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Revista Replicante

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viernes, 18 de noviembre de 2011

El ímpetu creativo de Gustavo Cerati (entrevista)


Desenlato ahora, como exclusiva para el Blog, esta conversación con Gustavo Cerati, sostenida hace diez años con un reducido grupo de periodistas, mí mismo incluido, con motivo de su entonces reciente disco, 11 episodios sinfónicos. Hoy, que del genio y del artista sólo queda una absurda y chocarrera momificación, sus opiniones siguen siendo de interés. El presente intercambio de ideas, fue concebido para ser publicado por la hoy extinta revista Origina, pero diversos factores comunes a los medios impresos, impidieron que saliera a prensa. Así que, una década después, la ofrezco a ustedes, ahora que de manera tristísima el gran canta-autor ya no puede hablar más.

Resplandeciente figura del rock concebido en lengua española pero con acabado internacional, con veinte años en el negocio de la música, el vocalista y compositor argentino Gustavo Cerati explora lo mismo los caminos del alternativo, la electrónica y, recientemente, de la instrumentación sinfónica desde la presentación de su disco 11 episodios sinfónicos...

Si existe una personalidad dentro de la todavía magra y relativamente joven constelacion de personajes del rock en español que pueda llamarse rock star con todas las de la ley, es Gustavo Cerati. Y no sólo como parte del panorama del mencionado género, sino dentro del círculo de los grandes representantes de la música contemporánea en el nivel mundial, ya que su ebullescencia creativa ha explorado diferentes caminos de la expresión musical pasando por el pop, el grunge, la psicodelia, los ritmos electrónicos, la fusión y, muy recientemente, la musicalización y adaptación sinfónica.
Nacido en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1959, Gustavo Alberto Cerati Clark estudió mercadotecnia en la universidad El Salvador de su metrópoli natal, profesión que nunca ejerció formalmente, debido a que el impulso musical pudo más que cualquiera otra elección de vida. Esta afición lo llevo a formar desde adolescente algunas bandas informales durante los primeros años de la década de los ochenta hasta que en 1983, recién recobrada la democracia en aquellas tierras tras los sangrientos años de la última dictadura, forma con sus entonces amigos, el baterista Charly Alberti y el bajista Héctor “Zeta” Bosio, la más grande agrupación de rock de hispanoamérica: Soda Stereo. Hoy, la extinta banda, después de catorce años de vigorosa existencia que terminara en 1997, es ya leyenda y referente.

En la época del 11 episodios sinfónicos.

Una característica que ha sellado la trayectoria musical del artista porteño, que cuenta en su haber con los discos en solitario Amor amarillo del año ’94 y el inmaculado Bocanada de 1999, ha sido su irrefrenable impulso vanguardista; un incesante cosquilleo musical que ha hecho que sus trabajos se vuelvan con celeridad clásicos dentro de su género. Es como si el compositor tuviera claro que lo que ya ha sido concebido, siempre lo es de manera provisional; que la creación es un acto de perpetua innovación, autocrítica y perfeccionamiento continuo. Al respecto, bastan dos ejemplos: Uno de los primeros sencillos de la entonces flamante banda fue “Un misil en mi placard”, pieza extraída de su álbum debut, Soda Stereo. El tema era un especie de ska primitivo con una descarada guitarra –¡de Cerati!– copiando casi a la nota los acordes de “Roxanne” del grupo inglés The Police que hiciera furor en el mundo del pop internacional de aquellos años. Trece años y varias vueltas del mundo después, una vez que Soda era ya un clásico de resonancias internacionales, el guitarrista y vocalista decide reconstruir aquella lejana y vergonzante versión con motivo de la grabación del Unplugged para la MTV. El resultado es una de las mejores piezas del rock en español hecha sobre acordes electro-acústicos; precisos, claros, filosos, evocadores, insuperables. Así, la versión ’96 de “Un misil en mi placard” (la única canción política del grupo) comparte sólo el nombre y la letra con la de principios de los ochenta. Autocrítica constructiva que le llaman.
Una de las creaciones favoritas del también loop programer y arreglista sinfónico es “Signos” que viera luz con el disco homónimo de 1987 (grabación, por cierto, con la que el grupo alcanzara la madurez del sonido propio y se catapultara a la consagración de los años por venir). Desde entonces, la composición ha pasado por una serie de reelaboraciones que han logrado extraer y proporcionar una serie de matices insospechados a una pieza ya de suyo de excelente factura original. De los arreglos que la dotan de profundidad melancólica y penetración roquera en la versión en vivo de 1987 (plasmada en la grabación en directo de ese año, Ruido blanco), a la fastuosidad sinfónica de la grabación solista que circula por estos meses (11 episodios sinfónicos), pasando por la que tal vez sea su mejor rehechura: el arreglo de tango que presentaran por primera y última vez durante la gira de despedida de 1997; versión recogida el álbum doble, El último concierto del año referido. La música, entonces, no se está quieta, Según lo muestra su obra, para Cerati las composiciones son como peces: bellos y vistosos, listos para ser admirados, pero siempre en movimiento, porque cuando se aquietan es que ya no existen más.
Con motivo de su visita a nuestro país para ofrecer un único concierto (de tres, quizá cuatro, a nivel continental) de apoyo a su flamante 11 episodios sinfónicos, Gustavo Cerati conversó, breve pero sustancialmente, sobre temas diversos. De su posición respecto a Soda Stereo hasta sus proyectos a futuro, así como lo que representa su nueva propuesta musical, lo mismo que la música en general en lo que él vislumbra como un momento expectante en la historia mundial contemporánea.

