como el que hoy enluta al mundo de la cultura, de un pasado inmediato cuya biología se extingue con celeridad, pero que se perpetúa de la mejor manera: con la preservación crítica de su legado. 

*Este apunte fue originalmente publicado en Milenio.com, disponible en la liga:

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