La política contemporánea es el arte de la gestión de la entropía. Es decir, la administración
de las estructuras estatales en constante desgaste. El manejo del Estado en
medio de una crisis global de sus cimientos. Puestos a prueba de manera brutal por una serie de
factores acuciantes, lo mismo estandarizados que anómalos, los fundamentos del
Estado nación contemporáneo viven hoy un periodo de crisis a nivel mundial,
debido a tres dinámicas perniciosas principales: 1) pérdida de legitimidad
ciudadana ante crecientes incapacidades funcionales (inseguridad, falta de
servicios, desempleo, etc.); 2) descapitalización como consecuencia de 1),
creando un círculo vicioso; 3) incapacidad administrativa y política para
solventar 1) y 2).
En este contexto, el problema más vistoso sin duda
es el tercero. En palabras del filósofo alemán Peter Sloterdijk, “...el hecho
de que los políticos en activo estén tan raramente a la altura de los nuevos
retos −intelectualmente no lo están casi nunca, moralmente a veces, pragmáticamente
más mal que bien− produce en parte un descontento masivo, y cada vez más
agudizado, con la clase política... Esta impresión ya sería lo suficientemente
crítica, pero además ocurre que a los políticos, y cada vez con mayor
frecuencia, se les sorprende -en Buenos Aires y en Roma tanto como en Bonn,
Múnich o Kiel- en fraude, abuso de poder e imprecisiones” (véase su ensayo En el mismo barco, pp., 70-71).
Frivolidad, corrupción, incapacidad en Roma como en Toluca |
Esta cuestión de hecho, que es ya parte del modo de
vida de nuestra civilización, en la que los representantes del pueblo forman
camarillas cínicas que simulan velar por el bien común, pero que en realidad
únicamente persiguen fines personales, la mayoría de las veces mezquinos, como
el enriquecimiento ilícito, la posesión de bienes y los líos de faldas, es
particularmente grave en los países del Tercer Mundo, puesto que en ellos la
vida institucional es débil, la legalidad es incipiente y la rendición de
cuentas prácticamente inexistente. Por ello prevalece la amplia sensación
pública de que “todos los partidos son iguales” y de que “no hay a cuál irle”
cuando se presentan los candidatos de los diversos niveles para ser votados por
la ciudadanía.
Esto es básicamente cierto y existe ahí un nudo
gordiano social que parece irresoluble. Parece que hay un destino ineludible en
la alta ineficiencia de la clase política profesional. Sobre esto se han
dilucidado diversas causas endógenas, como las redes de complicidades, los
montos millonarios desregulados que maneja el sistema político, la
insuficiencia institucional y el deficiente ordenamiento constitucional del
ejercicio público. Por no hablar, claro está, de la avasallante presencia de la
economía criminal y su poder de penetración y cooptación de los políticos. Todo
lo antedicho es una realidad llana y simple cuya resolución no se vislumbra en
el horizonte. No obstante, Sloterdijk va más más allá. Afirma: “Probablemente
el generalizado menear la cabeza en alusión a las deficiencias del personal
político oculta un descontento global que aún no ha tomado forma: apostaría
directamente a que se trata de los estados aurorales de una toma de conciencia
de alcance mundial sobre insuficiencias antropológicas” (ibíd., pp., 71-72).
Cuando observamos los solazamientos masivos en la impunidad
cotidiana, de baja intensidad pero omnipresente, la total carencia de sentido
cívico en los adultos y de respeto por los demás en jóvenes y niños, la apatía
política, la negligencia social, la incapacidad para preocuparse y ocuparse de
la vida en comunidad en todas sus facetas (de las juntas vecinales al resguardo
de la vida democrática), aunado a graves lagunas educativas, formativas e
informativas en el grueso de la población del Tercer Mundo (y también de otras
partes del mundo), queda claro que no tanto se tiene a los políticos que nos
merecemos, sino a los que podemos. Entonces, la crisis es estructural y es uno
de los retos mayores de nuestra generación. La pregunta queda de esta manera
abierta: ¿por dónde comenzar?
Este texto apareció originalmente en mi columna Politik para Raztudio Media: http://raztudio.com/politik-columna-manuel-guillen/
1 comentario:
Esa sí que es LA pregunta, Manuel.
Lo peor del caso, me parece a mí (y reconozco que es una sensación muy personal), es que no poca gente ha pasado a justificar pequeñas corruptelas y malos procederes en su vida diaria, a partir de que "también los de arriba se comportan así".
Saludos.
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