Encontramos un puñado de análisis que se detuvieron a pensar —así sea de manera breve— sobre la solitaria novela detectivesca del autor. Buena parte de ellos se encuentra agrupada en la serie de reseñas contemporáneas a la salida al mercado de la novela y que, en su mayoría (fundamentalmente por razones de espacio), son simples apuntes a seguir para un mejor y más detenido desarrollo ulterior.
Dentro de estos, destacan las observaciones de Lucille Kerr , cuya nota sobre la novela contiene de manera embrionaria algunos de los aspectos relevantes relacionados con las configuraciones del poder en el nivel mundial y su reiteración en el nivel nacional.
Ocurre algo similar con los comentarios de uno de los críticos más importantes de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, José Joaquín Blanco, quien en sus escuetas consideraciones del thriller, llama la atención sobre un tema que encuadra puntualmente una de las intenciones de la novela y que la ubica con precisión en el desarrollo evolutivo ideológico-narrativo del escritor: la pérdida de la fuerza, al cabo de dos generaciones, de la ideología posrevolucionaria.
En la reseña “The Twins in the Looking Glass” , Mary E. Davies enfatiza el carácter satírico de la obra, dando peso a las alusiones y visiones cinematográficas de la narración, especialmente en lo que se reiere al personaje principal, Félix Maldonado. Esto refuerza la interpretación de que la novela es de factura postmodernista, aunque no comparto del todo su idea de que Fuentes hace de Félix un personaje eminentemente humorístico, por más que este humor sea ácido y que se dirija contra la propia persona del personaje.
Fernando García Núñez, en su recensión de la novela , observa el carácter intertextual de la obra, así como la dislocación del discurso del personaje eje al ser la historia narrada (a la que accede el lector) la crónica (hecha por un tercero) de una narración (la del personaje principal). Esta estructura en capas crea un entramado narrativo inestable en el que, en principio, todo puede ser puesto en duda porque no contamos con la fidelidad del narrador en primera instancia. En el ámbito estilístico, tal exploración narrativa también cuenta entre los atributos postmodernistas del libro.
García Núñez comenta también dos posibilidades de las que discrepo: que la razón de ser de la trama es que el protagonista pueda realizar un acto verdaderamente libre, y que tal vez los dos grandes antagonistas de la intriga (el Director General y Timón) sean la misma persona. A la primera afirmación no le veo un peso real en el orden narrativo de la novela, ya que a mi entender el grueso de su entramado justo lo que demuestra es la imposibilidad de tal acontecimiento. A la segunda aseveración, la eventualidad de que el Director General sea uno con su enemigo, la veo como posible pero muy improbable, aunque sí existe cierto respaldo narrativo para considerarlo así.
En su artículo, “La cabeza de la hidra: Residuos del colonialismo” , Phillip Koldewyn plantea cuestiones de interés, aunque interpreta a la novela como parte de un continuo con la obra de juventud de Fuentes —la preeminencia de la simbología azteca, las máscaras como identidad trastocada del mexicano—, sin tomar en cuenta el quiebre ideológico fundamental de los setenta; la mencionada mengua de la ideología posrevolucionaria.
Con todo, tiene hallazgos importantes como interpretar a Félix Maldonado como un símbolo de México, al Director General como uno del colonialismo y la posibilidad de ver a Maldonado «como un James Bond de muy reducidas posibilidades, puesto que sólo cuenta con la limitada tecnología y experiencia que le puede proporcionar un país del tercer mundo».
Jorge Ibargüengoitia observa en sus comentarios sobre el libro un elemento capital: la función que desempeña uno de los disparadores de la acción en la trama: la búsqueda, persecución y lucha por la obtención de una enigmática piedra cristalina y destellante incrustada en un anillo. Al respecto, afirma que «es un objeto físico, perfectamente definido, que constituye el elemento fundamental de la trama…» . Sólo cabe aclarar que es el elemento fundamental de la trama en el nivel textual de la historia detectivesca directa, la historia de acción, ya que desempeña también una función alegórica en otros niveles narrativos que la obra posee.
Raymond Williams en Los escritos de Carlos Fuentes hace algunas alusiones mínimas y circunstanciales a la novela, describiéndola como «menos ambiciosa que sus novelas anteriores» , aunque al comentar el ciclo “El Tiempo Político”, dentro del organigrama narrativo “La Edad del Tiempo”, propuesto por Fuentes para ordenar y comprender su obra , sí indica temas de importancia para la comprensión de La cabeza de la hidra al caracterizarla como un pastiche y subrayar el engarce que la narración hace con la obra de Michel Foucault, destacando la cuestión de la representación planteada en el capítulo inicial de Las palabras y las cosas .
Por igual, señala un aspecto central de la obra: la distancia ideológica que plantea con relación al sistema de pensamiento del medio siglo mexicano; comentario que sólo ocupa un párrafo y algunas líneas más un poco más adelante, pero que no es desarrollado en profundidad a lo largo del libro.
El anterior repaso no ha pretendido, por mucho, ser exhaustivo. Sin duda, existen más textos analíticos sobre la novela que los aquí mencionados, especialmente en el medio académico estadounidense . No obstante, en comparación con el cúmulo de reseñas, ensayos y estudios sobre el resto de la obra de Carlos Fuentes, lo que se puede encontrar dedicado a la pieza del ’78 es magro y no hay un análisis monográfico que revise en profundidad del texto.