Los tiempos del Siempre es hoy, 2003.

Definiciones: Postura musical y momento personal y artístico.

Desde siempre, Gustavo Cerati ha transmitido ante el público y ante los medios la correcta imagen de lo que es: un rock star de alto calibre. Quizá la única figura del género que desde estas tierras ha adquirido nivel y calidad internacionales. Seguro de sí mismo, pero nunca arrogante; satisfecho, pero nunca conformista, sereno a sus cuarenta y dos años, el canta-autor comienza por definir su posición dentro del show business, así como su momento personal que, indica, es parte de un entorno global:
“No me gusta estar embanderado en una idea o ser partícipe de una especie de contienda [tan llevada y traída en la actualidad] entre lo electrónico y lo no electrónico, lo noble y lo innoble, el rock o el no rock, el pop, lo comercial, lo que sea; sí, en realidad estoy muy poco interesado por ese tipo de situaciones. Sí me parece, en cambio, que como músico, en la medida en que hay algún proyecto, alguna idea que me entusiasma y que me lleva a otro tipo de circunstancias en lo creativo, que me da una inspiración nueva, la tomo y la realizo. Mi último proyecto, por ejemplo, puede verse como algo clásico y para mí es un paso hacia adelante. Plantarme y cantar con una sinfónica, me parece una especie de sueño poder hacerlo. No lo veo menos interesante que hacer cosas con música electrónica, que también las hago. En mí van confluyendo todas las cosas con las que voy trabajando y aprendiendo.
”La inercia creativa me va llevando. He madurado en el sentido de qué sé qué quiero y qué lugar tengo, aunque tampoco me hago muchas proyecciones a futuro. Voy trabajando paso a paso, disfrutando cada ciclo”.
”En esta etapa de mi vida, me siento bien y expectante. Y eso incorpora un montón de cosas que no sólo conciernen a mí, sino de manera general: es un movimiento planetario, casi universal. Creo que las cosas están llegando a su punto límite en muchos aspectos. Parecería que cambios se avizoran (aunque, claro, por ahí uno se equivoca y todo sigue igual, con la eterna desesperanza del ser humano); siento que es un momento muy interesante, con ello no me pronuncio si es muy feliz o totalmente infeliz, no. Es como lo que pasó en Nueva York (el 11/S). Por un lado es tremendo, y por otro, significa algo muy importante que si no se aprovecha, se pierde. Así, me da la impresión que este tono de los tiempos influye en lo que pasa en mi vida y en la de mucha gente. Algo pasa en general. Algo ya llegó a cocinarse demasiado. Y, sí, estoy en una etapa en la que se movilizan mucho mis estructuras, cosa que ayuda en gran medida a lo que hago en mi carrera. Estoy bien, haciendo lo que quiero hacer”.



