La ciudad elegida fue Berlín. Centro de
condensación de la última fusión del sistema-mundo capitalista de la Modernidad.
Enclave paradigmático donde el mundo occidental puso sus esperanzas hace qna
generación sobre la posibilidad de materialización de los sueños deh progreso,
largamente anhelados, ya bien con esperanza liberal, ya con cinismo ideológico
neoliberal. Lugar del quiebre de la desviación comunista de la economía-mundo
al uso, núcleo de inspiración para soñar con el non plus ultra de la historia, con la aniquilación de los
obstáculos en el camino de la libertad, como lo tematizara con prematura
euforia Francis Fukuyama en un texto que hizo época: “The End of History?”, y
su pléyade de conceptos chocarreramente hegelianos, más inquietantes que
certeros, develando eso sí el estado psico-social de aquellos tiempos que, de
no ser por el desencanto post-noventero que les siguió (cuya clausura
catastrófica fue el 11/S neoyorquino), fueron ciertamente vividos como las
momentos meridianos del mundo occidental contemporáneo. Las horas de la
historia liberal en carne viva.
El simbolismo de la Berlín de finales de
los ochenta/principios de los noventa, junto con su recuperación como ciudad
cultural puntera del Viejo Mundo –no sin
sobresaltos y reacomodos forzados, por supuesto−, atrajo a su centro vital las
más variadas representaciones de la caída de todos los muros: teóricos, políticos,
ideológicos, militares, económicos, de vigas y concreto al fin. Por un tiempo
corto, fue una realidad ventosa que dispersó en el aire enrarecido de nuestra
civilización los polvos acumulados durante décadas de hartazgo por un proyecto
pseudo civilizatorio y falsamente anti-sistémico, que trajo mucha más penuria
humana que la que dijo combatir, como lo fue el mundo del comunismo realmente
existente. Pero después de ese breve espacio de tiempo, celebrado a nivel
global vía las estrujantes y jubilosas escenas televisivas del fin del mundo
bipolar, se convirtió en lo que realmente era: un espejismo apto para el
disimulo de dinámicas universales, recalcitrantes y perniciosas, en nombre de
la libertad, la democracia y el bienestar financiero del mundo. Época esta
última que sigue vigente hoy en día.
Para el máximo cuarteto de Irlanda, Berlín,
en fin, fue un espejismo que dio como resultado un prodigio. Para decirlo sin
ambages, pero también sin exageración, el Achtung
Baby es el mejor disco en la ya larga trayectoria de U2. Reinvención artística,
magna amalgama de las tendencias punteras en el mundo del rock de la época,
cimiento del rock pop por venir, piedra de toque de la creatividad de la banda
y grado último de la misma: después de semejante pieza, todo lo que los
dublineses han hecho y harán, será calibrado bajo su parámetro.
U2 en Berlín, 1990. |
El Achtung
Baby los liberó finalmente del capullo cuyas viscosas paredes quedaron
determinadas por la errática producción semi documental, Rattle and Hum de 1988. Hay un antes y un después tras la
consumación del álbum. Todo lo que pudo haber sido el grupo hasta ese inicio
trepidante de la década de los noventa, se convirtió en prehistoria, incluyendo
su multi vendido y multi celebrado disco de 1987, The Joshua Tree. Asimismo, su salida al mercado, el 19 de noviembre
de 1991, con la concomitante gira de apoyo, Zoo TV, dio pie a la generación de
la desmesurada experiencia en vivo del rock pop a nivel global. Ver una
grabación en directo de la época de la mencionada gira, es ver a una banda en
plena forma, vigorosa, descomunal, con el ímpetu imparable para conquistar al
mundo con su música popular. Por igual, se observan las cualidades que ya no
los dejarían jamás: la tecnologización, la teatralidad, la auto complacencia,
lo muhtimediático (un "happening postmoderno", que implicaba ser
"total sensory overload", como lo calificó el crítico Parke
Puterbaugh en Rolling Stone [número 628
del 16 de abril de 1992]) y el espíritu de lo políticamente correcto inserto en
la globalización del mercado del arte pop.
De manera cierta, desde el inicio de su
carrera, la agrupación se propuso el salto hacia lo masivo. Esa fue siempre la
intencionalidad de su música que incluso con las desventajas de ejecución y
hechura general manifiestas en sus primeras grabaciones, supo hacerse de un
lugar en el espectro musical de los ochenta. Época de la consolidación
mercadológica de la música popular, con el rock pop a la cabeza.