En suma, La cabeza de la hidra ha sido mayoritariamente subestimada por la crítica al momento de considerarla dentro del vasto órgano de la narrativa de Carlos Fuentes. No obstante, hay algunos críticos que han percibido la importancia de la obra y han hecho análisis pormenorizados de la narración, dedicándole líneas puntuales: Chalene Helmuth en su libro The Postmodern Fuentes ; Edith Negrín en su artículo “La cabeza de la hidra entre la cultura y el petróleo” , y Lucrecio Pérez-Blanco, en su reseña-ensayo, “La cabeza de la hidra, novela-ensayo de estructura circular” , hacen aportaciones importantes al análisis literario de la obra.
Así, del ensayo de Negrín destaco la concepción de la obra como una novela de ideas, lo mismo que una serie de afirmaciones en el sentido de que constituye, de manera primordial, una reflexión sobre el país y su posición como nación subdesarrollada o periférica en el contexto de la distribución del poder mundial. También son sustanciales sus observaciones sobre el manejo, uso y función de las abundantes citas shakesperianas en la novela, que sirven al mismo tiempo a la intratextualidad de la trama —en tanto que diálogos cifrados de algunos de los personajes (los espías nacionalistas)— que a la intertextualidad de la obra al hacer una inclusión sui generis de fragmentos variados de la obra de Shakespeare y las consecuencias que de esto se derivan —entre ellas, en mi interpretación, una alegoría del trastocamiento contemporáneo de los fundamentos renacentistas —. (Similarmente, aunque con menor importancia, aparecen una serie de citas y alusiones de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.) Tras leer este análisis, breve pero puntual, es claro que la incorporación, libre aunque esencial, del órgano shakesperiano en la narración, constituye un tema en sí mismo que quizá requiriera de un libro entero para pormenorizarlo.
Por su parte, Lucrecio Pérez Blanco destaca la centralidad de México en la novela y, teniendo esto como trasfondo, afirma que ésta es una novela-ensayo en clave mítica. Me parece que sostener que la obra es un crossover de novela y ensayo es afirmar demasiado, ya que, en todo caso, como ocurre con diversas obras de Fuentes, es una novela de ideas y, más que mítica, yo la calificaría de alegórica, aunque la interpretación del crítico no es del todo desencaminada, ya que buena parte de la producción del novelista mexicano camina por los estrechos linderos en los que se combinan tramas, apreciaciones extra narrativas e invocación de diversas realidades textuales, entre las que los mitos han tenido una presencia sobresaliente (piénsese en La región más transparente, Cambio de piel , Zona sagrada y Terra Nostra , entre otras). Hay, no obstante, una observación que me ha parecido de suma importancia: Pérez Blanco la ubica en un presente mexicano que inicia en 1973, año de la crisis petrolera desencadenada por la OPEP.
En el caso de la profesora Helmuth, afirma en su sobresaliente libro que la obra de Carlos Fuentes posterior a Terra Nostra es claramente postmodernista. Dentro de los argumentos que ofrece para sostenerlo se encuentra el tratamiento que el autor hace del tema de la subjetividad y sus corolarios: la identidad y la relación del individuo con el tiempo. Su análisis es ágil y sugerente. Es claro que hay un vínculo evocativo entre la elección del nombre ‘Diego Velázquez’, que adquirirá el protagonista principal, Félix Maldonado (tras la difuminación de su subjetividad a manos de poderes macro orgánicos que lo rebasan y sojuzgan), y la obra fundacional del estudio “arqueológico” foucaultiano.
Como se recordará, Las palabras y las cosas inicia con el análisis estructural de Las meninas de Velázquez y las consecuencias que, de acuerdo con el autor, se derivan de éste para comprender la dinámica que diferencia y opone a la naciente episteme clásica, racional y representacional, del pensamiento premoderno, mimético y taxonómico, propio de la Edad Media y el Renacimiento; oposición y ruptura que posibilitará los desarrollos ontológicos posteriores de la Modernidad decimonónica.
Félix tiene en un lugar prominente de su departamento una reproducción del cuadro y se concibe a sí mismo, en conjunción con su esposa, como el doble físico de Velázquez. En este sentido, creo que efectivamente la novela puede ser leída en clave postmoderna, aunque es debatible la conclusión general de Helmuth que sostiene que la obra toda de Fuentes ha decantado hacia esa vertiente estética a partir de la década de los setenta. (Apreciación que es compartida por Williams, aunque con mayor ambigüedad .)
Al respecto, encuentro que la posible confusión deriva de la manera en que el autor concibió la totalidad de su obra como un órgano narrativo global: ésta es plenamente moderna en su concepción general, aunque posee trabajos postmodernos en lo particular.
En este sentido, el esquema entero de sus creaciones, que él ha denominado “La Edad del Tiempo”, presenta un cariz hegeliano: es intrínsecamente temporal, se despliega en momentos particulares encadenados y, entre ellos, se realiza una constante retroalimentación dialéctica, es decir, cada uno evoca a los demás, pero al mismo tiempo los diluye en su singularidad, absorbiéndolos, integrándolos en su propia manera (textual) de ser: «En Hegel, todo lo que se ha dicho en un lenguaje puede recuperarse en otro lenguaje; desarrollamos el contenido interno de un modo de pensamiento y lo conservamos en el siguiente modo» .