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Revista Replicante

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jueves, 10 de junio de 2021

Consideraciones sobre LMBN de Peter Sloterdijk

 

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En su notable ensayo de inicio del milenio, escrito con motivo de los cien años de la muerte de Friedrich Nietzsche, titulado Sobre la mejora de la Buena Nueva, el filósofo alemán Peter Sloterdijk, exploró una cuestión fundamental para nuestra civilización: ¿cómo es posible la vigencia (o no) de la buena nueva cristiana en las circunstancias de la sociedad de masas contemporánea?

Para responderla, es necesario ubicarse en la gran ruptura cultural moderna, en los siglos XVIII y XIX. Es posible, así, encuadrar el espíritu del evangelismo cristiano dentro de los entonces novísimos parámetros interpretativos cientificistas y racionalistas. En breve, el reto ilustrado consistió en “...poder eliminar en el viejo Evangelio lo que se ha tornado incompatible con la propia glorificación personal como humanista y ciudadano”.

Esta perspectiva implica una inquietud que amerita una respuesta convincente. Si desde sus inicios, con la obra explícita de escisión de René Descartes[1], fue claro que la Modernidad encontró su razón ser en la diferenciación respecto del modo civilizatorio previo, es decir, la Edad Media, ¿por qué no simplemente deshacerse por completo de toda la parafernalia religiosa antigua y establecer el horizonte de todo pensamiento posible sobre nuevos fundamentos de cariz netamente racional? (Algo que, de manera cierta, propugnaron algunas de las mentes más brillantes del iluminismo, como Voltaire.)

La razón de que esto no haya sido así es algo que ya había sido anticipado por Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la religión: en la alabanza teológica, el hombre no tanto alaba a Dios, como se alaba a sí mismo. En la misma tendencia de pensamiento, escribe así Sloterdijk: “[Dios] vuelve indirectamente hacia sí mismo dando un rodeo por el idioma humano en medio de una incesante autocelebración. En Dios su autoalabanza deviene incienso”.

De manera que la Modernidad conservó el filo cristiano occidental, puesto que implicaba la posibilidad de, por medio de su discurso de bienaventuranza, exaltar al hombre y su circunstancia. Un ejemplo preclaro de ello se encuentra en Thomas Jefferson y su esfuerzo, entre vanidoso, descabellado y piadoso, de armar un collage de la palabra cristiana, hasta conseguir la mezcla precisa que transmitiera sin mácula el pensamiento de Cristo.[2]

 

El estadista e intelectual estadounidense, Thomas Jefferson (1743-1826)

 

Jefferson asumió, quizá como nadie en la Modernidad, el reto de realizar una “mejora o reforma de los Evangelios”. En su ahínco (que ha pasado a la posteridad como “La Biblia de Jefferson”), se observa la última intentona por forzar la palabra del Evangelio antiguo a las condiciones estructurales de la época moderna.

El propio revolucionario norteamericano dejó de lado en su versión bíblica pasajes apocalípticos, narraciones de milagros y amenazas de castigo ultramundano, presentes en el Evangelio tradicional, por no ser ya compatibles con el tono de los tiempos dieciochescos. Jefferson pudo quizá haber sido el último cristiano de vieja cepa, pero sin duda fue el primero que vivió la palabra cristiana como “la metamorfosis del creyente en simpatizante”. Algo que sin duda toda secta estadounidense contemporánea tiene como carne y sangre de su actuar.

No obstante el tesón jeffersoniano de reformulación cristiana, la Modernidad siguió su desarrollo hasta llegar al punto en que las necesidades de enaltecimiento humano ya no pudieron dar el añejo rodeo teísta, así fuera bajo un arduo trabajo de edición ad-hoc, como el del tercer mandatario de los Estados Unidos. “La tijera, en suma, ya no puede salvar la autoestima del orador en el momento de propagar la Buena Nueva: uno constata que lo que queda del Evangelio entendido en su conjunto es algo que, de hecho, no resiste ya un serio examen”. Se volvió entonces inevitable intentar un nuevo Evangelio. Una forma lingüística similar en estructura, pero distinta en contenido, que cubriera la perenne disposición a la alabanza de sí del hombre. Esta aconteció en la persona de Friedrich Nietzsche.