La persistencia del pasado y la novedosa experiencia sinfónica.

Cuenta Charly Alberti, quien fuera el único baterista de Soda Stereo y ahora director del sitio de música en Internet Yeyeye.com, que, tras un periodo creciente y acumulativo de desazón con la banda, un buen día de principios del 1997 llamó a Gustavo Cerati y le dijo “Deshagamos al grupo”. Cosa con la que Cerati estuvo de acuerdo (no sin antes concertar una gira y un CD de despedida). Desde entonces, la relación entre los tres músicos ha sido distante por no decir nula. No obstante, siendo el único de ellos que ha seguido con una carrera solista dentro del mundo del rock (Héctor “Zeta” Bosio se dedica a la producción musical, en especial de ejecutantes de ritmos electrónicos), sigue siendo identificado con la trayectoria del grupo y entre sus seguidores existe la percepción de que la banda y Cerati solista son dos facetas de un mismo aliento artístico. La grabación sinfónica que ha presentado este año con temas de la banda parece confirmar dicha apreciación. (Que, por cierto, aclara que “Hace mucho que no hablo ni veo a Charly y a Zeta, así que no sé qué opinan de estas versiones”.) Al respecto, el músico afirma:

“El hecho de elegir canciones de diferentes periodos de mi carrera es una forma de enlazarme con el pasado. Pero la lectura es tan nueva que de alguna manera representa algo distinto en el consciente colectivo de las personas que escucharon y escuchan todavía a Soda Stereo, entre las cuales me incluyo yo. En ningún momento he tenido una situación en la que haya de renegar de mi pasado. Es natural que después de que un grupo se desbanda o de que hemos decidido separarnos, tratemos de alejarnos rápidamente de eso y tener una nueva vida, pero eso no significa hacer un corte con lo que pasó en tu vida. La situación en la que estoy ahora es gracias a todo eso. Me pareció que sería interesante. La gente me pide mucho temas de Soda Stereo y es natural que sea así. No tengo prejuicios al respecto. Por supuesto, estoy haciendo discos nuevos y eso es lo que quiero mostrar, pero interpretar ahora temas de entonces me pareció una salida interesante. Son versiones totalmente diferentes que a lo mejor capturan la esencia de la canción y, en ese sentido, se hace una conexión con la gente. Me pareció algo muy grande hacerlas en este concierto”.

Al mismo tiempo, la flamante aventura sinfónica del intérprete (uno escucha el disco y es un verdadero concierto de música de cámara para orquesta sinfónica y voz) es un salto inédito no sólo dentro de su producción personal, sino dentro del rock contemporáneo. Diversos rasgos destacan en este proyecto, entre ellos, Gustavo Cerati destaca que:

“Sin duda no es un disco nuevo, en cuanto que no estoy presentando canciones nuevas, pero sí estoy presentando una forma nueva de hacer canciones que son mías desde hace mucho. Y me gusta que sea así y no tratar de competir con las versiones originales con una banda más o menos parecida.
”A diferencia de un concierto con mi banda, en el que toco la guitarra y otros instrumentos y canto, acá me tuve que poner en la piel de intérprete. Casi como si no hubiera sido yo el compositor. No hay paralelos con esto. Tendría que referirme a cantantes con orquesta o con sinfónica, pero no hay muchos casos tampoco, y menos que vengan del rock. Entonces, no sabía muy bien cuál era mi situación, aunque sí decidimos no utilizar ningún elemento más de los sinfónicos. Interpreto una nueva imagen de cada canción; por momentos pomposa, por momentos melancólica, evidentemente mucho más, yo diría, overdrive, como llevadas a extremos, ya que las masas sonoras son muy diferentes a las que podía considerar cuando hice las canciones. Así que me lleva por lugares muy diferentes a la versión original.
”Dado que mis canciones no son historias, tengo una imposibilidad casi total para escribir historias, no pude ni de chico, me gusta ocuparme de algún punto en especial y desarrollarlo. Temas sí tengo, pocos; en carne de un psicólogo deben ser uno o dos nada más (risas). Lo que sí, cada momento musical con este nuevo tratamiento es digno de un episodio. Lo que es triste es súper triste, lo que es pomposo es muy pomposo, lo mismo lo que es heroico. Por ejemplo, “Corazón delator”, que sí yo hubiera podido hacerlo desde el principio, así la hubiera escrito.
”Por otra parte, la mayoría de las experiencias del rock y del pop que tienen que ver con lo sinfónico han sido realmente combinaciones entre banda y orquesta, al estilo de Deep Purple o Metallica; en ese sentido, no quisimos hibridizar la situación.
”No puedo dejar de pensar que soy un músico de rock, de cultura de rock, así que esta producción la concebí con una actitud rock, pero no se queda ahí, desde luego. Y, también, nunca en toda mi cultura rock, he escuchado algo tan potente como cincuenta tipos pegándole a un instrumento al mismo tiempo, no hay nada más poderoso que eso”.