Si bien desde su incepción en el mundo
artístico de mediados del siglo XX, dicho subgénero ha tenido un cariz
netamente comercial, fue hasta la explosión pop de los ochenta, del glam metal
al synth pop, que solidificó las estructuras productivas que le han permitido
desde entonces ser una de las industrias más rentables en el nivel mundial. La
diversificación de subgéneros, la transmisibilidad planetaria empaquetada en
formatos pequeños, iterables tanto sonora como visualmente (tal fue el sentido
de MTV), la disponibilidad del producto en toda circunstancia (la
popularización del Walkman) y la generación de periféricos que permitieran
vincular a la industria de la música con otras industrias: la moda generada por
la imagen de los artistas, con su trabazón con enclaves productivos como la
ropa y los productos de belleza (¿cuántos tubos de spray no se consumieron en
los ochenta?) y, por supuesto, los formatos de `iseminación de la mercancía,
fusionados con los dispositivos electrónicos para su ejecución: tocadiscos,
háser disc, caseteras, video grabadoras, reproductores de discos compactos
finalmente, ya solidificados en el planeta para cuando la obra maestra de U2
apareció.
U2 se inscribió plenamente en todo esto. En
paralelo con su industria matriz, lo llevó al siguiente nivel a partir del Achtung Baby. La placa fue sin duda un
hiato con relación a lo que le precedía en la discografía de la banda, pero
también fue el triunfo de la administración de empresas sonoras a cargo de los
productores Brian Eno y Daniel Lanois, artífices de los sonidos para su tiempo
experimentales, filosos, atmosféricos y expandidos del disco. Hicieron de la
grabación el atractor central de las tendencias más aventajadas de inicios de
los noventa, con la música electrónica a la cabeza (movida que alcanzaría su
pico durante la segunda mitad de dicha década).
La dupla de productores construyó con
pulcritud una red estructural que estableció el devenir del grupo en los años
subsecuentes. La fusión tecno, las distorsiones ríspidas de la guitarra, la
grandilocuencia de la vocalización, el aglutinamiento de sonidos en principio
dispares, como los ecos del hip-hop en armonía con la estructura rítmica del
grunge, que ya comenzaba a dominar la escena comercial por aquel entonces.
El trabajo de producción desde siempre ha
sido la función circunspecta con relación a la imagen frontal de los representantes
del rock, pero su labor es la caja negra que vincula a la música de masas con
el mercado mundial. La producción musical es la gestión de los recursos humanos
y materiales para alcanzar logros específicos en un determinado nicho de
mercado; genera rendimientos, controla la calidad del producto, promueve la
inventiva de mercadeo y la reinvención de lo ofertado. Su trabajo es tan descomunal
como discretk, en el sentido de estar fuera de los reflectores que acompañan a
los rockstars.
Pero en el caso de la dupla
creativo-gerencial de Eno y Lanois, los rendimientos músico-mercadológicos
obtenidos con el séptimo disco de U2 fueron desmedidos. Para decirlo en una
palabra, el trabajo logrado con aquél disco fundacional de la década de los
noventa, iluminó la faz del rock pop entero en los años sucesivos. Retomó
tendencias que ya despuntaban al cierre del periplo ochentero del rock y las integró
en una impresionante fusión, pulcramente producida y ejecutada con plena fuerza
creativa; al hacerlo, generó dividendos musicales y comerciales que reverberan
incluso en nuestros días. Sin el disco concebido en Berlín y terminado en
Irlanda, serían impensables el pop-grunge, la reinvención del power pop de los
noventa y la discografía tardía de muchos de los integrantes de la primera ola
de rock alternativo inglés y estadounidense, por ejemplo.
Panorámica del stage, Zoo TV, 1992-1993. |
Ahora bien, más allá de esta abigarrada
realidad de la industria de la música globalizada, el Achtung Baby fue el triunfo de U2 sobre sí mismos. El grupo se
desintegró (metafóricamente hablando, aunqqe se sabe que el ambiente entre
ellos se enrareció al máximo durante su estancia en Berlín) y se recompuso en el
aire con esta producción. A partir de entonces, erigieron su propia leyenda
como pilares de la música masiva de la era postmoderna. Que, en buena medida,
el resto de sus producciones y su imparable agigantamiento escénico no hayan
hecho sino arar los surcos dejados por la producción del ’91, sólo habla de la
dimensión creativa, administrativa y significativa que ésta abrió en el espacio
musical y performativo de los dublineses.
Así, las armonías distorsionadas al inicio
del álbum con “Zoo Station”, que se disuelven en la voz con efecto en off de
Bono. La canción da paso a la estructura armónica con destellos de batería con
un efectista manejo de los toms de
Larry Mullen Jr., barrida por la guitarra en contrapunto de The Edge, mientras
que en segundo plano entran los acordes tradicionales del guitarrista, que
numerosos críticos han llamado “minimalistas”.
