Una de las más apreciadas herencias de las
vanguardias artísticas del siglo XX (que hoy ya percibimos como verdadera
prehistoria artística) fue la de haber abierto el espacio del arte a la
inventiva estilística y a la reflexión social. En la actualidad, las artes
visuales se ha diseminado en múltiples elaboraciones materiales y han observado
la interacción humana desde variados puntos de vista, muchos de ellos de cariz
crítico. La multiplicidad de hechuras, componentes y modos de comprender el
mundo es lo que constituye el núcleo de la riqueza creativa del presente.
La obra plástica multimedial del joven artista
neoyorquino, Myles Starr, se inscribe justamente en dicha dinámica del arte
contemporáneo. Elaborando sobre diferentes soportes materiales, como el cartón
y el estambre, el cemento y el plomo, o impresiones digitales de páginas web
semánticamente intervenidas, plantea punzantes observaciones sobre el presente
de nuestra civilización. Así, por ejemplo, su serie de signos gráficos sobre
concreto revela un juego visual-semántico con temáticas como el fin del mundo y
la alta improbabilidad moderna de los milagros. Al ver las obras a distancia
media, encontramos un armonioso ejercicio minimalista de evocaciones
escultóricas; pero al observarlas de cerca, percibimos la fina disolvencia de
los términos allí planteados: sea una gradación probabilística (al estilo de la
ciencia económica, en la cual, por cierto, Starr está formado profesionalmente),
sea un encadenamiento de lúgubres recordatorios de la posibilidad real del fin
de nuestro mundo: hambrunas, catástrofes naturales, pandemias.
Asimismo, en lo que hasta hace poco se conocía como
"medios alternativos" del arte, pero que cada vez más se entienden
como medios posibles del arte sin más, Starr ha elaborado una serie de
intervenciones teniendo como marco general el portal de búsqueda en la Web de
Google. Esta es quizá su serie más turbadora por una razón contundente: revela
un lado boyante aunque universalmente disimulado de la realidad presente. En
conversación con él, planteó que el abigarrado mundo de Internet, y en
particular del porno en la red, es el espacio donde se puede dar rienda suelta
a la otra cara de nuestros presupuestos civilizatorios: "Por ejemplo
-afirmó el artista-, en Estados Unidos una de las modalidades más consumidas
del porno es la representación dramática y sexual de hombres blancos que tienen
como esclavos a hombres negros... Y viceversa. Ello habla de cómo muchas
contenciones sociales se difuminan en ese espacio de la Web". De esta
manera, sus intervenciones en la página de Google (que han sido exhibidas como
impresiones enmarcadas), presentan vistazos perturbadores a esa realidad mental
y social que se devela detrás del portal (casi literalmente un portón) de la
red cibernética mundial. Tal es el caso de la obra que dice así en la sección
de búsqueda del emporio virtual que es Google: "Tipo con oficina masiva en
la Torre Mayor en un hotelucho de 15 pesos en Viaducto saciando su fetiche por
chicas morenas con las que teme casarse". Las búsquedas, llamémoslas
semi-ficticias, planteadas por el artista presentan un mundo posible que está
ya, realmente, entre nosotros. En el inicio del ocaso de nuestra civilización,
nuestras prótesis virtuales nos salvan de nosotros mismos, pero condenan al
Otro (a la minoría racial, al pobre, al indefenso), hoy más que nunca, a ser
exclusivamente un medio y nunca un fin de nuestros fetiches y sinrazones.
*Esta nota apareció originalmente en Milenio.com el día 23 de marzo del 2014:
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