El proyecto de poner una piel y un color sinfónicos a temas clásicos de Soda Stereo y Cerati solista que culminara con la grabación de 11 episodios sinfónicos tomó por sorpresa a sus fans, quienes si bien ya esperaban desde hacía dos años y medio la aparición de una producción del guitarrista y loop programer, desde el exitoso Bocanada de septiembre de 1999, prácticamente nadie esperaba algo así, al mismo tiempo tan fino y alucinante. En este sentido, Cerati cuenta que
“En el principio, la idea de hacer algo con una sinfónica surgió de Diego Sáenz, que es un poco el productor de este proyecto, y hace como cinco años me propuso hacer algo con una sinfónica. No sabía bien qué, pero algo tenía en la cabeza. Finalmente, la idea surgió. Después de muchas idas y venidas; de cosas que tal vez podían ser interesantes, se concretó con una serie de productores que podían financiar el proyecto, así que en septiembre del 2001 se hizo un concierto en el Teatro Avenida de Buenos Aires, teatro de Zarzuela y de música clásica, chico, que fue acondicionado para ser filmado y grabado y transformarse en una especie de show de televisión y en el disco que ha salido ya a la venta.
”Definitivamente, no descarto la posibilidad de que haya más discos como este en el futuro, aunque depende de diversos factores que incluyen los planes futuros de la productora, Universo TV”.
La gira de apoyo al Fuerza natural, la última de su vida... y de la nuestra.


También les puede interesar mi reseña sobre el 11 episodios sinfónicos en Replicantehttp://revistareplicante.com/artes/arte-musica/un-disco-olvidado/

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¡Cuidado, nena!


La ciudad elegida fue Berlín. Centro de condensación de la última fusión del sistema-mundo capitalista de la Modernidad. Enclave paradigmático donde el mundo occidental puso sus esperanzas hace qna generación sobre la posibilidad de materialización de los sueños deh progreso, largamente anhelados, ya bien con esperanza liberal, ya con cinismo ideológico neoliberal. Lugar del quiebre de la desviación comunista de la economía-mundo al uso, núcleo de inspiración para soñar con el non plus ultra de la historia, con la aniquilación de los obstáculos en el camino de la libertad, como lo tematizara con prematura euforia Francis Fukuyama en un texto que hizo época: “The End of History?”, y su pléyade de conceptos chocarreramente hegelianos, más inquietantes que certeros, develando eso sí el estado psico-social de aquellos tiempos que, de no ser por el desencanto post-noventero que les siguió (cuya clausura catastrófica fue el 11/S neoyorquino), fueron ciertamente vividos como las momentos meridianos del mundo occidental contemporáneo. Las horas de la historia liberal en carne viva.
El simbolismo de la Berlín de finales de los ochenta/principios de los noventa, junto con su recuperación como ciudad cultural puntera del Viejo Mundo  –no sin sobresaltos y reacomodos forzados, por supuesto−, atrajo a su centro vital las más variadas representaciones de la caída de todos los muros: teóricos, políticos, ideológicos, militares, económicos, de vigas y concreto al fin. Por un tiempo corto, fue una realidad ventosa que dispersó en el aire enrarecido de nuestra civilización los polvos acumulados durante décadas de hartazgo por un proyecto pseudo civilizatorio y falsamente anti-sistémico, que trajo mucha más penuria humana que la que dijo combatir, como lo fue el mundo del comunismo realmente existente. Pero después de ese breve espacio de tiempo, celebrado a nivel global vía las estrujantes y jubilosas escenas televisivas del fin del mundo bipolar, se convirtió en lo que realmente era: un espejismo apto para el disimulo de dinámicas universales, recalcitrantes y perniciosas, en nombre de la libertad, la democracia y el bienestar financiero del mundo. Época esta última que sigue vigente hoy en día.
Para el máximo cuarteto de Irlanda, Berlín, en fin, fue un espejismo que dio como resultado un prodigio. Para decirlo sin ambages, pero también sin exageración, el Achtung Baby es el mejor disco en la ya larga trayectoria de U2. Reinvención artística, magna amalgama de las tendencias punteras en el mundo del rock de la época, cimiento del rock pop por venir, piedra de toque de la creatividad de la banda y grado último de la misma: después de semejante pieza, todo lo que los dublineses han hecho y harán, será calibrado bajo su parámetro. 
U2 en Berlín, 1990.

