Durante
los últimos cien años, el mundo occidental ha tratado a las adicciones
psicotrópicas, incluyendo el alcoholismo, básicamente como un problema
económico, policiaco y fiscal. Esto ha recrudecido en los últimos treinta años
con cierto añadido en materia de salud pública. De un cuarto de siglo a la
fecha, se reconoce que uno de los flancos principales del asunto es su alto
impacto en el bienestar físico y mental de un conjunto determinado de
ciudadanos. Pero también es cierto que en ese mismo periodo, las adicciones han
sido entendidas como un espacio de guerra entre los rebeldes que las padecen,
los piratas que se las proporcionan y los justicieros estatales que las
combaten. Esta perspectiva lleva inevitablemente a un callejón sin salida,
puesto que las adicciones son, ante todo, un problema civilizatorio
psico-social.
En un
eminente ensayo sobre las adicciones, “¿Para qué drogas? De la dialéctica y
búsqueda del mundo”, el filósofo de la cultura alemán Peter Sloterdijk, disecciona
el problema contemporáneo de las adicciones partiendo de una premisa central: el
consumo, la distribución y la modulación cerebral de las drogas ha existido
desde tiempos inmemoriales en la humanidad, sólo que en su forma moderna, esta
se haya irremediablemente separada de su flanco místico, ceremonial y
religioso, razón por la cual, aquél que se acerca a los estupefacientes en
nuestra época carece de los faros, las amarras y las guías necesarias para
controlar los efectos del consumo de modificadores de la psique; en
consecuencia, queda inerme ante su poder distorsionador de la realidad.
La drogadicción es la inversión de la absorción con fines inexistencialistas. |
Esta
translación de un consumo de drogas regimentado a uno desregulado disloca la
función principal de las alucinaciones inducidas de la antigüedad: antaño
abrían portales a mundo trascendentes; ahora llevan al umbral de la alienación
social. Es decir, mantienen el estereotipo del umbral, pero este se vuelve de
lo exterior a lo interior. Si antes el sujeto drogado aspiraba a la visión
celestial, el colgado contemporáneo
sólo atisba sus propios infiernos. La lógica de la adicción cambio de manera
drástica en la Modernidad, tras la pérdida de los mundos metafísicos de la
antigüedad, sus gurús y sus místicos. En tiempos remotos, el individuo consumía
la droga esperando la visión de lo absoluto; en la actualidad, de manera
inexorable, la droga es quien consume absolutamente al individuo; escribe Sloterdijk:
El horror crónico de la privación en el punto álgido de la demanda de repetición promueve una desintegración del proceso primario. Conduce a una persona, es decir, un ser que puede afirmar su relativo ser vacío, a la imposibilidad de ser. El curso del proceso es el de una enfermedad aguda hasta la muerte. La enfermedad obtiene su enorme poder mediante la sinergia entre inversión de la absorción e inexistencialismo. Igual que supo Baudelaire que él era fumado por su pipa, sabe el drogado típico que él es tomado por su droga. Lo sabe porque la toma para ser tomado por ella. La adicción sería así vista como la aprobación coercitiva de la absorción como querer ser tomado… un hambre de sujeción.
El
punto medular de esta descarnada descripción de la adicción contemporánea, ha
de girar en torno al porqué de dicha circunstancia. Tenemos aquí que recurrir a
los ya imprescindibles análisis del sociólogo polaco Zygmunt Bauman sobre la
especificidad del presente que él ha denominado como “vida líquida”. En breve,
refiere a la constitución actual del sistema social conformado por una serie de
redes macro sociales que rebasan, constriñen y determinan la acción subjetiva
en todo momento. El sistema financiero, los órdenes legales, las modas, el
trabajo, la omnipresencia de la tecnología, etcétera. La lógica central de este
devenir social se funda en la primacía de la mercancía y la mercantilización de
todo lo existente. En palabras de Bauman: «la vida líquida es una vida
devoradora. Asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el
papel de objetos de consumo: es decir, de objetos que pierden su utilidad (y,
por consiguiente, su lustre, su atracción, su poder seductivo y su valor) en el
transcurso mismo del acto de ser usados». Por supuesto, tal y como lo ha
subrayado Sloterdijk, los medios de recambio de todo esto son el dinero (medio
tangible), el éxito (medio intangible) y la aceleración de todos los
acontecimientos como el medio irrecusable del habérselas con el mundo actual.
Ante
esto, las individualidades modernas y postmodernas han experimentado el
agigantamiento del medio social en el que tienen que vivir, la conversión
inexorable de las personalidades en mercancías de recambio, la presión
interactiva de representar determinados roles sociales; la fuerza creciente de
imponerse y solventar ciertas metas individuales estereotipadas de acuerdo con
géneros, clases, ciudadanías e historias colectivas acartonadas, apremiantes e
ineludibles. No es vana la comparación tópica entre la psique contemporánea y
una olla de presión: tarde o temprano la primera tendrá que liberar energía por
los resquicios disponibles para hacerlo; cuando no los encuentra, sencillamente
estalla. Es así que numerosos conjuntos de individuos se hallan en la situación
a un tiempo acuciante y penosa de querer escapar de una vez por todas de «la
exigencia excesiva de la existencia» y de «interrumpir el continuum obligatorio de una realidad indeseable».
Por ello,
la adicción no desaparecerá en el sistema-mundo vigente. Mientras este siga
operando puntualmente, también lo harán las drogas, su lógica mercantil y sus
enganchados por ellas absorbidos. Resta únicamente la creatividad para paliar,
prevenir y remediar en la medida de lo posible sus efectos avasallantes. Las
alternativas han sido múltiples y van de la plena legalización al advenimiento
de una era neoreligiosa en el mundo entero, pasando por los llamados moralistas
al retorno de los valores tradicionales y los proyectos para integrar una
cultura de la prevención en los sistemas estatales de educación básica. Todas
ellas tienen sus partes luminosas y sus complicaciones insalvables. Por
ejemplo, en qué términos podría jamás plantearse un retorno a la mística cuando
eso es un hecho social ya superado, pulverizado y barrido por la historia de la
reflexión occidental. O bien, cómo podría darse una legalización masiva a nivel
mundial sin sufrir una pandemia universal de drogadicción que superara la
totalidad de los recursos públicos de salud en el planeta. Etcétera. Pero lo
cierto es que de todas las alternativas planteadas, la más primitiva,
inmediatista y estéril ha sido la de la guerra frontal contra los mercaderes de
la droga; esto simplemente pone la carreta delante de los bueyes, porque mientras
continúe ardiendo el pozo incandescente de la adicción, no habrá poder en el
planeta que supere, domine y venza el trajín que lo nutre y lo solventa, la
ruta descomunal para su desmedida perpetuación a través del tiempo.
Este artículo también puede verse en mi columna de Raztudio Media en: http://raztudio.com/politik-columna-la-irreversibilidad-de-las-adicciones-por-manuel-guillen/