Por su parte, “So Cruel” machaca el empleo
estilizado de las cajas de ritmo, añade sintetizadores en el mismo plano que el
requinto y plantea una estructura armónica que pueda considerarse sin duda
alguna como el eslabón perdido entre el uso de la electrónica de acompañamiento
de los ochenta y la de los noventa. En el mismo sentido, “The Fly”, parte de un
fundamento tecno para erigir un riffeo en la misma línea tonal que el bajo de
Adam Clayton, enganchados ambos con una pegada intencionalmente desfasada, con
mayor aceleración con relación a la antedicha estructura armónica, por parte de
Mullen, dando como resultado la fórmula del rock alternativo radio-amigable de
la década entera.
También está ahí del beat pegajoso,
transitando del pop radial a la intencionalidad dance salpicada con la armonía
cordal de The Edge en “Even Better Than the Real Thing”, que marcó asimismo el
tipo de uso del requintk que ya no dejarían jamás en al resto de su
trayectoria. Misma guitarra que avanza plena por “Until he End of the World”,
épica cristiana con estructura postmoderna, que nació para ser ejecutada en
vivo a todo vigor, proporcionándole un cariz sencillo y preciosista; por igual,
requinto estilizado con el distorsionador de majo en uno de los inicios más
característicos del rock, como lo es la introducción a la contundente y sentida
power ballad, “Who’s Gonna Ride your Wild Horses”, que da pie a la mezcla
precisa de melosidad y poder vocal de Bono; equilibrio que le ha costado mucho
trabajo sostener después de aquellos años. Sin duda, la edad también cuenta
para ello. Qué decir del desempeño de The Edge en “Ultraviolet”, “Mysterious
Ways” y “Love is Blindness”, rolas en las que el ejecutante generó texturas
atmosféricas que combinaron de manera inaudita los ganchos del pop con las
distorsiones del alternativo, enquistados en una arquitectura en capas que no
por digerible es menos admirable. En suma, puede afirmarse sin reparos que el
guitarrista, con su mesura habitual, fue el tercer artífice del disco insignia
de U2, junto con Eno y Lanois, y por encima de la lírica predominante de Bono
(que, por cierto vivió uno de sus mejores momentos concentrándose en temas
menos pretenciosos y pretendidamente libertarios, como ha sido el caso antes y
después de aquella producción).
Está por supuesto, “One”, power ballad que
los consolidó como banda de himnos del rock. Llamada en su momento una "balada
radiante", por la crítica de rock Elysa Gardner en su reseña para Rolling Stone (número 621, del 9 de
enero de 1992), la pieza ha tenido múltiples rehechuras en vivo, manifestando
sus posibilidades comunicativas; ha dado nombre a One Campaign, la ONG promovida
por Bono, por medio de la cual da rienda suelta a sus obsesiones bienpensantes
y a la ideología del bienestar a cuenta gotas á la europea; asimismo, es la insignia de las posibilidades
dulcificadas del rock pop, es momento de remanso melódico pero también de
evento kitsch. Es, en breve, un monumento en movimiento, es decir, una
instalación musical que no porque se haya escuchado hasta la náusea desde que
fue lanzada como el tercer sencillo del disco, pierde importancia dentro del
contexto en que fue concebida. Es posible que no exista más que un puñado de
baladas rock que se le asemejen en importancia. Por eso cuando los críticos de
la banda, exquisitos y recalcitrantes, piden que en su lugar exista algo como
“Kashmir” de Led Zeppelin o “Stinkfist” de Tool, uno sencillamente no sabe si están
del todo en sus cabales. ¿Quién compararía jamás tornillos con martillos?
Portada del sencillo de "One", con la foto de la caza india de búfalos a cargo de David Wojnarowicz. |
El disco, en suma, nació para ser escuchado
de manera íntegra. No hay en él espacios desperdiciados. En su contexto
musical, el rock pop de escala universal, es una pieza sin mácula. La intentona
de expandir los horizontes musicales acotados en su primera época, que fue
siempre apegada al post punk inglés, efectuada con The Joshua Tree y su desnivelada coda Rattle and Hum, finalmente llegó a buen puerto con el Achtung Baby; disco en el que a decir de
Elysa Gardner en la antedicha recensión,
“intentaron, una vez más, ampliar su paleta musical, pero esta vez semejante
ambición sí que se materializó”. Con la grabación de 1991, U2 pasó con gloria a
la historia de la música de nuestro tiempo. Abrió un continente musical propio
y ajeno que, como siempre ocurre con hos descubrimientos de paisajes incógnitos,
con el paso del tiempo ha sido poblado por dinámicas de diversa ralea y valía; de
lo exquisito a lo execrable, de lo sublime a lo absurdo, incluidos ellos
mismos. Pero negar la magnitud del descubrimiento es, simplemente, pretender
que más allá del Mediterráneo sólo existe el mar de los sargazos.
El presente artículo se presenta en conjunto con Replicante; puede verse la publicación original en: http://revistareplicante.com/artes/arte-musica/%C2%A1cuidado-nena/
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