El Achtung Baby los liberó finalmente del capullo cuyas viscosas paredes quedaron determinadas por la errática producción semi documental, Rattle and Hum de 1988. Hay un antes y un después tras la consumación del álbum. Todo lo que pudo haber sido el grupo hasta ese inicio trepidante de la década de los noventa, se convirtió en prehistoria, incluyendo su multi vendido y multi celebrado disco de 1987, The Joshua Tree. Asimismo, su salida al mercado, el 19 de noviembre de 1991, con la concomitante gira de apoyo, Zoo TV, dio pie a la generación de la desmesurada experiencia en vivo del rock pop a nivel global. Ver una grabación en directo de la época de la mencionada gira, es ver a una banda en plena forma, vigorosa, descomunal, con el ímpetu imparable para conquistar al mundo con su música popular. Por igual, se observan las cualidades que ya no los dejarían jamás: la tecnologización, la teatralidad, la auto complacencia, lo muhtimediático (un "happening postmoderno", que implicaba ser "total sensory overload", como lo calificó el crítico Parke Puterbaugh en Rolling Stone [número 628 del 16 de abril de 1992]) y el espíritu de lo políticamente correcto inserto en la globalización del mercado del arte pop.
De manera cierta, desde el inicio de su carrera, la agrupación se propuso el salto hacia lo masivo. Esa fue siempre la intencionalidad de su música que incluso con las desventajas de ejecución y hechura general manifiestas en sus primeras grabaciones, supo hacerse de un lugar en el espectro musical de los ochenta. Época de la consolidación mercadológica de la música popular, con el rock pop a la cabeza.
Si bien desde su incepción en el mundo artístico de mediados del siglo XX, dicho subgénero ha tenido un cariz netamente comercial, fue hasta la explosión pop de los ochenta, del glam metal al synth pop, que solidificó las estructuras productivas que le han permitido desde entonces ser una de las industrias más rentables en el nivel mundial. La diversificación de subgéneros, la transmisibilidad planetaria empaquetada en formatos pequeños, iterables tanto sonora como visualmente (tal fue el sentido de MTV), la disponibilidad del producto en toda circunstancia (la popularización del Walkman) y la generación de periféricos que permitieran vincular a la industria de la música con otras industrias: la moda generada por la imagen de los artistas, con su trabazón con enclaves productivos como la ropa y los productos de belleza (¿cuántos tubos de spray no se consumieron en los ochenta?) y, por supuesto, los formatos de `iseminación de la mercancía, fusionados con los dispositivos electrónicos para su ejecución: tocadiscos, háser disc, caseteras, video grabadoras, reproductores de discos compactos finalmente, ya solidificados en el planeta para cuando la obra maestra de U2 apareció.
U2 se inscribió plenamente en todo esto. En paralelo con su industria matriz, lo llevó al siguiente nivel a partir del Achtung Baby. La placa fue sin duda un hiato con relación a lo que le precedía en la discografía de la banda, pero también fue el triunfo de la administración de empresas sonoras a cargo de los productores Brian Eno y Daniel Lanois, artífices de los sonidos para su tiempo experimentales, filosos, atmosféricos y expandidos del disco. Hicieron de la grabación el atractor central de las tendencias más aventajadas de inicios de los noventa, con la música electrónica a la cabeza (movida que alcanzaría su pico durante la segunda mitad de dicha década).
La dupla de productores construyó con pulcritud una red estructural que estableció el devenir del grupo en los años subsecuentes. La fusión tecno, las distorsiones ríspidas de la guitarra, la grandilocuencia de la vocalización, el aglutinamiento de sonidos en principio dispares, como los ecos del hip-hop en armonía con la estructura rítmica del grunge, que ya comenzaba a dominar la escena comercial por aquel entonces.
El trabajo de producción desde siempre ha sido la función circunspecta con relación a la imagen frontal de los representantes del rock, pero su labor es la caja negra que vincula a la música de masas con el mercado mundial. La producción musical es la gestión de los recursos humanos y materiales para alcanzar logros específicos en un determinado nicho de mercado; genera rendimientos, controla la calidad del producto, promueve la inventiva de mercadeo y la reinvención de lo ofertado. Su trabajo es tan descomunal como discretk, en el sentido de estar fuera de los reflectores que acompañan a los rockstars.
Pero en el caso de la dupla creativo-gerencial de Eno y Lanois, los rendimientos músico-mercadológicos obtenidos con el séptimo disco de U2 fueron desmedidos. Para decirlo en una palabra, el trabajo logrado con aquél disco fundacional de la década de los noventa, iluminó la faz del rock pop entero en los años sucesivos. Retomó tendencias que ya despuntaban al cierre del periplo ochentero del rock y las integró en una impresionante fusión, pulcramente producida y ejecutada con plena fuerza creativa; al hacerlo, generó dividendos musicales y comerciales que reverberan incluso en nuestros días. Sin el disco concebido en Berlín y terminado en Irlanda, serían impensables el pop-grunge, la reinvención del power pop de los noventa y la discografía tardía de muchos de los integrantes de la primera ola de rock alternativo inglés y estadounidense, por ejemplo.