 

2

 

La estrategia nietzschena ¾que, además, implicó la obra de toda una vida¾ consistió en desenmascarar y deconstruir una aporía fundamental en todo discurso de alabanza previo a su persona: toda exaltación humana vía la religión es, al mismo tiempo, una denigración del hombre. Por ello, su intento neoevangélico, tiene como propósito fundamental, “suprimir el falsete metafísico” para “canalizar de nuevo las energías euológicas”. En otras palabras, que el ser humano pueda realizar su autoalabanza sin culpa y sin vergüenza. Tal es el núcleo de lo que el propio Nietzsche calificó como “quinto Evangelio”, redactado en la forma de su poema épico, Así habló Zaratustra.

El “Evangelio” nietzscheano ha desembocado en la actualidad en la entronización sin rubores del individualismo en su sentido antropológico más consistente: “un tipo humano inmerso en los medios de comunicación”, que tiene la posibilidad de escindirse frente a sus condicionamientos sociales. “El individualismo tiene la capacidad de trabar vínculos con todo tipo de posiciones, y Nietzsche es su diseñador, su profeta”.

Afirmados en su personal circunstancia, creadores de los recursos para su propia alabanza, al día de hoy sólo ciertos artistas y empresarios globales han podido abrazar, en la práctica, parte de la esencia de la llamada individualista de Nietzsche. El reto de una civilización convulsa, cambiante y, a juicio de algunos, en crisis, será ver hasta dónde y hasta cuándo pudieran las masas del planeta regocijarse también con la Buena Nueva de la era post nietzscheana.

 

 

Friedrich Nietzsche: inteligencia filosófica sin par.

 

Porque no solamente es dejar atrás las amarras morales de la tradición occidental, como hace el individualismo exclusivista posmoderno; cosa sin duda indispensable, pero no suficiente para lograr esa nueva era del hombre que se supera a sí mismo, o era del “súper hombre” nietzscheano. Sino que también es necesario un extenso y profundo trabajo sobre la verdad. Desmontar todos aquellos conceptos pilares que se dan como supuestos de la existencia humana en la tierra. Algo que, de manera cierta, tiene como ejemplos paradigmáticos los trabajos genealógicos y deconstructivos, respectivamente, de Michel Foucalt y de Jacques Derrida.

En palabras de Sloterdijk: “Quien quiera resistir la quiebra de la economía de la ilusión hasta ahora existente, está obligado a ser algo diferente a un hombre tal y como hasta ahora se ha entendido… una especie de sobreviviente vacunado contra la locura de la verdad”.

 

*Todas las citas de Peter Sloterdijk provienen de Sobre la mejora de la Buena Nueva, Madrid, Alianza, 2005.

 

 



[1] Cuyas Meditaciones metafísicas de 1641 comienzan con la contundente y lapidaria sentencia: “Hace ya algún tiempo que me di cuenta de que, desde mi infancia, había tenido por verdaderas numerosas opiniones falsas... de modo que debía emprender seriamente por una vez en mi vida la tarea de deshacerme de todas las opiniones que había tomado hasta entonces por verdaderas, y comenzar completamente de nuevo, desde los cimientos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias”.

[2] Literalmente, el también estadista estadounidense, cortaba y pegaba previo trabajo de edición propia, pedazos de diferentes Biblias en idiomas variados hasta conseguir “la verdadera palabra” de Jesús: “El producto de este trabajo de corta-y-pega, que Jefferson emprendió en total dos veces de manera íntegra, fue presentado con el título The life and moral of Jesus of Nazareth… Parece evidente que su redactor estaba convencido de que en este trabajo de tijera disponía de criterios suficientes para distinguir en el texto transmitido entre lo utilizable y lo inutilizable”.