Panorámica del stage, Zoo TV, 1992-1993.

Ahora bien, más allá de esta abigarrada realidad de la industria de la música globalizada, el Achtung Baby fue el triunfo de U2 sobre sí mismos. El grupo se desintegró (metafóricamente hablando, aunqqe se sabe que el ambiente entre ellos se enrareció al máximo durante su estancia en Berlín) y se recompuso en el aire con esta producción. A partir de entonces, erigieron su propia leyenda como pilares de la música masiva de la era postmoderna. Que, en buena medida, el resto de sus producciones y su imparable agigantamiento escénico no hayan hecho sino arar los surcos dejados por la producción del ’91, sólo habla de la dimensión creativa, administrativa y significativa que ésta abrió en el espacio musical y performativo de los dublineses.
Así, las armonías distorsionadas al inicio del álbum con “Zoo Station”, que se disuelven en la voz con efecto en off de Bono. La canción da paso a la estructura armónica con destellos de batería con un efectista manejo de los toms de Larry Mullen Jr., barrida por la guitarra en contrapunto de The Edge, mientras que en segundo plano entran los acordes tradicionales del guitarrista, que numerosos críticos han llamado “minimalistas”.
Por su parte, “So Cruel” machaca el empleo estilizado de las cajas de ritmo, añade sintetizadores en el mismo plano que el requinto y plantea una estructura armónica que pueda considerarse sin duda alguna como el eslabón perdido entre el uso de la electrónica de acompañamiento de los ochenta y la de los noventa. En el mismo sentido, “The Fly”, parte de un fundamento tecno para erigir un riffeo en la misma línea tonal que el bajo de Adam Clayton, enganchados ambos con una pegada intencionalmente desfasada, con mayor aceleración con relación a la antedicha estructura armónica, por parte de Mullen, dando como resultado la fórmula del rock alternativo radio-amigable de la década entera.
También está ahí del beat pegajoso, transitando del pop radial a la intencionalidad dance salpicada con la armonía cordal de The Edge en “Even Better Than the Real Thing”, que marcó asimismo el tipo de uso del requintk que ya no dejarían jamás en al resto de su trayectoria. Misma guitarra que avanza plena por “Until he End of the World”, épica cristiana con estructura postmoderna, que nació para ser ejecutada en vivo a todo vigor, proporcionándole un cariz sencillo y preciosista; por igual, requinto estilizado con el distorsionador de majo en uno de los inicios más característicos del rock, como lo es la introducción a la contundente y sentida power ballad, “Who’s Gonna Ride your Wild Horses”, que da pie a la mezcla precisa de melosidad y poder vocal de Bono; equilibrio que le ha costado mucho trabajo sostener después de aquellos años. Sin duda, la edad también cuenta para ello. Qué decir del desempeño de The Edge en “Ultraviolet”, “Mysterious Ways” y “Love is Blindness”, rolas en las que el ejecutante generó texturas atmosféricas que combinaron de manera inaudita los ganchos del pop con las distorsiones del alternativo, enquistados en una arquitectura en capas que no por digerible es menos admirable. En suma, puede afirmarse sin reparos que el guitarrista, con su mesura habitual, fue el tercer artífice del disco insignia de U2, junto con Eno y Lanois, y por encima de la lírica predominante de Bono (que, por cierto vivió uno de sus mejores momentos concentrándose en temas menos pretenciosos y pretendidamente libertarios, como ha sido el caso antes y después de aquella producción).
Está por supuesto, “One”, power ballad que los consolidó como banda de himnos del rock. Llamada en su momento una "balada radiante", por la crítica de rock Elysa Gardner en su reseña para Rolling Stone (número 621, del 9 de enero de 1992), la pieza ha tenido múltiples rehechuras en vivo, manifestando sus posibilidades comunicativas; ha dado nombre a One Campaign, la ONG promovida por Bono, por medio de la cual da rienda suelta a sus obsesiones bienpensantes y a la ideología del bienestar a cuenta gotas á la europea; asimismo, es la insignia de las posibilidades dulcificadas del rock pop, es momento de remanso melódico pero también de evento kitsch. Es, en breve, un monumento en movimiento, es decir, una instalación musical que no porque se haya escuchado hasta la náusea desde que fue lanzada como el tercer sencillo del disco, pierde importancia dentro del contexto en que fue concebida. Es posible que no exista más que un puñado de baladas rock que se le asemejen en importancia. Por eso cuando los críticos de la banda, exquisitos y recalcitrantes, piden que en su lugar exista algo como “Kashmir” de Led Zeppelin o “Stinkfist” de Tool, uno sencillamente no sabe si están del todo en sus cabales. ¿Quién compararía jamás tornillos con martillos?

Portada del sencillo de "One", con la foto de la caza india de búfalos a cargo de David Wojnarowicz.
El disco, en suma, nació para ser escuchado de manera íntegra. No hay en él espacios desperdiciados. En su contexto musical, el rock pop de escala universal, es una pieza sin mácula. La intentona de expandir los horizontes musicales acotados en su primera época, que fue siempre apegada al post punk inglés, efectuada con The Joshua Tree y su desnivelada coda Rattle and Hum, finalmente llegó a buen puerto con el Achtung Baby; disco en el que a decir de  Elysa Gardner en la antedicha recensión, “intentaron, una vez más, ampliar su paleta musical, pero esta vez semejante ambición sí que se materializó”. Con la grabación de 1991, U2 pasó con gloria a la historia de la música de nuestro tiempo. Abrió un continente musical propio y ajeno que, como siempre ocurre con hos descubrimientos de paisajes incógnitos, con el paso del tiempo ha sido poblado por dinámicas de diversa ralea y valía; de lo exquisito a lo execrable, de lo sublime a lo absurdo, incluidos ellos mismos. Pero negar la magnitud del descubrimiento es, simplemente, pretender que más allá del Mediterráneo sólo existe el mar de los sargazos.

El presente artículo se presenta en conjunto con Replicante; puede verse la publicación original en: http://revistareplicante.com/artes/arte-musica/%C2%A1cuidado-nena/